sábado, 26 de noviembre de 2011

El país de los muertos vivientes

¿Por qué deberíamos sentirnos orgullosos de ser, como nación, los máximos productores de refrigeradores? ¿Por qué, como machaca la propaganda gubernamental, deberíamos envanecernos de vivir en el traspatio de la producción tecnológica, en la meca radiante de la maquila? No puede ser mera coincidencia que la zona fronteriza del norte del país (Tijuana, Ciudad Juárez, Reynosa), precisamente donde han crecido las grandes plantas maquiladoras, sea también la zona más fracturada, la de más muertas seriales, la del tráfico de armas, la del descabezamiento como una forma de exigir “respeto” al prójimo.

No se trata, desde luego, de que las maquiladoras atraigan por sí mismas al crimen, sino de una atmósfera de desarraigo y no lugar, de un entendimiento maquinal de las relaciones personales, donde lo que priva, donde lo que importa, es la explotación a destajo, la intercambiabilidad de los “recursos” humanos, la obediencia para no entorpecer la línea de montaje. Al cabo, la moral de la rentabilidad, la ética del engranaje, se nos revierte bajo la forma de la indiferencia y la insensibilidad se impone como moneda de cambio.


Si día y noche, para sentirnos orgullosos de la gran cadena de ensamblado que atraviesa al país, se nos conmina a entender al otro como un instrumento para obtener ganancias —como un pistón en el motor de la eficacia—, no nos extrañe que, tan pronto las cosas empiezan a salir mal, el otro se convierta en obstáculo. Los feminicidios, los secuestros de inmigrantes o los miles desaparecidos durante la guerra de Calderón, no son sino el reflejo de una incapacidad generalizada de ver a las personas como seres humanos y no como objetos, de una educación que antepone los fantasmas de la macroeconomía a la formación de individuos con vida propia, de una política que, a costa de los millones de pobre que engendra, cree en el espejismo del crecimiento perpetuo.

Tal vez, a estas alturas, ya pocos se acuerden de la retórica inflamada de Marx, de todas aquellas metáforas de ultramundo del viejo barbudo, que veía zombis con valor monetario, vampiros que chupaban hasta la última gota de la jornada laboral, temibles exorcistas del trabajo muerto. La ironía es que la misma lógica del capitalismo salvaje es la que nos tiene detenidos en esta larga historia de terror, donde las palabras de Marx ya no tienen ni un pelo de metafóricas. El laiseez-faire, entendido en clave vampírica de película del Santo, se ha transformado en México en un patético “chupar y dejar chupar”, en una depredación sin escrúpulos, en una explotación sin derechos laborales, en una administración de licántropos. A fin de cuentas, si un día despertamos en Zombilandia, ¿quién tendría reparos en pasar por encima de la población, en atropellar a las mujeres, en reducir a un simple número a los que nos estorban?


Publicado originalmente en El Jolgorio

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Este fin de semana habrá dos presentaciones de:

Los calcetines solitarios

Un libro para niños que escribí e ilustró TRINO
(publicado por Sexto Piso)

Sábado 19: Librería Gandhi (de Miguel Ángel) a las 13:00

Domingo 20: En el contexto de la FILIJ (en el CNA) a las 18:00