domingo, 26 de febrero de 2012

No Borges, sino el otro Borges

Para neutralizar las provocaciones de Borges alrededor del tema del plagio y la originalidad, no faltan quienes, como Aurelio Asiain en su blog, se esfuerzan por desviar la atención diciendo que, como bromas y parodias, sólo suceden en sus ficciones. Sin importar que Kevin Perromat defienda la idea de que la noción de plagio deba desterrarse de la literatura (idea contraria al propio Asiain y también a Sheridan y a Zaid), y sin importar que el investigador español haya sido uno de los primeros en cuestionar, en el contexto de la acusación de plagio contra Alatriste, la posibilidad de que puedan hacerse acusaciones "neutras" de este tipo (en general responden a diferencias estéticas o políticas), Asiain lo cita en extenso para apuntalar su posición:

"No es infrecuente -dice Asiain- que, a propósito del plagio, se citen frases de “Pierre Menard, autor del Quijote” y otras ficciones de Borges sin reparar en que el narrador que las escribe no es el autor del relato sino una figura también ficticia y a veces paródica. Tampoco lo es que se le atribuyan frases que nunca escribió, o que se tomen al pie de la letra opiniones ambiguas, irónicas o francamente bromistas. Vale la pena tener en cuenta lo que dice Kevin Perromat–Augustin en El plagio en las literaturas hispánicas: Historia, Teoría y Práctica, p. 685":

En el imaginario literario posmoderno, hay una figura de autor que destaca por aparecer regularmente en los textos críticos y por la influencia reconocida por los propios autores. En efecto, Jorge Luis Borges ha proporcionado las ficciones emblemáticas de la Posmodernidad: Aleph, Pierre Menard, “La muerte y la brújula”, etc. Los lugares comunes borgeanos presentan los efectos de toda estandarización esperable en la construcción de los topica, ‘bases’ argumentativas y figurativas del discurso. Estos procesos apuntan tanto a una estabilización formal, como interpretativa de los enigmas borgeanos, incluso al precio de la simplificación grosera, cuando no de la tergiversación. La divulgación exige claridad y concesión, con las dosis inevitables de silenciamiento y contradicción, que, en este caso, explican que se haya llegado a adjudicar a Borges posiciones apologéticas extremas del tipo: “Toda la literatura es plagio”. En este tipo de afirmaciones subyace una concepción a lo Bajtìn de “la Lengua —es decir las obras literarias— como un sistema de citas” que si bien no es enteramente falsa, requiere, como mínimo, algunas matizaciones.

La realidad de las palabras de Borges es siempre más comedida e irónica que la necesidad que sienten sus glosadores de evidenciar la paradójica radicalidad de sus propuestas fabulosas. Tomarlas al pie de la letra es tanto como creer en la existencia física del negro homónimo (que resumo, aunque podría citar literalmente, de manera un poco libre como: “el que escribe es el Otro”), revelado por el propio autor en el textículo “Borges y yor”, incluido en El Hacedor. La aporía “toda la Literatura es plagio” procede —si obviamos las fuentes orales (Borges era un gran conversador y conferenciante)— con toda probabilidad del relato Tlön, Uqbar Orbis Tertius, donde se presenta la posibilidad de una distopía idealista, un mundo monstruoso, Tlön, donde la unidad de las ideas sobrepasa los accidentes materiales, con serias consecuencias para los libros y los escritores:
En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica suele inventar autores: elige dos obras disímiles —el Tao Te King y las 1001 Noches, digamos—, las atribuye a un mismo escritor y luego determina con probidad la psicología de ese interesante homme de lettres…
Habría que comenzar por decir que las frases de los cuentos de Borges no las dice Borges, sino el otro Borges.

Nadie pensaría que lo que opina Mr. Hyde sea el parecer de Stevenson, pero lo importante aquí es que, en muchos de sus cuentos, Borges quiso poner en juego algunas de sus ideas y preocupaciones acerca de la copia y la originalidad. Antes de escribir “Pierre Menard” ya había confesado su aspiración de “ser” Cervantes y de “ser” Macedonio Fernández (a Borges lo acusaban de “coleccionar” en sus escritos párrafos enteros de Macedonio), como después Perec haría pública su intención de “ser” Flaubert.

El hecho de que haya llevado los recursos de la falsificación y el plagio a sus ficciones habla no sólo de su interés recurrente en esos temas, sino también de que allí, precisamente en la ficción, podía llevarlas hasta el extremo, como en el caso de “Pierre Menard”, donde presenta exactamente el mismo párrafo de Cervantes con un “en cambio” en el que cabe toda la discusión sobre la originalidad y el plagio (y donde de paso se le da la vuelta a la paradoja de Sorites que esgrimen los lógicos).

Frases como “no existe el concepto de plagio” (Tlön) o “no existe el plagio, toda la literatura es un entramado de citas" (que, por cierto, en la tesis doctoral que Asiain refiere, el propio Kevin Perromat cita como una atribución hecha a Borges) son provocaciones, son aporías, que no por ser parte de un cuento o de una conversación dejan de tener su dinamita. Sí, hay que hacer matizaciones a la hora de traerlas a colación, pero querer neutralizarlas por ello, y en particular en un autor como Borges, que hizo de la crítica literaria una forma del cuento, es francamente una lectura muy limitada.

Graciela Speranza, en su espléndido libro Fuera de campo, ha discutido a profundidad estos temas, conectando las preocupaciones de la copia y el plagio de Borges con las de Macedonio y con las de Duchamp (por cierto, una de su brújulas centrales para esclarecer esa relación fue Octavio Paz, gracias a su libro sobre Duchamp). Allí Speranza dice, por ejemplo, que la típica tensión entre repetición y diferencia con la que todo autor ha de lidiar (la “angustia de las influencias” bloomiana), Borges la resuelve de un modo ingenioso: “convirtiéndolas en el tema y la forma de sus relatos”.

Speranza muestra que, gracias a Duchamp, “se vuelve visible la trama indiscernible de escritores y precursores, falsificadores y plagiarios, originales y copias que reúnen a Borges y a Macedonio y eclosionan en “Pierre Menard”." Hace ver que el mayor legado de Macedonio en Borges es la idea de que la originalidad es una falsa utopía, la actitud de sospecha y reserva frente a las nociones de la autoridad y autoría (resueltas en juego literario) y, en suma, la convicción que el verdadero escritor siempre es el otro.

Por su parte, Macedonio postula a Borges como una versión más lograda de sí mismo, y acepta que él, Macedonio, es una especie de Borges espurio. Las distinciones convencionales entre lo ajeno y lo propio en la literatura se desvanecen.

El propio Borges, que decía que imitaba a Macedonio “hasta el apasionado y devoto plagio”, tomaría de él la idea de los precursores (“Kafka y sus precursores”), a partir de frases de Macedonio como la siguiente : “Necesidad de una teoría que establezca cómo no es el segundo inventor sino el primero quien comete el plagio.”

Otras ideas de Macedonio que están en la base de la literatura de Borges según Speranza:

“Es tan escasa la originalidad que hoy no queda otra que la de primer copista de autor nuevo; “primera copia” es un género sancionado de la originalidad.”

“El imitador o plagiario es un inocente abstemio de las comillas transcriptivas”.

“Podría no sólo legitimarse esta conducta [el plagio] sino realizar una gran escuela, o mejor una revolución en el arte.”

Un Borges espurio

(Sería un bello título: “La gran escuela del plagio”).

El procedimiento empleado por esta pareja revolucionaria de escritores podría describirse así: Macedonio escribía intuiciones desestabilizadoras y aporías sobre la identidad personal y la noción de originalidad y copia; Borges las realizaba en sus ficciones, convirtiéndolas, como era de esperarse, en literatura.

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