tag:blogger.com,1999:blog-47840121894061401822024-03-12T23:50:59.168-07:00La cola del mundoLuigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.comBlogger84125tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-91946100111657787502013-11-13T15:35:00.000-08:002013-11-13T15:35:04.987-08:00Los Disidentes en la Nacional<div id="yui_3_13_0_1_1384314847309_161874" style="font-family: 'times new roman', 'new york', times, serif; font-size: 19px;">
<span id="yui_3_13_0_1_1384314847309_161873">El próximo miércoles 20 presentaré con Guadalupe Nettel mi libro <span id="yui_3_13_0_1_1384314847309_161889" style="font-style: italic;">Los disidentes del universo</span> recién publicado por Sexto Piso.</span></div>
<div id="yui_3_13_0_1_1384314847309_161877" style="font-family: 'times new roman', 'new york', times, serif; font-size: 19px; font-style: italic;">
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<div id="yui_3_13_0_1_1384314847309_161881" style="font-family: 'times new roman', 'new york', times, serif; font-size: 19px;">
<span id="yui_3_13_0_1_1384314847309_161880"><span id="yui_3_13_0_1_1384314847309_161879">La cita es las 7:30pm en La Nacional </span>(Tamaulipas 26, col. Condesa, muy cerca de la librería Rosario Castellanos).</span></div>
<div id="yui_3_13_0_1_1384314847309_161881" style="font-family: 'times new roman', 'new york', times, serif; font-size: 19px;">
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgIQ0-qXzQ72syO48ATn1mmmLyzp2T9twFl1_XDcL9a_8iLYd1MkuT0Da2o7M6zcJ9PRRUbEVkdqmImt5mgGkcJt7yohusTKDceZ0fpQQCc21fyLC0GdKQuPLy_7RdXokJaM1mTsd20jwA/s1600/disidentesU+(1).jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgIQ0-qXzQ72syO48ATn1mmmLyzp2T9twFl1_XDcL9a_8iLYd1MkuT0Da2o7M6zcJ9PRRUbEVkdqmImt5mgGkcJt7yohusTKDceZ0fpQQCc21fyLC0GdKQuPLy_7RdXokJaM1mTsd20jwA/s640/disidentesU+(1).jpg" width="494" /></a></div>
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Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com16tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-79411145481673264972013-09-22T14:47:00.000-07:002013-09-22T14:49:19.805-07:00De cabeza<h2>
O cómo mirar un país patas para arriba</h2>
<h3>
A partir del corto de Amat Escalante, <i>El cura Nicolás colgado</i></h3>
<div>
<br /></div>
(Texto incluido en el libro <i>Revolución 10.10</i>, Random-Conaculta-Imcine-Canana, 2010)<br />
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Nunca he conseguido pararme de cabeza más de diez segundos y, sin contar el día de hoy, es probable que la última vez que haya estado colgado de las piernas a imitación de los murciélagos —o, en mi caso, más bien de los osos perezosos— fuera de un lejano pasamanos de la infancia. Esos pocos instantes bastaron para entender que puede ser un auténtico suplicio, y que entre las muchas formas que ha ideado el hombre para torturar a sus semejantes la de colgarlos de cabeza quizá sea una de las más retorcidas y plásticas, es decir, una de las más sutiles. <br />
<br />
La columna humana no ha sido diseñada para que se le dé vuelta como a un reloj de arena. Si la comparación no fuera un tanto rebuscada diría que toda la arquitectura del cuerpo fue concebida para sostener un jarrón sobre su capitel, un jarrón bastante duro, pero a fin de cuentas mortal y quebradizo (aunque, a juzgar por sus inclinaciones, todo indicaría que en realidad fue hecha para la posición horizontal, para que en caso de parecerse a una columna fuera de ese tipo que es común encontrar entre las ruinas: sin nada que sostener y derribada). Invertir esa arquitectura, situar la cabeza donde correspondería a los pies y, para más saña, hacerlo de modo que quede inmovilizado todo el cuerpo, con las extremidades anudadas a fin de que semeje efectivamente una columna o, mejor, una suerte de capullo de cuyo interior sólo podrán nacer las alas de la locura o la desesperación, resulta un medio elemental —pero eficaz— para mortificar a un hombre, para alterar profundamente su naturaleza. <br />
<br />
¿A cuento de qué complicarse con cámaras de gas, potros de mecanismos dentados o cruces inmensas en lo alto de una colina? Bastan la rama de un árbol y una cuerda para logar que el infeliz se arrepienta de haber pisado este mundo. Es verdad que con esos mismos implementos se le podría colgar del cuello a la usanza del Viejo Oeste, dejando que sea su propio peso el que lo liquide gracias a la sencilla magia de un nudo corredizo; pero de ser así sólo se estaría buscando llanamente la muerte, no la lección moral; colgar a un hombre de cabeza, obligarlo a mirar el mundo al revés hasta que ya no resistan sus venas, sus tendones, su cordura, hasta que la sangre se agolpe en la nariz y en la garganta y empiece a escurrir incluso por los lagrimales, más que una forma de ejecución, es un castigo lento y minucioso, un castigo que no por letal deja de presumirse correctivo. <br />
<br />
No soy muy versado en las artes cartománticas, pero no se me escapa que en el Tarot de Marsella el arcano número XII corresponde a una figura suspendida de cabeza conocida como El Ahorcado. Algunas de las interpretaciones que se han hecho de esta carta remiten al deseo de purificación, de separar al hombre de la corteza terrestre en una posición antinatural con el propósito de invertir sus impulsos. Pero ya que el significado de las figuras del tarot depende de si las cartas han quedado al derecho o al revés luego de ser tiradas, se comprenderá lo endemoniadamente difícil que resultaría interpretar este arcano cuando el cuerpo, que debía estar de cabeza, por obra del azar queda de pie, siendo que en estos casos poner de cabeza lo que estaba de cabeza no necesariamente implica enderezarlo, sino todo lo contrario, torcerlo doblemente y alejarlo quizá para siempre de su rectitud. Y como yo mismo no sabría deshacer ese enredo interpretativo, lo mejor será que desande el camino de inmediato, dé media vuelta sin traspasar el umbral de la quiromancia y regrese a la figura del hombre colgando de cabeza, a ese extraño capullo del que sólo pueden brotar las alas de la locura o la desesperación. <br />
<br />
Decía que el gesto de colgar a un hombre de los pies comporta un afán correctivo. Por más que su desenlace pueda ser fatal, hay algo de tortura y otro tanto de terapia en ese ahorcamiento de los tobillos y no del cuello; lo que busca este castigo es readaptar la óptica del condenado, trastocar su manera de ver el mundo, quizás a estas alturas tan desvirtuada que, en compensación, requiere de un ajuste de 180 grados. Es al desequilibrado, al que no mira las cosas como las ven los demás, a quien está reservado el suplicio del mundo patas para arriba; es al recalcitrante, al que cuando soplan aires de cambio lleva la contraria y entiende lo recto de una forma anticuada o necia, a quien se someterá a una terapia radical de irrigación de sangre en la cabeza. <br />
<br />
Seguramente no habría pensado en nada de esto ni la figura del hombre colgado de cabeza me perseguiría como una instantánea de los tiempos que corren —de estos tiempos tan enrevesados que uno desearía colgarse día y noche de cabeza para ver si así los comprende mejor—, de no ser por la breve cinta de Amat Escalante, <i>El cura Nicolás colgado</i>, incluida en la película colectiva <i>Revolución</i>, que a cien años de que comenzara esta gesta, mítica y decisiva para el país, se plantea como un ejercicio en el que, más que celebrarla, se la conmemora y revisita críticamente, y que, en la mayoría de los casos, como en el del propio corto de Escalante, termina por cuestionar sus alcances y efectos en el México contemporáneo. <br />
<br />
El cortometraje empieza con la figura en blanco y negro de un hombre colgado de cabeza en una llanura. Algo, quizá una turba enfurecida, ha arrasado con lo que ha encontrado en su camino, dejando tras de sí a un hombre suspendido de la rama de un árbol. En fracciones de segundo uno se pregunta por qué no lo habrán colgado directamente del cuello, como correspondería a la calaña de forajidos que se adivina que son, o por qué no, para el caso, le prendieron fuego, al igual que hicieron con el niño y el caballo que todavía humean muy cerca de él. Tal vez porque esa forma de muerte carecería de fuerza simbólica; tal vez, sencillamente, porque la película debía continuar. Lo cierto es que en caso de que hubiera sido un ahorcamiento, por decirlo así, “ortodoxo”, se perderían las alusiones a un mundo al revés, a la necesidad de una revuelta y un cambio; se trataría de una ejecución como tantas y no una declaración de principios; algo que se confundiría, por ejemplo, con un ajuste de cuentas, otro más de los muchos ajustes de cuentas que se viven a diario en el país. <br />
<br />
Al que pasara por allí, la imagen del colgado no le diría más que la rotundidad cegadora de la muerte —aun cuando eso ya sería bastante. La turba, si es que ha sido ella la que dejó a su paso al hombre de cabeza, no se ha contentado con castigar a un individuo, también ha querido escribir directamente en el paisaje, dibujar con el árbol y la soga una suerte de estampa más allá de lo atroz. Lo que dice supera o se inscribe en un orden distinto de la mera advertencia; es mucho más que una firma que grita “aquí ha pasado la barbarie” (por algo, así sea transitoriamente, le han perdonado la vida). Se trata de un guiño, de un mensaje cifrado que si bien no elude la amenaza, augura cambios violentos y convulsiones, un nuevo orden donde las cosas ya no se sostendrán como antes y lo que estaba abajo terminará por subir. Es el emblema brutal de una revolución en marcha.<br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeKK1o9flCtftEMyEYO0vIE5ykjhu1wSg8KO7LzrIz542HFTQktKJcEMKh_KipUTS01sjKN-7Z032Ptx4iTjBe8Nz2mvHwemmYJgo2am_szb87txJ9dWMQVlTe9huE2ftT5aNEkYcR_yI/s1600/STILL-ELCURANICOLASCOLGADO-AMATESCALANTE.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="384" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeKK1o9flCtftEMyEYO0vIE5ykjhu1wSg8KO7LzrIz542HFTQktKJcEMKh_KipUTS01sjKN-7Z032Ptx4iTjBe8Nz2mvHwemmYJgo2am_szb87txJ9dWMQVlTe9huE2ftT5aNEkYcR_yI/s640/STILL-ELCURANICOLASCOLGADO-AMATESCALANTE.jpg" width="640" /></a></div>
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<br />
<br />
Por más que observemos con detenimiento al niño chamuscado, su cuerpo negro, tieso y todavía humeante, difícilmente nos informaría de que en vida se desempañaba como monaguillo; reducido a carbón, es sólo el cuerpo de una infamia, de una venganza, de un crimen que nadie se molestará en resolver. Pero allí, colgado de cabeza, vemos que el hombre no es cualquier hombre, sino un cura, y que él (y la institución que representa, con sus valores y jerarquías, con su concepción de lo bueno y lo justo, con sus mandamientos y parábolas), antes de agotarse y vencerse, antes de cerrar los ojos para siempre, tendrá que acostumbrarse a contemplar las cosas de un modo muy distinto, precisamente como correspondería después de haber girado sobre su propio eje. Como si le dijeran: enderézate, ya no se puede ver el mundo como tú solías. Como si nos dijeran (a nosotros que no tenemos más remedio que leer esa estampa descarnada en el paisaje): las cosas, a partir de este punto, ya no serán como ayer. Son tiempos incomprensibles, en que la brújula apunta al sur y los valores están bocabajo. De allí que la pareja de niños, tras encontrar al hombre colgado, vacilen antes de desatarlo finalmente. No importa que sea un sacerdote, de todas maneras cabe la pregunta: “¿Es bueno o es malo?” <br />
<br />
Visto de cabeza, el cielo es ese brillo lejano que se despliega allá abajo. <br />
<br />
Visto de cabeza, tu deseo de sonreír se convertirá en una mueca de amargura, y tu tristeza se dibujará como una turbia risita de resignación.<br />
<br />
El hombre de cabeza obliga a pensar en un mundo de cabeza; no sólo en el mundo que, por obra del suplicio que le infligen, él mira invertido, sino en el mundo en el que antes vivía y que, ahora entendemos, ya no podía sostenerse más. A fin de cuentas, reducida a sus elementos geométricos más simples, una revolución es el giro de una figura sobre su eje, el impulso por darle vuelta a todo un país. Hay quien dice que las palabras “revuelta” y “revolución” provienen directamente del italiano <i>rivoltare</i>: volver del revés.<a href="http://www.blogger.com/blogger.g?blogID=4784012189406140182#_ftn1">[1]</a><br />
<br />
La imagen en blanco y negro de la película remite inevitablemente al pasado: tal vez haya sido la Bola, la turba de bandoleros y revolucionarios del norte, la que colgó al padrecito de ese modo significativo y cruel; tal vez la historia arranque tiempo después de 1910, con la Guerra Cristera, cuando apenas instaurado el orden posrevolucionario se quiso dar una nueva vuelta —otra más— a la historia del país, y en los entornos rurales del centro de México era frecuente encontrar a sacerdotes y creyentes católicos colgando de los postes de telégrafos. El giro genial del corto se da cuando descubrimos que ese extraño ahorcamiento sucede en fechas recientes —ayer, hoy mismo—, y tras una serie de peripecias por los llanos áridos de México, después de que han sobrevivido a la intemperie, durmiendo en cuevas y bebiendo agua de charcos, y han alcanzado llegar a la civilización, a una ciudad en la que no les queda más que mendigar, el cura lleva a la pareja de niños a comer ni más ni menos que a un McDonalds. “Tiempos tan difíciles que nos han tocado vivir”, dice el hombre, más como si constatara su zozobra que a modo de lamento. Una frase que resuena con su timbre sombrío lo mismo hace un siglo que hoy.<br />
<br />
Pero si aquella estampa perturbadora, propia de la Revolución, corresponde al presente y se repite exactamente cien años después, tal vez se deba a que la Revolución no ha terminado, a que de algún modo continúa y es posible encontrar signos de ella, tanto de sus orígenes y causas como de sus procedimientos y actos de violencia, desperdigados por todo el territorio; a que el país sigue estando de cabeza y la profunda transformación que el ahorcamiento anunciaba permanece sin completarse. Tal vez la revolución sólo se ralentizó. Los cambios pueden ser graduales o abruptos, lentos o vertiginosos; cuando alcanzan una particular aceleración, se convierten en llamarada, pero no por ello dejan de ocurrir continuamente. Ya lo decía Guy Davenport en su ensayo “¿Qué son las revoluciones?”: “Revolución y evolución son quizá como el fuego y la herrumbre, los cuales ejemplifican diferentes velocidades de oxidación.”<br />
<br />
Antes de que la revolución —cualquier revolución— logre sus propósitos, antes de que construya un nuevo orden más justo y erija instituciones que no prolonguen o secunden la tiranía, mientras la revuelta está en plena ebullición y es tiempo de emboscadas y corre la sangre y las cosas se han vuelto tan inflamables y traicioneras como la pólvora, lo natural es que reine la confusión: las jerarquías se ponen en la picota, las divisiones saltan por los aires y todo lo que parecía tener un lugar definido se ve de golpe condenado a fundirse en una masa informe, en el caos, como si hubiera que regresar a la vieja noche de los tiempos para construir nuevos valores, para ver de nueva cuenta la luz en la estructura social. <br />
<br />
“Sean siempre buenos —les dice el padrecito a los niños desamparados que lo desatan—; ya nada tiene sentido.” Esta es la atmósfera que Escalante ha sabido insuflar a su película: un aire de revoltura e inquietud, de alboroto y desorden, propio de un mundo sin ley ni coordenadas fijas. Ejecuciones y curas colgados de los pies; una pareja de niños recién casados que huyen en burro de tragedias que apenan se imaginan; llanos sin esperanza en los que sólo prospera el polvo; mendicación y limosna como último recurso para la supervivencia. Todo ello sucediendo al parejo —en una mezcla desconcertante y ominosa— de la vida más o menos indiferente de la ciudad, con su tránsito nervioso y sus camellones yermos que recuerdan al desierto, con su promesa de bienestar y primer mundo representada por cadenas trasnacionales de hamburguesas que, en medio de la indigencia y la falta de techo, se levantan como el último refugio. Así es como Amat Escalante consigue hacer del caos, de la sensación de sinsentido y de un mundo sin reglas (que en principio parecían circunscritos al retrato del periodo revolucionario), el signo de nuestro propio tiempo, de una época que al no haber completado del todo el giro de su Revolución, continúa de alguna manera sumergida en las tinieblas, o cuando menos en ese claroscuro desapacible y ambiguo de la justicia a medias, la libertad a medias, la igualdad a medias. <br />
<br />
Lo que vemos, la secuencia de hechos terribles que Escalante eligió para su película, apenas es un atisbo del caos que no termina y que no siempre nos atrevemos a nombrar, de la generosa turbulencia de un país cuyos horrores nos aguardan a la vuelta de la esquina. Podrían haber sido otros los hechos presentados. Cabezas humanas que ruedan en las discotecas mientras los juniors juegan al boliche en el piso 53 de un rascacielos; el linchamiento con palos y piedras de un hombre a plena luz del día, mientras a poca distancia, durante el festejo multitudinario de un partido de futbol, y ante los ojos sin pupilas del Ángel de la Independencia, se viola impunemente a las mujeres. En este país, una avenida, a veces únicamente una pared, divide el sueño del progreso de la pesadilla de la miseria; basta ir a las orillas de una urbe para viajar ciento cincuenta años al pasado, a suelos de tierra y falta de agua potable, a cubiles de hacinamiento y analfabetismo y superstición, con la única diferencia de que encima de sus muros de cartón hay viejos anuncios de Coca-cola a modo de techo, en los que, eso sí, nunca faltan antenas de televisión. <br />
<br />
En este país, la gran isla edilicia de exclusividad y alcurnia —Santa Fe— se eleva sobre lo que fuera un vertedero gigantesco, a un costado de ciudades perdidas que viven de sus migajas. En este país, el vagabundo tiene miedo de que le roben sus harapos en la banca del parque, mientras el hombre más rico del mundo afirma que él se siente muy seguro caminando por las calles, aunque se guarda de decir que, por su número y armamento, su escolta personal bastaría para integrar un regimiento de infantería. Todo parece revuelto, sumergido en lo informe, en una contigüidad pasmosa. Es una amalgama feroz, maldiciente y a menudo bronca, que parece empeñada en restregarnos en la cara la obscenidad de su injusticia. <br />
<br />
¿Es preciso colgarse de cabeza para percatarse de la confusión de un país, para sentir el mareo de su desigualdad, para contemplar la furia de una violencia que ya poco o nada tiene de rebeldía? <br />
<br />
Quizá, porque nos hemos habituado a mirar las cosas desde la misma perspectiva, estamos cada vez más ciegos. Quizá, porque ya no queremos ver, porque preferimos fingirnos sordos e insensibles, no siempre vemos que la pobreza está royendo a más de la mitad de la población, o que la educación pública es deficiente y baja y caciquil y está increíblemente en declive, o que decenas de decapitados diarios nos acercan ya no a los tiempos sin ley del periodo revolucionario, sino a los más oscuros, tribales e incivilizados de los cazadores de cráneos. Tal vez lo que nos hace falta es que nos fluya un poco más de sangre a la cabeza. <br />
<br />
Dejar de pronto lo que estábamos haciendo y subirnos a un árbol. Atarse los pies a una rama y soltarse con cuidado hasta quedar suspendidos. Abrir lentamente los ojos. <br />
<br />
¿Se acabó el desorden, la vieja noche de los tiempos que trajo consigo la añosa revuelta? ¿Completó finalmente su giro la revolución? ¿Se reinstauró la justicia, la igualdad, la libertad? ¿Puede haber democracia con más de sesenta millones de pobres? ¿Cómo se logra la fraternidad en el epicentro del secuestro exprés? ¿La tierra puede ser de quien la trabaja cuando las semillas le pertenecen a corporaciones de transgénicos?<br />
<br />
Estoy aquí, colgado de cabeza, suspendido de un árbol, pensando en la breve película de Amat Escalante. Estoy aquí, inmóvil, sin poder siquiera columpiarme, en la postura antinatural que corresponde a un castigo, a una terapia desesperada, mirando este mundo de cabeza como quizá ya sólo se lo puede ver: lejos del suelo, con la cabeza y los sentidos al revés. Estoy aquí, la sangre agolpándose en mis sienes, intentando ver si de este modo la realidad se parece a lo que cuentan, a la que aparece en los discursos oficiales, a los escenarios de mampostería que cada día analizan los politólogos —esos inopinados continuadores de la ciencia ficción. Siento que las piernas se entumecen poco a poco, se van infestando de hormigas, y así, boca abajo y sin brújula que valga, maniatado y no sólo con la sensación permanente de estarlo, me pregunto si no será sólo de esta forma tortuosa y desesperada que, a cien años de distancia, podríamos encontrar algo que festejar en este 2010.<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<a href="http://www.blogger.com/blogger.g?blogID=4784012189406140182#_ftnref1">[1]</a> En 1781, durante la lucha de independencia que los propios estadounidenses consideran “su revolución”, los británicos se defendían de los insurgentes al ritmo de un tonada que se titulaba elocuentemente <i>The World Turned Upside Down</i>.<br />
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Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-53445101248242885612013-03-13T10:36:00.000-07:002013-03-13T10:36:57.282-07:00Presentación de Cuaderno flotanteEste miércoles 20 de marzo, día en que llega la primavera, presentaremos mi libro<br />
<br />
<i><span style="font-size: x-large;">Cuaderno flotante </span></i><br />
<br />
en<span style="font-size: large;"> La Bota</span>, la mejor hostería del Centro<br />
(San Jerónimo 40; atrás del Claustro de sor Juana).<br />
<br />
Me acompañan <span style="font-size: large;">J.M. Servín</span> y <span style="font-size: large;">Armando González Torres</span><br />
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¡Brindis y serpentinas!<br />
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7 pm<br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSsXXAZ-07pxr05U1m11NNSPasQemUBMEhKwXfTruPa4ZolbhYbOa1fg5w4_q3NEuCZeEwflFM28Ikr8orp_aZyxbz6vPTLphzWATkqrpwuMeXaWFffd2q7BKo3i-v0JaKGIA2Q7SA1EU/s1600/Invitacio%CC%81n_Cuaderno_Flotante.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="478" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSsXXAZ-07pxr05U1m11NNSPasQemUBMEhKwXfTruPa4ZolbhYbOa1fg5w4_q3NEuCZeEwflFM28Ikr8orp_aZyxbz6vPTLphzWATkqrpwuMeXaWFffd2q7BKo3i-v0JaKGIA2Q7SA1EU/s640/Invitacio%CC%81n_Cuaderno_Flotante.jpg" width="640" /></a></div>
Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-33702627642505079382013-03-04T15:36:00.002-08:002013-03-04T15:36:35.182-08:00<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<br /></div>
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<br />
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<br />
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<br />
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<br /></div>
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<br />
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<br />
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<br />
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<br />
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<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<br />
<br />
Adelanto del libro <i>Cuaderno flotante</i>, Aldus/Mantarraya, 2012.<br />
<br />Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-51869236448642409682013-01-22T18:59:00.002-08:002013-01-22T19:05:27.503-08:00El lugar del museo / En lugar del museo<!--[if gte mso 9]><xml>
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<!--StartFragment-->
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El museo nos acerca al arte
bajo la condición de que guardemos siempre una reverente distancia.</div>
<div class="MsoNormal">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Un museo es una tentativa de orden, una lista provisional
para representar el mundo, un microcosmos y a la vez un espejo. Para vernos
reflejados en él es necesario que lo recorramos, que nuestro cuerpo se
convierta en el hilo que une y da sentido a la heterogeneidad. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Lo decisivo tal vez no sea el museo en sí, sino la
experiencia de cruzar un umbral: la sensación de ingresar a un territorio
hechizado.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las aureolas de las vírgenes y los ángeles bien pudieron
esfumarse de la superficie de la tela, pero no desaparecieron por completo del
arte. Todavía delimitan el radio, el perímetro de los museos, instaurando esa
“lejanía inaproximable” de la que hablaba Walter Benjamin.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Aun cuando no incluya un solo marco, pedestal o altar, el
museo es su continuación o, mejor, su <i>solución</i>
arquitectónica. Separa, sitúa en otro plano, reclama devoción. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En medio del desencantamiento del mundo preconizado por
Weber, los museos son cápsulas frente a la indiferencia, burbujas
hiperprotegidas contra la diversidad infinita, iglúes para sobrevivir a la
glaciación estética.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Si no se descorriera de algún modo el telón (¿quién no recuerda
el cuadro de C.W. Peale, <i>El artista en
su museo</i>?), tal vez se tendría que acudir a recursos más burdos como los
altavoces de feria: “Estás a punto de acceder a la Arcadia del Arte, un lugar
donde las cosas no tienen un uso, sino un significado.”<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhOexUKrmDiEjBZF7Dn54jL9EVBJXpFdj2Of4N5JWhRy9IKwJjYlAe5QwAlyQEeFOsC2-mNBmOF4jUGtAZNL_68t6g0iGyVganQR3N-sH86sY32AHbspHFlTGOaZDRvQPFnnwne-fWo344/s1600/peale-artist-in-his-museum-1822.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><span style="color: black;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhOexUKrmDiEjBZF7Dn54jL9EVBJXpFdj2Of4N5JWhRy9IKwJjYlAe5QwAlyQEeFOsC2-mNBmOF4jUGtAZNL_68t6g0iGyVganQR3N-sH86sY32AHbspHFlTGOaZDRvQPFnnwne-fWo344/s400/peale-artist-in-his-museum-1822.jpeg" width="306" /></span></a></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: x-small;">C. W. Peale, <i>El artista en su museo</i>, 1822.</span></div>
<br />
Todo museo es un archivo, pero también un archipiélago. Hay
tantas tramas, tantos relatos posibles, como desplazamientos por sus islas.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La contigüidad de las piezas expuestas requiere del espacio
en blanco que las separa: al entrar a un museo entramos también a un
rompecabezas, que debemos armar bajo el entendido de “no tocar”. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Caminar por un museo es como caminar entre campos de fuerza:
cada obra atrae y repele a las demás, crea tensiones y vínculos a veces
poderosos, a veces inestables como los de ciertas moléculas. No en balde las
colecciones están en constante rotación.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Un museo con una sola obra aloja
en realidad una pieza soltera de ajedrez. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Sin la ilusión de orden, de representación coherente, de
sistema, el museo no es más que un cajón de sastre, un desván arbitrario, un
repositorio de pedazos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Los discursos grandilocuentes en las inauguraciones no sólo
ofrecen la promesa de un hilo conductor; equivalen, en el plano conceptual, a
una nueva mano de pátina.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La obra de arte es un emperador que viste su desnudez con la
carga ritual de la sala del museo: las paredes impolutas, el teatro de lo
extra-ordinario, la predisposición a la reverencia hacen las veces de su capa y
aureola.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Los marcos y pedestales como auténticas piezas de museo.
Desde luego el museo también merecería exhibirse junto a ellas; la pregunta es
¿<i>dónde</i>?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En su conversación sobre los museos, Allan Kaprow y Robert Smithson
imaginan un museo, el Guggenheim de Nueva York, que permanezca vacío, como un
museo de sí mismo. Lo visualizan como un mausoleo dedicado a la nada.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿Qué obra no envejece unos años en el mismo instante en que
ingresa a un museo?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La visita al museo es un viaje al pasado. Sus puertas
franquean, como las puertas de cuerno o marfil de los sueños, la entrada a la
historia del arte. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las viejas técnicas egipcias de conservación hacen del
museógrafo una suerte de embalsamador. Preserva, conserva, prepara para la
eternidad. De allí que todos los grandes museos quieren contar con un sarcófago
como fetiche. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Con la ilusión de que sus obras sean por fin admitidas en
los museos, hay artistas que se esmeran en producir directamente momias.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Cada nuevo museo pretende poner un dique a la erosión de ese
apolillado espejismo que llamamos la posteridad. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El arte en la vida, aun si termina embalsamado en el museo,
tuvo que abrirse paso en la calle, bajo la luz escéptica o distraída de la
rutina y el desinterés. El arte para el arte (no confundir con <i>l’art pour l’art, </i>aquella vieja consigna),
el arte destinado al museo desde su concepción, es convencional en cuanto
responde a la hiperconsciencia de sí mismo, de su historia, de sus reglas de
juego que, aun cuando las rompa, las perpetúa. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El arte para el arte es esotérico; habla el lenguaje
técnico, especializado, de su disciplina. Pero a diferencia de lo que ocurre
con la física teórica, por ejemplo, que se preocupa por su divulgación, el arte
para el arte la desdeña, ya que busca mantener a toda costa su aura de
exclusividad, su condición de “sólo para iniciados”. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La coreografía social en la
sala de exposiciones, llena de guiños y sobreentendidos, es siempre la
pantomima de los que quieren demostrar su participación en una suerte de
cofradía. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Reducido a sus elementos
espaciales más básicos, el museo es una caja, un embalaje para la auto referencia,
una cámara narcisista donde el arte se contempla a sí mismo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Muchas veces la sala del museo es sólo un descanso en la
escalera que lleva las obras a la bodega del sótano. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
“Museos y mausoleos se conectan por algo más que
asociaciones fonéticas. Los museos son los sepulcros familiares de las obras de
arte.” T. W. Adorno<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
A fin de disimular su atmósfera sepulcral, la arquitectura
de los museos prescinde ahora rigurosamente del mármol. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Gesto: llevar flores a los
museos como se lleva flores a los cementerios. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Tantas veces se ha dicho que los museos son necrópolis, depósitos
de arte muerto, que los guardias de sala se empeñan en parecer cadáveres. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Que en paz descanse <i>El
gran vidrio</i>. Mi más sentido pésame a <i>La imposibilidad física de la muerte en la mente de
alguien vivo</i>. Quizá la inspiración —y el museo, como recinto
dedicado a las musas, convoca la inspiración— requiere del festín de los
gusanos devorando el arte muerto. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
“La <i>vida</i> en el museo es como hacer el amor en el cementerio.” Allan
Kaprow <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
“Mármol” y “formol” son dos malas palabras —dos términos de
mal agüero— que el curador evita escrupulosamente. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Obras de arte que cuelgan de las paredes como mariposas
atravesadas por un alfiler. Quieren convencernos de que alguna vez volaron. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Si los museos son ahora nuestras iglesias —como reza el
cliché—, se diría que las nuevas formas de devoción pasan por el desconcierto y
la perplejidad, cuando no por el enfado.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El fin del arte (tal como lo conocemos), defendido por
Arthur C. Danto, no augura la muerte del museo sino todo lo contrario: su
importancia y supremacía. Sin un espacio propicio que les confiera un
significado, los objetos de la experiencia común estarían condenados a su
condición profana. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En las bóvedas del museo se
respira, como escribió Cocteau, el espíritu religioso al margen de cualquier
religión precisa.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Al comienzo de<i> El
museo imaginario</i> André Malraux subraya una obviedad en la que casi nunca se
repara: “Un crucifijo románico no era originalmente una escultura, la Madonna
de Cimabue no era un cuadro, tampoco la Palas Atenea de Fidias era una
estatua.” La transformación de un objeto en obra de arte por obra y gracia de
su ingreso al museo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
“Las cucharas africanas talladas en madera no eran nada en
el momento en que fueron hechas, eran simplemente funcionales; después se
convirtieron en cosas hermosas: <i>obras de
arte</i>.” Marcel Duchamp<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Mediante el readymade, Duchamp da la vuelta y reduce al
absurdo —es decir <i>continúa</i>— una práctica natural desde el nacimiento y
consolidación del museo: salvar determinadas cosas de la erosión de lo
cotidiano para garantizar su permanencia. Exactamente como si se tratara de un
arca de Noé ante el diluvio incesante del tiempo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
A casi un siglo de distancia, el atrevimiento de Duchamp, a
fuerza de repetirse, se ha trivializado o, visto desde otra perspectiva, se ha
institucionalizado. Su postura insolente y crítica frente a determinadas <span lang="ES-MX">suposiciones
sacralizadas del arte </span>—<span lang="ES-MX">creatividad, trascendencia, habilidad profesional,
espiritualidad</span>— se desgastó como un
chiste repetido, transfiriendo esa sacralidad al único entorno donde todavía
podría provocar risa. Los readymades de Duchamp abrieron las puertas del
museo a “lo no estético, lo inútil y lo injustificable”, donde paradójicamente
terminarían por estetizarse, valorarse y justificarse.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Lo que hizo Duchamp con la entrepierna de una mujer lo
hicieron otros con su ironía: la vaciaron en yeso, la confinaron a un molde. Y
ahora abarrotan los museos con esa producción en serie del reverso de la
ironía, con su versión “en positivo”.<o:p></o:p><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWCmgPM57Rkrn1XfmaPU_xfLNAPOvNU-JKBZeEc58jHI6Y2XNwPAZSaK3IALa2a0F9NmAEr2nI6r-SBwx1JFDCHqLCW4VthiTjnfPevZeWRuBe-h81z_ihMT56nJSsboNScMgg-IloB5s/s1600/Big_Gallery_Image_55.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><span style="color: black;"><img border="0" height="348" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWCmgPM57Rkrn1XfmaPU_xfLNAPOvNU-JKBZeEc58jHI6Y2XNwPAZSaK3IALa2a0F9NmAEr2nI6r-SBwx1JFDCHqLCW4VthiTjnfPevZeWRuBe-h81z_ihMT56nJSsboNScMgg-IloB5s/s400/Big_Gallery_Image_55.jpeg" width="400" /></span></a></div>
</div>
<div class="MsoNormal">
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: x-small;">Marcel Duchamp, <i>Feuille de vigne femelle</i>, 1950. </span></div>
<br />
“El readymade es un arma de dos filos: si se transforma en
obra de arte, malogra el gesto de profanación; si preserva su neutralidad,
convierte el gesto mismo en obra. En esa trampa han caído la mayoría de los
seguidores de Duchamp: no es fácil jugar con cuchillos.” Octavio Paz<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Fuera de la bienal, la caja de zapatos de Gabriel Orozco es
como la copa del santo Grial días antes de la muerte de Cristo. Un objeto más
entre los objetos. El artista requiere como nunca de un domo favorable, de una
caja de resonancia, de un techo protector.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Vértigos que podríamos
llamar “chinos”: Una caja adentro de una caja adentro de una caja. Un telón que
se abre a otro telón que se abre a otro telón.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El paralelismo con la
condición dual —humana y divina— de Cristo, ha llevado a que Arthur C. Danto y Boris
Groys sugieran que los readymades introdujeron un tipo de cristiandad en el
arte —una cristiandad, habría que
añadir, que no promete consuelo, sino más bien incomodidad. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Curadores, críticos y
directores de museo serían los apóstoles, los que se encargan de conferir un
halo a las cosas y de mover a la reverencia; convencernos de que esto no es un
simple objeto, sino un milagro; de que efectivamente las piedras se
transformaron en panes.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
No es raro que una exposición
produzca el mismo efecto que la ostia en el paladar del ateo: el de una lámina
insípida que se disuelve al instante. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El linaje de todo coleccionista se remonta a Noé. ¿Qué otra
cosa es el museo sino una variedad estática del arca? ¿Qué busca sino resistir
al diluvio del tiempo y el olvido? Por ello, porque sabemos que corre por sus
venas la sangre de Noé, no es infrecuente que al visitar una exposición uno se
pregunte si el coleccionista no estaría completamente borracho al elegir <i>eso</i>.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Por más que la visita al
museo sea hoy un fenómeno de masas, y en su interior impere el bullicio, el
cansancio y aun la estampa de unos padres cambiando pañales, nunca se pierde
ese ambiente grave, pontificial, en el que uno está dispuesto a arrodillarse
frente a las obras maestras. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las galerías se llenan de secreciones y cabellos, de
excremento y uñas. En un mundo secularizado, tal como lo intuyó Manzoni, los
detritus y despojos del artista satisfacen nuestra necesidad de devoción; son
nuestra nueva provisión de reliquias.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El desfallecimiento de Stendhal, deslumbrado por la obra de
arte, sucedió en un iglesia. El ahora llamado “síndrome de Stendhal” se
multiplica en los museos. En la calle, en la vida diaria, el encuentro fortuito
con el arte —con el arte se diría <i>desnudo</i>—
suele pasar inadvertido.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Tres días después de un
concierto multitudinario en Boston, Joshua Bell, uno de los mejores violinistas
del mundo, tocó en una estación del metro de Nueva York como cualquier músico
aficionado que intenta ganarse la vida. Sólo una persona lo reconoció. A lo
largo de casi tres cuartos de hora, recaudó 32 dólares y 17 centavos (el boleto
para escucharlo en Boston costaba cien). Desde luego nadie lo anunció ni se
cortó un listón.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
¿La vida? Hordas de objetos ordinarios, de entidades
ultrafamiliares, que se amontonan a la entrada del museo esperando una
oportunidad. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Liberar un espécimen de la
rutina, de las asociaciones consabidas que lo envuelven, y colocarlo con todo
cuidado en un frasco, lata o vitrina. A eso hemos convenido llamarle
“originalidad”.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
“Cualquier cosa que se asemeje a un readymade se convierte
automáticamente en otro readymade. El círculo se cierra: mientras que el arte
se inclina a imitar a la vida, la vida imita al arte. Todas las palas para
nieve en las ferreterías imitan a la de Duchamp en un museo.” Allan Kaprow<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
A casi un siglo de que el urinario irrumpiera en el espacio
sacrosanto del museo, no hay decreto que obligue a colocar, debajo del
extinguidor, una cédula que indique:<span style="font-family: "Brush Script MT"; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-hansi-font-family: "Brush Script MT";">
“Esto no es una obra de arte.”</span><o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
También el clavo solitario en la
pared exige ser respetado como readymade.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Sin necesidad de una lima o
un cincel, tan sólo sacando las cosas de contexto, el artista borra la pátina
de la costumbre, esa costra que las opaca y vuelve invisibles. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Ya que en la galería no
parecían suficientemente “reales”, Warhol se vio en la necesidad de fabricar,
como una escultura, las célebres cajas Brillo. A diferencia de Duchamp, que
pretendía una neutralidad estética para sus readymades, Warhol dio otra vuelta
de tuerca estetizando lo cotidiano.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Warhol entendió que había
que dotar de un carácter plástico —y no
sólo filosófico— al acto crítico del
readymade de Duchamp, pues la filosofía, como tal, no vende.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El museo impone una barrera al lugar común a fin de delimitar
lo que vale. Desde el punto de vista económico es una maniobra maestra, que
hace que el dinero, lugar común por excelencia, no se quede en el lado
equivocado.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Así como el Dr. Johnson
pateó una piedra para refutar el idealismo de Berkeley, podríamos sospechar que
la señora de la limpieza del museo Ostwall que removió la mancha de cal de la
pieza de Martin Kippenberger era una humorista, una iconoclasta, una
desacralizadora. No es difícil imaginar que, mientras tallaba la palangana de
la obra, valuada en miles de dólares, canturreara jovialmente: “Una tina es una
tina es una tina.”<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La pieza de Kippenberger, <i>Cuando empieza a gotear el techo</i>,
intervenida por el personal de limpieza para literalmente <i>fregarla</i>, podría ser considerada una nueva obra en colaboración, en
cuya cédula se leería: <i>El museo haciendo
agua. <o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Preveo un comando de artistas —digamos de pintores
recalcitrantes—, disfrazados de personal de limpieza. Su cometido: tirar a la
basura las latas de mierda de Piero Manzoni, limpiar las manchas de grasa que
dejó Joseph Beuys, tender la cama de Tracey
Emin. Su nombre: Comando de Limpieza Brillo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La iconoclasia también puede practicarse en sentido
contrario: en lugar de destruir, agregar. Artistas que añaden una pieza que no
estaba en el catálogo, una obra intrusa que nadie aprobó que se coleccionara y
que, sin embargo, con el descaro de lo repentino, figura al lado de las obras
maestras, quién sabe si peleando su lugar entre ellas o más bien contaminando
el recinto con su halo profano y corrosivo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Banksy desliza subrepticiamente un cuadro —un viejo y
consabido emblema del arte—, al recinto acotado y vigilado del museo. Con este
tipo de arte polizón, con estas Adquisiciones No Solicitadas, burla y se burla
de la aduana de comisarios, curadores y coleccionistas encargados de decidir,
promover y cotizar lo que considera digno de la permanencia del arte. El gesto,
como es obvio, termina por formar parte del acervo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El museo también controla y
condiciona las reacciones del espectador. No abucheos ni aplausos ni danzas de
euforia; sí bostezos, fotos sin flash y desmayos. Desde luego “tocar” está
proscrito, no sólo porque amenace la integridad de la obra, sino
fundamentalmente porque se borra la distancia; tocar se parece demasiado a la
vida. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Rodchenko dio la voz de ataque: “El arte en la vida.”
Encontró un eco en la Internacional Situacionista, más tarde en el movimiento
Fluxus, reverberó como nunca en la <i>Educación
del des-artista </i>de Allan Kaprow. Para
Robert Smithson el museo no es más que una suerte de cárcel, el recinto que
hemos erigido para el confinamiento cultural. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Latas de sopa. Latas de mierda. Se diría que la vida diaria
no hace su aparición en el museo más que enlatada.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgr2STCfifwR5cTgx0nLmffp0FAdlifKh8qM9TB4Nhp4mFNWUslcL_cKqvL2w7X636xg6cHii9qLZoGxoIjrm6Cd54W_7i23cZYDTZOZtIdn6F4YezMTPjMBe_djd9giE_v4ovUKe9PjsQ/s1600/f3db0301cd6.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><span style="color: black;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgr2STCfifwR5cTgx0nLmffp0FAdlifKh8qM9TB4Nhp4mFNWUslcL_cKqvL2w7X636xg6cHii9qLZoGxoIjrm6Cd54W_7i23cZYDTZOZtIdn6F4YezMTPjMBe_djd9giE_v4ovUKe9PjsQ/s400/f3db0301cd6.jpeg" width="395" /></span></a></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: x-small;">Piero Manzoni, <i>Merda d'artista</i>, 1961.</span></div>
<br />
Si se alcanza algún día el viejo sueño nietzscheano de que
la vida diaria se estetice, de que todos entendamos la existencia como una obra
de arte, surgirían entonces santuarios de ordinariez, reductos profanos donde
impere la más descarada utilidad.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Dar la espalda al museo como un paso hacia la secularización
del arte ¿implica que no se incorporará más adelante al museo, ni siquiera como
“documentación”? En ese caso, como quería Allan Kaprow, sería un arte que no
puede ser identificado como tal. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Obras de arte que suceden antes
(o al margen) de que se descorra el telón.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
También las obras de arte desaparecen. Se pudren o mueren o
simplemente se extravían. La pregunta sería si pueden vivir solamente como
leyenda. ¿Es el rumor un “soporte” adecuado para el arte?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El último toque a una obra es la admiración que le otorgamos
como espectadores. Tal vez la obra de arte no está completamente terminada sino
hasta que cae en el olvido.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Los performances y happenings que suceden al interior de un
museo, por más desorbitados y radicales que sean, se contagian inevitablemente
de cierta tiesura y gravedad. Pero Von Hagens y Madame Tussauds son sólo
comparsas en este efecto de cera y plastinación. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El llamado a la destrucción de los museos que, entre otros,
lanzaron Bakunin y los dadaístas, tiene el inconveniente de que arrasa también
con Mnemósine, la madre de las musas. Sin memoria, no tardarían en parecernos
audaces los bodegones.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La vanguardia, esa cruzada siempre bélica a favor de lo
nuevo, atenta una y otra vez contra la institución del museo precisamente
porque reduce el espacio de posibilidad de lo nuevo. Sin museos ya no sería
imposible, como decía Malevich, pintar el culo gordo de Venus como si fuera la
primera vez.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las ruinas del museo —si es que ya están aquí— son
doblemente sacras, pues participan del prestigio de lo que se vino abajo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Dinamitar el museo, como incendiar la biblioteca, son actos
simbólicos que cada artista realiza en su cabeza para aspirar a ser incluido un
día en el museo o la biblioteca. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Un museo cuyos límites sean difusos y movedizos como los de
la jungla sería provocador y desconcertante: nos haría dudar todo el tiempo,
detenernos con ojo inquisitivo ante cada cosa que encontráramos en el camino.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En el Bosque de Chapultepec (o en las inmediaciones del
Paseo del Prado), hay algo a todas luces desfasado: digamos un refrigerador. Alguien
entonces pregunta: —¿Ya estamos en el museo?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Quizá la aspiración de que la vida cotidiana sea vivida como
obra de arte necesita de que entremos a un museo cuyas puertas conduzcan a la
vida cotidiana.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
A la salida del museo las cosas ya no son lo que eran. Con
la percepción alerta, al mismo tiempo inclinados a la reflexión y a la
receptividad, nos topamos inmediatamente con la tienda. La tienda del museo es
la promesa de alargar esa estela, de llevar a nuestra vida un poco de esa atención
extática, de esa <i>diferencia</i>.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Mientras el museo sea esa gran institución que se escribe
con mayúsculas, que ostenta el poderío de una nación, la experiencia estética
seguirá imantada fundamentalmente a lo que pasa en su interior.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
“Los museos son el invento de una humanidad que no tiene
puesto para las obras de arte, ni en su casa, ni en su vida.” Nicolás Gómez
Dávila<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Si el contexto es el propiciador de sentido —el equivalente
a la <i>forma</i> en el arte de la
antigüedad— el museo es el más universal y estable de todos los contextos —el
contexto artístico por excelencia—, pero no el único. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Las bodas de lo sublime y lo banal. Si en el museo cabe lo
que es tachado de basura, no es inconcebible un vertedero de basura como museo.
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Cuado las colecciones de la realeza abrieron sus puertas a
todos los estratos sociales, comenzó la era del museo. Pero el carácter
extraordinario, en última instancia aristocrático de la experiencia que deparan,
no se diluirá del todo sino hasta que acudir a un museo sea tan cotidiano como
acudir a una tienda de abarrotes.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
En el arte el contexto es tan crucial
como en un chiste.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
La era de los museos portátiles: zonas cambiantes, por
definición efímeras, a medio camino entre el museo convencional y los parajes
remotos del <i>land art</i>, donde el arte
sucede como en un picnic. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
El museo instantáneo, que cabe ya no digamos en una maleta,
sino en el bolsillo, podría crearse con una cinta amarilla parecida a la que
usa la policía para delimitar el lugar del crimen.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5X4MrSyEk8suvQwbLmzTKrhmgpoOt60JkNyLVfui-ZJzcd0w1xv8fZmxp4fvhcobyTNcXT5w1VFqBAmBqicvfFsHb4v97sPq4fdm0OVtvKM0jczyAtVbEtwzEmErh_-fdumNum4ZzPVM/s1600/tracey-emin-my-bed.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="color: black;"><img border="0" height="286" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5X4MrSyEk8suvQwbLmzTKrhmgpoOt60JkNyLVfui-ZJzcd0w1xv8fZmxp4fvhcobyTNcXT5w1VFqBAmBqicvfFsHb4v97sPq4fdm0OVtvKM0jczyAtVbEtwzEmErh_-fdumNum4ZzPVM/s400/tracey-emin-my-bed.jpeg" width="400" /></span></a></div>
<div style="text-align: center;">
<span style="font-size: x-small;">Tracey Emin, <i>My Bed</i>, 1998.</span></div>
<br />
<br />
* Este texto forma parte del catálogo de la exposición <i>Primer acto</i> (curaduría de Andrea Torreblanca) del Museo Tamayo.<br />
<br /></div>
<!--EndFragment-->Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-20488819701365426442012-12-21T08:03:00.000-08:002012-12-21T08:03:15.193-08:00Quince islas para el ensayo en México<i>Antes que un canon, me propuse hacer una lista personal de los libros más significativos y logrados del ensayo en México. Es difícil saber si comparten algo más allá de la convicción, después de todo no muy difundida, de que el ensayo es invención, un arte de la imaginación y el pensamiento, más que un mero vehículo para comunicar ideas. Algunos libros que enumero están relacionados entre sí, por temperamento o forma, pero en realidad prefiero pensarlos como experimentos solitarios, casi como vértebras sueltas, de una columna vertebral de la literatura mexicana que, pese a su calidad indudable, quizá nunca ha sabido sostenerse en pie a los ojos de los lectores.</i><br />
<i><br /></i>
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjN-TSdXR_EYxdtteoQKL53TwPiK5cAh3n5RYdIgYX5Qa1QqZqalBqa3ZD01dp4tdSxzTRNHRvOwjBpa_Ks2yPX9EMHQ23bSMaLgSEksLa77B7dFl84uPAMN0WAp0MRc6fbTR8MSHfSdLM/s1600/Disertacio%CC%81n+telaran%CC%83as+web.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjN-TSdXR_EYxdtteoQKL53TwPiK5cAh3n5RYdIgYX5Qa1QqZqalBqa3ZD01dp4tdSxzTRNHRvOwjBpa_Ks2yPX9EMHQ23bSMaLgSEksLa77B7dFl84uPAMN0WAp0MRc6fbTR8MSHfSdLM/s320/Disertacio%CC%81n+telaran%CC%83as+web.jpg" width="223" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div>
<span style="font-size: large;"><i>Disertación sobre las telarañas</i> de Hugo Hiriart</span></div>
<div>
El juego, el humor y la inteligencia se combinan para crear piezas audaces, de una erudición engañosa. De la metafísica al hot dog y del huevo a las dedicatorias, los ensayos breves de este libro son tan inventivos como desopilantes. Si fueran más conocidos serían la envidia de cualquier literatura.<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvR1LrbjvYUG7RsZh0t0Bbuz8xNu02vgobONkujLKftb8z4l-y2hma2VHX7CEbve8rS4hPkauQBDe0dNIJIb1g2EK26DauK6COu9J7U0fjmNXtvgZ61hXsGPerPkHVyQtgHgb3IAaSPhs/s1600/De+fusilamientos+web.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvR1LrbjvYUG7RsZh0t0Bbuz8xNu02vgobONkujLKftb8z4l-y2hma2VHX7CEbve8rS4hPkauQBDe0dNIJIb1g2EK26DauK6COu9J7U0fjmNXtvgZ61hXsGPerPkHVyQtgHgb3IAaSPhs/s320/De+fusilamientos+web.jpg" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<br />
<span style="font-size: large;"><i>De fusilamientos</i> de Julio Torri </span><br />
Un libro impuro, extravagante y genial, que va de la narración al aforismo y de vuelta a la reflexión irónica. Es fácil advertir la huella de Torri en autores como Kafka y Borges, que nunca lo leyeron; en otros, como Arreola o Luis Ignacio Helguera, que lo frecuentaron hasta el cansancio, la sombra de Torri es casi corpórea.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGo0gx1W4XffQwOgEfS0yZoHZ3Hih4ueymlRHdcc9KeFtm_ANj2cT4VHXKrC3oAkIKoUwmFxR6U31f0XuU5yB6VONy-4S24B-4qGrzf7UAiu-B8gZZvNzjIjoNlLQv2gKTTUBtFFCPTrI/s1600/Movimiento+perpetuo+web.jpg"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGo0gx1W4XffQwOgEfS0yZoHZ3Hih4ueymlRHdcc9KeFtm_ANj2cT4VHXKrC3oAkIKoUwmFxR6U31f0XuU5yB6VONy-4S24B-4qGrzf7UAiu-B8gZZvNzjIjoNlLQv2gKTTUBtFFCPTrI/s320/Movimiento+perpetuo+web.jpg" width="214" /></a></div>
<br />
<span style="font-size: large;"><i>Movimiento perpetuo</i> de Augusto Monterroso</span><br />
En México hay tres grandes escritores inclasificables: el guatemalteco Augusto Monterroso. Su prosa breve y de rara intensidad —que se antoja espontánea a fuerza de trabajo— se ocupa de la mosca, tema ancestral que, en sus manos, se vuelve inabarcable.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjE7FslZv028db3g9e7yCen9ykmLPZN-y37DPqOnptFJ6yszRFhGzLmd77hVp539dEC_5-Y611o6oXS1OXfBhc6kWXgpgIuSlLt06CJxOTO_aQUB78EiyYBsFdwAKhF0oFTMOhIHOpRllQ/s1600/Cuaderno+de+escritura+web.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjE7FslZv028db3g9e7yCen9ykmLPZN-y37DPqOnptFJ6yszRFhGzLmd77hVp539dEC_5-Y611o6oXS1OXfBhc6kWXgpgIuSlLt06CJxOTO_aQUB78EiyYBsFdwAKhF0oFTMOhIHOpRllQ/s320/Cuaderno+de+escritura+web.jpg" width="204" /></a></div>
<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><i>Cuaderno de escritura</i> de Salvador Elizondo</span><br />
Un volumen que explora las vicisitudes de la escritura: de la escritura como experiencia pero también como cosa mentale. En cuanto falso cuaderno aloja, a manera de larva, tres o cuatro libros posibles (o quién sabe).<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><i>Ver</i> de Francisco González Crussí</span><br />
Cada libro de este médico/escritor consigue poner en equilibrio tres componentes de difícil alianza: la experiencia profesional, el conocimiento libresco y la mirada personal. En Ver desembocan muchas de las obsesiones del autor, resueltas con su particular y un tanto desfasada elegancia.<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><i>De la amorosa inclinación a enredarse en cabellos</i> de Margo Glantz</span><br />
Como muchos libros de ensayo, más que propiamente un libro se trata de un gabinete de curiosidades o, como su autora prefiere catalogarlo, un relicario. Su tema es tan descabellado como experimental su escritura, mezcla de investigación rigurosa y deschongue.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEikGjTMZ8lAFrPrElLa8pvvjHt-RpwEAv8hS4aVRFtc0Cnnhvh1E-H7uKS9-nxK4KHosb7M5NByE3aFCXct5WZ4BF23nY9_MJiUXXN8ZsCIROXkd6Mepf0RQDpmoB9x5lQ8ptnAEd4Q6SA/s1600/Apariencia+desnuda+web.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEikGjTMZ8lAFrPrElLa8pvvjHt-RpwEAv8hS4aVRFtc0Cnnhvh1E-H7uKS9-nxK4KHosb7M5NByE3aFCXct5WZ4BF23nY9_MJiUXXN8ZsCIROXkd6Mepf0RQDpmoB9x5lQ8ptnAEd4Q6SA/s320/Apariencia+desnuda+web.jpg" width="219" /></a></div>
<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><i>Apariencia desnuda</i> de Octavio Paz </span><br />
La prosa de Paz es más penetrante y lúcida cuando se aparta de preocupaciones sociológicas y se convierte en un ejercicio creativo de crítica, como en este texto sobre Duchamp. Genio de la glosa, de la asimilación imaginativa para ver más, aquí queda de manifiesto que Paz entendía la inteligencia como una aventura.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHS3NvJ5chsKZN7MhzpBBIwc6XA8WsEcTUmLir6wIC303qnv2u5uqeGjmrv9GfYXm_Q5vOhDSprdaMu4PLGDOiu99hiHaOFwtcVODf_aCBPNWy2qlfUOM8Np5rwkeiZJ8tWTCWh9u10hs/s1600/Arte+fuga+web.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHS3NvJ5chsKZN7MhzpBBIwc6XA8WsEcTUmLir6wIC303qnv2u5uqeGjmrv9GfYXm_Q5vOhDSprdaMu4PLGDOiu99hiHaOFwtcVODf_aCBPNWy2qlfUOM8Np5rwkeiZJ8tWTCWh9u10hs/s320/Arte+fuga+web.jpg" width="214" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<span style="font-size: large;"><i>El arte de la fuga</i> de Sergio Pitol</span><br />
Aunque es un libro que incluye una variedad de géneros literarios (entre ellos la crónica, las memorias y el diario), su búsqueda es eminentemente ensayística: salir en pos de sí mismo para entonces llevarnos a todos lados.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><i>En defensa de lo usado</i> de Salvador Novo</span><br />
Es posible que al escribir sus Ensayos Montaigne buscara un lugar desde el cual acercarse a lo cotidiano. Así también entiende el género Novo: como una vía para reflexionar —para volver a visitar— lo que nos rodea, lo familiar y más próximo.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<span style="font-size: large;"><i>¿Por qué tose la gente en los conciertos?</i> de Luis Ignacio Helguera</span><br />
Artista del destello, de lo fugitivo y lo anormal —de lo impredecible—, Helguera escribía prosas breves que, con el pretexto de hablar sobre cualquier cosa, no hablaban sino de sí mismo, en una suerte de autorretrato fragmentario tan melancólico como proclive al autoescarnio.<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><i>Manual del distraído</i> de Alejandro Rossi</span><br />
Plutarco de vidas patéticas, coleccionista del absurdo, explorador de lo banal y lo aparentemente insignificante, Rossi abjura de la filosofía académica para emprender, a la manera de Borges, la búsqueda casi mítica, no por ello menos irónica, de la página perfecta.<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><i>En busca de un lugar habitable</i> de Guillermo Fadanelli</span><br />
Una preocupación humanista está en el origen de los ensayos de Fadanelli, de allí que todos sean críticos y personales a un tiempo. La página, para él, es un lugar de inestabilidad, en que las preguntas, incluso las más abstractas, surgen y vuelven a la propia experiencia.<br />
<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<br />
<span style="font-size: large;"><i>Ensayos para un desconcierto</i> de Heriberto Yépez</span><br />
Iconoclasta y provocador, en este libro la experimentación es otro nombre de la crítica. Con algo de delirio y de juego, Yépez consigue hacer del ensayo un atentado terrorista, siempre dispuesto a encender la polémica.<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><i>De eso se trata</i> de Juan Villoro</span><br />
Lejos de un acercamiento impersonal a libros y autores, para Villoro la lectura es una experiencia, un acontecimiento tan íntimo como intransferible, que puede compartirse a través de la escritura. Si la inteligencia y el ingenio pueden ser un lastre para la narrativa, aquí son aliados de la pasión.<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><i>El cazador</i> de Alfonso Reyes</span><br />
Estuve a un milímetro de completar el escándalo de no incluir a Reyes en esta lista. ¿La razón? Que su arte ensayístico está desperdigado en páginas memorables, pero no en un libro indiscutible. (Rechazo entender El deslinde como ensayo y desde luego como un gran libro.) Pero El cazador reúne esa plasticidad y agudeza que hacen de Reyes el mejor exponente de su visión híbrida del ensayo.<br />
<br />
<span style="font-size: x-small;">Publicado originalmente en <i>Este país</i>, núm. 259, noviembre de 2012.</span><br />
<div>
<div>
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</div>
</div>
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Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-50141594725204804042012-11-04T16:13:00.000-08:002012-11-04T16:40:21.158-08:00El hombre ciego a la belleza<!--[if gte mso 9]><xml>
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<!--StartFragment-->
<br />
<div class="MsoNormalCxSpFirst" style="line-height: 200%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; mso-add-space: auto;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;">A
diferencia de los que padecen el síndrome de Stendhal, que sufren vértigo y
palpitaciones ante a una obra maestra, el Hombre de la Mancha en el Ojo no
experimenta nada frente a la belleza. Si acaso siente a veces un poco de
estupor, ese estupor confuso y un tanto vergonzoso de quien se sabe diferente y
se da cuenta de que sus cuerdas sensibles no han sido jamás rasgadas por los
dedos del arte. Si está ante un cuadro, por ejemplo, le parece como si hubieran
desparramado tubos de pintura de forma arbitraria y tosca; si acude a una sala
de conciertos, las notas se niegan a formar relaciones armónicas en sus oídos, y
más bien la música lo atormenta como si proviniera de instrumentos infernales y
desarticulados sin otro fin que enloquecerlo. Si lee un poema o un cuento, es
capaz de seguir el hilo, de “captar el sentido”, pero de todas formas se queda
en blanco. Al igual que los que no pueden ver determinado color, está ciego a
la experiencia estética; toda una franja de la realidad le ha sido por completo
vedada, lo que lo hace parecer impasible, reservado y flemático, aunque por lo
demás sea un hombre del todo normal.</span><br />
<div style="text-indent: 0px;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;"> Cuando era niño, todos creían que esa incapacidad tenía que ver con la
opacidad vítrea de su ojo izquierdo. Nació con esa especie de nubosidad
permanente que, sin embargo, no alteró su visión; pero el hecho de que, a nivel
auditivo, sufriera una indiferencia o insensibilidad parecida —que la música lo
dejara siempre frío—, despejó el temor de que su mal proviniera directamente de
la mancha. Aunque siempre habían tenido cierta aprensión con todo lo
relacionado al humor vítreo de su hijo, sus padres se alarmaron por primera vez
tras descubrir que él prefería ver la televisión cuando ya no había nada que
ver, cuando la programación había concluido y en la pantalla sólo desfilaba un
avispero de brillos y zumbidos conocido como </span><i style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">nieve</i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">. “No es que encuentre mucha diferencia entre la nieve de la
pantalla y una película —suele explicar—; pero al menos la primera me resulta
más tranquilizadora, quizá porque entonces no tengo la obligación de sentir
algo."</span></div>
<div style="text-indent: 0px;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 48px;"> </span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">Desde aquella madrugada en que sorprendieron a su hijo hipnotizado por una
pantalla chisporroteante y sin sentido, estaba claro que su destino sería
singular. Quisieron ayudarlo, “sensibilizarlo”; puesto que no sabían si se
trataba de una variedad de autismo, temieron que de no abrirle los ojos a la
belleza estaría condenado a convertirse en un psicópata o un criminal.</span></div>
<div style="text-indent: 0px;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 48px;"> </span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">Pero nada ha funcionado. Las cosas son indiscernibles para él desde el
punto de vista estético: ya no digamos las bellas artes, la comida, la ropa, todo
le da lo mismo; si le dan a elegir entre una habitación con vista a un jardín y
otra con vista a un muro gris, sencillamente se alza de hombros. Pese a que le
gusta jugar futbol, dos jugadas de gol en un partido —una soberbia, la otra azarosa
y torpe— tienen igual peso en su ánimo en razón de que ambas alteraron el
marcador. Es como si las contemplara desde la rejilla chata del sistema binario;
como si entre él y la realidad se levantara un vidrio gélido e infranqueable, parecido al desasimiento o a la depresión. Alguien lo describió como aquel desdichado que nunca
ha visto la tela colorida del velo de Maya; otro, como el infaltable
aguafiestas que siempre ve desnudo al emperador. Antes de la pubertad, todas
las niñas le eran odiosas; después de la pubertad, todas las mujeres lo excitan
por igual, y él mismo reconoce que se trata de una agradable atracción puramente
animal. Se entiende que enseñarlo a apreciar a los grandes maestros raya en una
empresa ridícula.</span></div>
<div style="text-indent: 0px;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 48px;"> </span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">Por consejo de una
amante, una vez hizo el viaje a Florencia, con el propósito de visitar la
Galeria degli Uffizi, ese rincón del mundo en donde se registran más sobredosis
de belleza, pero en especial para conocer la Basílica de Santa Croce, el lugar
donde Stendhal estuvo a punto de desmayarse por las sensaciones celestes que le
infundió la nave principal. Pero ya una vez allí, separado de la abundancia de
belleza como el loro del reino del significado, el Hombre de la Mancha en el Ojo
se limitó a hacer un cálculo de la gente que cabría cómodamente sentada en su
interior.</span></div>
<div style="text-indent: 0px;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 48px;"> </span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">Un poco en broma, ya que lo había escuchado describir los cuadros como “meras
manchas”, su hermano lo llevó en una ocasión a ver la obra de Jackson Pollock. Para
su propia sorpresa, frente al primero de los cuadros, el hombre ciego a la belleza
sonrío. Como si quisiera retorcer su humor más de la cuenta, exclamó que </span><i style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">eso </i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">al menos no tenía la confusión y
gratuidad de un Tiziano.</span></div>
</div>
<div class="MsoNormalCxSpMiddle" style="line-height: 200%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; mso-add-space: auto; text-indent: 36.0pt;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></div>
<table cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: left; margin-right: 1em; text-align: left;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgHaxk0v1SJd55Q7HsBH1jRxQag1GHcZMoi3BMKI69zPM8X_s6O3LUGyY2zlIMYGIurCX7OloHsrDmIq-hYBrQhAhsG2vJcs35Ry4dcSEt6qkHidPEwNX9MJZcIK_xAGcu8gATa14SI5nE/s1600/pollock_32_1950.jpeg" imageanchor="1" style="clear: left; margin-bottom: 1em; margin-left: auto; margin-right: auto;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><img border="0" height="374" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgHaxk0v1SJd55Q7HsBH1jRxQag1GHcZMoi3BMKI69zPM8X_s6O3LUGyY2zlIMYGIurCX7OloHsrDmIq-hYBrQhAhsG2vJcs35Ry4dcSEt6qkHidPEwNX9MJZcIK_xAGcu8gATa14SI5nE/s640/pollock_32_1950.jpeg" width="640" /></span></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif; font-size: small;">Pollock 32 (1950)</span><br />
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif; font-size: small;"><br /></span></td></tr>
</tbody></table>
<br />
<div class="MsoNormalCxSpMiddle" style="line-height: 200%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; mso-add-space: auto; text-indent: 36.0pt;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormalCxSpMiddle" style="line-height: 200%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; mso-add-space: auto; text-indent: 36.0pt;">
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormalCxSpMiddle" style="line-height: 200%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; mso-add-space: auto; text-indent: 36.0pt;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">Al día siguiente, su hermano lo llevó a un taller de carpintería, donde
las sierras eléctricas y los martillos creaban un auténtico aquelarre acústico,
un estrépito informe y destemplado. Le pidió que se detuviera en el umbral y
cerrara los ojos. “Sí, aquí hay </span><i style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">algo</i><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">”,
dijo. Pero la verdad es que nunca ha pasado de allí. Un erizamiento leve de la
piel, si acaso la inminencia del goce artístico de cara al desorden. Sensaciones
—o subsensaciones— que lo atraviesan de vez en vez, como cuando mira un
vertedero de basura o cuando se topa con niños que juegan a la orquesta con
sartenes y cacerolas.</span><br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;"> </span><span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif; line-height: 200%; text-indent: 36pt;">Ya que carece de punto de comparación, es imposible hacerle entender que
el mundo que habita es un mundo disminuido y trunco. Él se limita a sonreír;
asegura que en ese mundo empobrecido no está solo, que incluso se atrevería a decir que son legión.</span></div>
<div class="MsoNormalCxSpMiddle" style="line-height: 200%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; mso-add-space: auto; text-indent: 36.0pt;">
<o:p></o:p><br />
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span>
<span style="font-family: Georgia, Times New Roman, serif;"><br /></span></div>
<!--EndFragment-->Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-21130808397685025782012-10-23T20:43:00.003-07:002012-10-23T20:43:57.751-07:00Aburrimiento y punk<br />
<div style="background-color: white; color: #222222; font-family: Arial, sans-serif; line-height: 21px; margin-bottom: 10px; padding: 0px;">
<span style="font-size: large;">Por Damián Tabarovsky</span></div>
<div style="background-color: white; color: #222222; font-family: Arial, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 10px; padding: 0px;">
<br /></div>
<div style="background-color: white; color: #222222; font-family: Arial, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 10px; padding: 0px;">
Salvo cuando escribe sobre Juan Villoro o sobre mí mismo, el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael suele tener razón. Obviamente ése es el caso en su Diccionario crítico de la literatura mexicana, donde refiriéndose al poeta y ensayista Luigi Amara (Ciudad de México, 1971) lo define como “un individualista a la inglesa”. “Individualista” en Amara implica no la adhesión a un ideario liberal sino, al contrario, la fruición de actualizar la vieja tradición libertaria, anarquista. Y sobre lo inglés, no me es muy difícil imaginar a Amara leyendo a William Hazlitt (¿en la edición de los Ensayos fugitivos muy bien traducidos para Conaculta por Carlos Avila Flores a fines de los 90?) textos como Sobre la gente desagradable, Sobre la falta de dinero u otros por el estilo del gran ironista inglés del 1800. Sutil ironía y una perspicacia para abrir grietas entre los objetos de la vida cotidiana definen el estilo de Amara, junto a una elegancia narrativa que no podemos más que envidiar. Buena parte del mundo de Amara puede leerse por sustracción, como una resta al mundanal ruido ambiente, al movimiento de las cosas: frente a los autos, Amara prefiere al peatón, y frente al caminar rápido, el peatón inmóvil. Casi como un elogio, o mejor dicho, una reposición, el restablecimiento de las condiciones de posibilidad para pensar afirmativamente la negatividad, la quietud, la lentitud. En uno de los poemas de A pie se menciona “la inminencia morbosa del tropiezo”, tema que reaparece en los ensayos del Peatón inmóvil, en la que realiza desde una “arqueología de los desperdicios” hasta una “vindicación del necio”, para terminar desembocando en un libro posterior, llamado Los disidentes del universo, en el que defiende “el deleite de hacer cola” (“por su lentitud connatural, próxima a lo viscoso, y acaso también por su retorcimiento, la cola está menos emparentada con la serpiente y la hormiga que con el anélido, con la lombriz de tierra, para ser más exactos, cuyos anillos vendríamos a ser precisamente nosotros”). Con un eco lejano a Robert Walser, Amara expresa una sensibilidad hacia la lentitud excéntrica, las tareas menores, los inadaptados y el surgimiento de la extrañeza en medio de eso que se nos aparece, en principio, como lo más familiar. Hace unos meses, en una muy fina edición de la editorial mexicana Sexto Piso (con pie de imprenta en España), apareció La escuela del aburrimiento, seguramente su libro más acabado, donde profundiza esa sensibilidad, esa erudición, esa capacidad para atrapar “lo eterno en lo transitorio”, como exigía Baudelaire.</div>
<div style="background-color: white; color: #222222; font-family: Arial, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 10px; padding: 0px;">
Pero también los ensayos de La escuela del aburrimiento dan una vuelta de tuerca, abren una perspectiva, creo, novedosa en su obra, o al menos en el repertorio de figuras literarias que pueblan su escritura. Luego de una cita hermosa de Francisco Tario (a quien tarde o temprano se empezará a leer en Buenos Aires), el libro de Amara discurre, inteligente y agudo, por un territorio que ya parece propio: la preservación del aburrimiento frente a la hiperactividad del mundo actual, del anacronismo frente a la velocidad, tomado de autores como Cyril Connolly o Iván Goncharov, entre muchos otros. Pero de repente, como una irrupción, Amara incluye también en la tradición del aburrimiento el punk, en especial A Boring Life (Una vida aburrida), tema de The Slits, banda femenina de punk rock, hoy algo olvidada. Y de allí salta a los Sex Pistols y al mejor Iggy Pop. Y entonces el libro cobra una dimensión inesperada y doblemente brillante. El punk como una forma de “devolverle a la sociedad (…) el aburrimiento salvaje que esa misma sociedad les prometía”. Si yo fuera editor de Sexto Piso, le ofrecería a Amara escribir un libro entero sobre el tema.</div>
<div style="background-color: white; color: #222222; font-family: Arial, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 10px; padding: 0px;">
<br /></div>
<div style="background-color: white; color: #222222; font-family: Arial, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 21px; margin-bottom: 10px; padding: 0px;">
Publicado originalmente en <i><a href="http://www.perfil.com/ediciones/2012/10/edicion_719/contenidos/noticia_0046.html">Perfil</a></i>. </div>
Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-77794886806851001622012-10-03T08:29:00.000-07:002012-10-13T07:08:17.442-07:00Presentación de "La escuela del aburrimiento"<div style="color: black; text-align: center;">
<span style="font-size: large;">El viernes 19 de octubre, a las 7:00pm, presentamos en Puebla: </span></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
<span style="font-size: x-large;"><i>La escuela del aburrimiento</i></span></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
<span style="font-size: small;">(Editorial Sexto Piso)<i> </i></span></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
Con la presencia un tanto bostezante de <span style="font-size: large;"> </span></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
<span style="font-size: large;">Guillermo Espinosa Estrada </span>y <span style="font-size: large;">Diego Rabasa</span></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
La cita es en <span style="font-size: large;">Librería Profética</span> (3 sur 701, Centro, Puebla).</div>
<div style="color: black; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="color: black; text-align: center;">
<b>Mojitos para el mal sabor de boca del hastío. </b></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div style="text-align: center;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiESKSrvy3jjgdbjlXO3pM7Nvk2Tp0Jxyb_6Bmtwo6B-tk2IG-V5S-eooe748aNGwOSxq7_SONjVwsqekKXCPG16RxNMjhAhfpSCGTWcrdaFD6Zsv1NkMZhjgkFPCwcNKgGZLggHuwNNCo/s1600/escueladelaburrimiento-profetica.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="404" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiESKSrvy3jjgdbjlXO3pM7Nvk2Tp0Jxyb_6Bmtwo6B-tk2IG-V5S-eooe748aNGwOSxq7_SONjVwsqekKXCPG16RxNMjhAhfpSCGTWcrdaFD6Zsv1NkMZhjgkFPCwcNKgGZLggHuwNNCo/s640/escueladelaburrimiento-profetica.jpg" width="640" /></a></div>
<br /></div>
Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-18905611184535730352012-09-20T16:06:00.002-07:002012-09-20T16:06:43.365-07:00La escuela del aburrimiento (dos fragmentos)
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<h4 class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<span style="font-family: Times;">Un par de fragmentos de <i>La escuela del aburrimiento</i> (Sexto Piso, 2012): el arranque del libro y un inciso sobre el punk. </span></h4>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<span style="font-family: Times;">Un
día encontré al aburrimiento echado en mi sillón, las manos detrás de la
cabeza, desparramado a sus anchas. Estaba allí, se diría que esperándome,
aunque en realidad no parecía esperar ya nada de nada. Me miraba fijamente, sin
curiosidad, sin emoción, y yo en cambio no podía sostenerle la mirada. Lo
eludía y más bien me comportaba como si él no estuviera allí, en mi propio
sillón, con esa pinta desenfadada de inquilino incómodo, con ese aire de
desafío que adoptan los que ya no piensan irse nunca de la casa.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: Times;">Aunque se había apoderado de mi habitación, lo que
más me desconcertaba era no conseguir mirarlo de frente; había algo en su
presencia bostezante que me hacía sentir un intruso; algo en sus facciones, en
su manera insistente y hueca de mirar, me arrastraba hacia un extraño abismo de
somnolencia, atormentándome con la pregunta “¿para qué?” Incapaz de convivir
con él, pasaba la mayor parte del día fuera de mi departamento. Vagaba por las
calles sin ninguna dirección, del mismo modo intranquilo y sediento con que
Louis Aragon iba a la deriva por un París que empezaba a derrumbarse. Entraba a
un café y, al cabo de unos minutos, me salía; visitaba un museo: me salía;
compraba un libro: lo dejaba. Podría haber incluso asesinado: ¿para qué?;
también podría haberme matado: desistía. Al rato entraba simplemente a otro café.
Es posible que hubiéramos intercambiado papeles y, abriendo y cerrando puertas
sin curiosidad, abandonando planes sin motivo alguno, me hubiera convertido en
el Espectro Errante del Aburrimiento. Probablemente para entonces mirara a la
gente en la calle con la misma distancia inquisitiva que él me regalaba en todo
momento. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: Times;">Como estaba claro que no tenía intenciones de
marcharse y ya en el sillón se había marcado su contorno, la tibia insolencia
de su peso, decidí probar a hacer su retrato. De esa manera —pensé—, me
obligaría al menos a mirarlo de frente. Tal vez la misma tarea de pintarlo, de
ensayar toda clase de bocetos del natural, sería una forma de contrarrestarlo,
de hacer que desapareciera; quizá de ese modo su figura odiosa se trasladaría
al papel en una suerte de conjuro. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: Times;">Tengo que reconocer que no se ha ido. Tengo que
reconocer que, como un hábil y silencioso extranjero, se ha establecido en mi
cerebro con la misma desfachatez que antes desplegó en mi sofá. Y tal vez
porque ya habíamos intercambiado papeles descubrí que en el retrato, en ese
retrato obsesionante y maléfico, que me hacía bostezar continuamente y al mismo
tiempo me quitaba el sueño; en ese retrato con el que fastidiaba a medio mundo,
con el que empantanaba cualquier conversación y que al final del día terminaba
por doblegarme, por hundirme en un estado plomizo y fúnebre; en ese retrato
acaso del todo imposible, que ya antes otros intentaron sin demasiado éxito,
quizá porque se requiere de mucho talento para pintar el vacío, o quizá porque
en este caso el modelo se mueve demasiado poco y acaba por contagiarnos su
desgana, su hastío, su sopor; en ese retrato, decía, descubrí que fue
apareciendo mi rostro.</span><span style="font-family: Times; font-size: 18.0pt; line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 10.0pt; text-transform: uppercase;"></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: Times; font-size: 18.0pt; line-height: 200%; mso-bidi-font-size: 10.0pt; text-transform: uppercase;"><br clear="all" style="mso-special-character: line-break; page-break-before: always;" />
</span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: center;">
<span style="font-family: Times; font-size: 18.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-size: 10.0pt; text-transform: uppercase;"> ////////////////////////////////////////////////////////////</span></div>
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<h1 style="line-height: 200%;">
<span lang="X-NONE" style="font-size: 16.0pt; line-height: 200%;"> </span></h1>
<h1 style="line-height: 200%;">
<span lang="X-NONE" style="font-size: 16.0pt; line-height: 200%;">Viejos discos de punk</span></h1>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<span style="font-family: Times;">Estoy
encerrado en mi habitación, leyendo los <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Pensamientos</i>
de Pascal y escuchando a todo volumen viejos discos de punk. La música o, mejor
dicho, ese largo grito apenas articulado que parece desplegar su propia
destrucción o invocarla, ese estrépito que sale de las bocinas como un reclamo
de anarquía y negación, esas guitarras abrasivas, esa melodía imposible, hecha
de cosas derrumbándose, que pregona el trastornamiento de los valores, me
parece que contiene toda la furia del aburrimiento, toda su rabia cautiva y
espumosa, y de pronto la música retumba en mis oídos como una exacerbación
infernal del bostezo. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: Times;">Al escuchar a las Slits, un grupo de chicas
peligrosas que Greil Marcus señala como uno de los momentos más ácidos del
punk, creo entender que, más que una arcada, más que la convulsión de la
náusea, el punk fue una forma extrema de hacer audible el bostezo: la respuesta
de unos jóvenes aburridos e intransigentes ante una sociedad que los había
condenado al borde de la inacción; la respuesta descarnada —muchos de ellos
hubieron de desaprender a tocar sus guitarras eléctricas para alcanzar mayor
estridencia— frente a una sociedad que les exigía no ser nada, nada al menos
distinto de un espectador o un consumista. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: Times;">Cuando termina la canción “<i style="mso-bidi-font-style: normal;">A Boring Life</i>” [Una vida aburrida] de las Slits, después de que los
últimos acordes (¿pero se puede llamar a acordes a <i style="mso-bidi-font-style: normal;">esto</i>?) retiemblan en las paredes de mi habitación como un
estribillo del fin del mundo que contrasta con la prosa refinada de Pascal (una
prosa en la que, sin embargo, es fácil advertir cierta impaciencia y también a
veces estruendo), me parece entender que el punk, con sus percusiones
primitivas y su compromiso con el caos, no fue sino la manera de devolverle a
la sociedad, con toda la alharaca y la insolencia al alcance de sus pelos
pintados, el aburrimiento salvaje que esa misma sociedad les prometía. </span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">
<span style="font-family: Times;">Quien confunde el aburrimiento con la atonía y la
pasividad, con un cuadro no del todo alarmante de distimia, y casi nunca con el
sabotaje o la insatisfacción, es seguramente porque no ha prestado demasiada
atención al punk. Porque no ha percibido que, además del polvo de la apatía, hay
cierta pólvora que se arremolina durante las horas muertas.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-left: 35.45pt;">
<span style="font-family: Times;">El
tedio de las tardes dominicales, que arrastró a De Quincey al opio, dio también
nacimiento al surrealismo: horas propicias para la fabricación de bombas.
(Connolly)</span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<span style="font-family: Times;"> </span>
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</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<span style="font-family: Times;">Quito
el disco sin título ni portada de las Slits (un disco que según algunos se
llama <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Érase una vez en una sala de estar</i>,
pero que también pudo llamarse, por su explosión feroz e impaciente, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Érase vez en una sala de espera</i>) y
pruebo a hacer una lista de los grupos que cantaron al aburrimiento desde el
aburrimiento mismo, desde ese estado anímico en que se interrumpe la inercia de
creer en el futuro: “No hay futuro no hay futuro no hay futuro para ti
—aullaban los Sex Pistols—; no hay futuro en el sueño de Inglaterra / no hay futuro
para ti no hay futuro para mí / no hay futuro no hay futuro para ti.” Los
Buzzcocks con su estupendo “<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Boredom</i>”
[Aburrimiento] del lado B de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Spiral
Scracht</i>; Iggy Pop con su “<i style="mso-bidi-font-style: normal;">I’m bored</i>”
[Estoy aburrido], canción en la que se declara “el presidente de los aburridos”
(sé de muchos que le disputarían ese título); los Sex Pistols nuevamente,
llevando hasta sus últimas consecuencias la canción de los Stooges, “<i style="mso-bidi-font-style: normal;">No fun</i>” [No es divertido]. El bostezo
convertido en estridencia y desplante, en conflagración y náusea. La extraña
cercanía entre la arcada y el bostezo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<span style="font-size: small;"><b><span style="font-family: Times;">(El libro se puede comprar <a href="http://www.sextopiso.com/mex/art_detalle.php?ida=312">aquí</a>.)</span></b></span><span style="font-family: Times; font-size: 16.0pt; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-font-size: 10.0pt; mso-bidi-language: AR-SA; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: EN-US;"></span> <span style="font-family: Times; font-size: 12.0pt; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-font-size: 10.0pt; mso-bidi-language: AR-SA; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: EN-US;"></span><span style="font-family: Times; font-size: 18.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-size: 10.0pt; text-transform: uppercase;"></span><span style="font-family: Times; font-size: 22.0pt; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: EN-US; text-transform: uppercase;"></span></div>
Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-70305704315344139782012-09-05T13:53:00.000-07:002012-09-06T18:21:22.668-07:00Mesóstico para celebrar a Cage<!--[if gte mso 9]><xml>
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<!--StartFragment-->
<br />
<h4>
<span style="background-color: white; font-size: 14pt;">El
striptease del emperador</span></h4>
<div class="MsoNormal">
Un artista tiene la siguiente ocurrencia: en una exposición
colectiva, su contribución será redactar las cédulas, las guías de sala y los
textos del catálogo en un lenguaje deliberadamente oscuro, repleto de
referencias filosofantes y saltos mortales lógicos, abusando de conceptos
científicos mal empleados y una sintaxis que ni siquiera Lacan o Hegel en sus
momentos más crípticos. Lo mueve un afán paródico; quiere poner en evidencia
las teorías más bien gaseosas que abundan en el mundo del arte, la vaciedad de
los discursos que han encumbrado a movimientos y artistas, la arrogancia con
que un curador siembra de términos técnicos su “apuesta” en contextos que
resultan de risa loca (aunque desde luego nadie se ría). <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
Pone manos a la obra: revuelve,
deconstruye, toma retazos de otros textos y los pega con un alto sentido del
disparate, con una irresponsabilidad que fácilmente se podría confundir con
inspiración —el sinsentido siempre tiene algo de tónico. Pero su pieza pasa
inadvertida; fracasa en cuanto desmitificación. Logró ser a tal punto
incongruente y confuso, puso tanto esmero en que la sarta de necedades
resultara pomposa e intimidante, que nadie nota la broma. Al contrario. Aquí y
allá lo animan a que siga por ese camino, que no abandone esa “veta crítica”
que se tenía tan escondida pero que tan bien se le da. Está perplejo; una
posibilidad siniestra se forma en su cabeza y no lo deja en paz: lo que era un
revés para la sátira puede convertirse de pronto en un doble triunfo de la
impostura.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
No es
improbable que este artista haya existido en realidad y, dejándose llevar por
el impulso, haya hecho una influyente carrera como curador o crítico. A fin de
cuentas, con tan buena acogida en el plano de las pretensiones intelectuales,
no habría tenido mucho caso que explicara que todo había sido un malentendido,
que la pieza era un dispositivo por desgracia fallido para desnudar al
emperador, que el acto de desmontaje sucede en el subtexto, etcétera, etcétera.
Para bien o para mal, era una ocasión inmejorable de dar un giro a su carrera y
transformarse en una suerte de agente doble: un sutil y profundo teórico, por
un lado, y, para sus adentros, un artista iconoclasta. No había razón tampoco
para entregarse el prurito ético: siempre quedaría la opción de revelarlo todo
antes de morir. En vez de llamar al cura para ir al cielo con la conciencia
tranquila, podría llamar al comisario de la Bienal de Venecia y explicarle,
ante una sala abarrotada, que todo había sido una elaborada farsa, con la
ventaja añadida de que, en el paroxismo del enredo, esta confesión también
podría tomarse por un <i>performance</i>. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
Si el emperador en su lecho de
muerte anuncia que siempre estuvo desnudo, que desde el comienzo lo supo y más
bien era como si el engaño se sostuviera a sí mismo, no nos quedaría sino
sonreír, confiados en que se trata de un chiste casi póstumo. Cual obedientes
chambelanes, aun en el cortejo fúnebre cuidaríamos de que no toque el suelo su
traje inexistente. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgs3EDcsBdbrknu_dOEwnEaxMT8tlhruKfSFByyWbeheS43mlHcHaG1ojLqnJFX9bsSxbcYevgIzyllnzDvPyNESpkXP9v7FwJI2EN3jita6b3ioW4Wkq0y9tJqt2e1nGRRKdZeF3ywYzc/s1600/attitude-21-perplexity.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center; text-indent: 0px;"><img border="0" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgs3EDcsBdbrknu_dOEwnEaxMT8tlhruKfSFByyWbeheS43mlHcHaG1ojLqnJFX9bsSxbcYevgIzyllnzDvPyNESpkXP9v7FwJI2EN3jita6b3ioW4Wkq0y9tJqt2e1nGRRKdZeF3ywYzc/s640/attitude-21-perplexity.jpeg" width="442" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<h4>
<span style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-size: 10.0pt;">Una
sospecha desterritorializadora</span></h4>
<div class="MsoNormal">
Esta pieza anticonceptual o broma imposible pasó por mi
cabeza hace casi quince años, poco después de que Alan Sokal perpetrara su
célebre travesura en los cimientos del posmodernismo. Corría el año de 1996
cuando el profesor de física francés publicó en la prestigiosa revista <i>Social Text</i> su artículo paródico
“Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la
gravedad cuántica”, que a la larga evidenciaría muchos de los abusos o
“licencias poéticas” en que incurren los intelectuales y filósofos al valerse
de una terminología científica. Ya se había encendido la mecha de la polémica,
los nombres de Baudrillard y Deleuze, Kristeva y Guattari comenzaban a figurar
en primera plana por las razones equivocadas (esto es, como pensadores en la
picota, acusados de extrapolaciones locas y de inexactitudes que cortan el
aliento), y yo me encontraba en la sala de un museo leyendo, en laboriosas
letras recortadas en vinilo, una avalancha de confusiones en negro sobre
blanco, un tejido casi azaroso de “procesos rizomáticos” y “dispositivos
lúdicos”, un monumento a la profundidad chapucera. Seguramente influido por el
ambiente de parodia y desenmascaramiento que reinaba entonces, advertí que todo
el aparato conceptual que rodea y apuntala al arte contemporáneo se prestaría
para una gracejada intelectualoide, y desde entonces admito que no puedo entrar
a la sala de una galería sin la sospecha un tanto paranoica de que el curador o
el responsable de los textos —y no necesariamente (o no solamente) los
artistas— nos quieren tomar el pelo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
¿Una parodia de este tipo saldría
a la luz en el mundillo del arte? ¿Alguien se daría cuenta de que, como decimos
en mi barrio, no se trata más que de puro-choro-mareador? Hay veces en que la
vaguedad de los textos es tan envolvente y la charlatanería roza tal altura de
audacia y desinhibición argumentativa, que mi primer impulso es reírme a
mandíbula batiente. Pero como suele ocurrir que, frente a esos escritos
esotéricos, todos mantienen un aire sesudo y circunspecto, y siguen su
recorrido por la sala con el ceño fruncido de quienes están rumiando un inciso
particularmente difícil del <i>Tractatus</i>
de Wittgenstein, mejor opto por cruzarme de brazos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
La duda, sin embargo, no se
disipa por completo: basta que el prólogo del catálogo en turno comience a
parecerme demasiado rebuscado (un indicio: que la palabra “desterritorializar”
figure más de un par de veces) para que la sospecha de una broma vuelva a roer
las puntas de mis nervios. ¿Y si en medio de esta gravedad filosofante hay un
artista socarrón, heredero de Alan Sokal y de Jonathan Swift, un provocador más
que un artista, que por supuesto ha abjurado de los pinceles y las gubias, que
ha hecho de la incoherencia su única paleta, y que tal vez ahora, con languidez
inocultable, se pregunta cuándo comenzarán a leer sus escritos en el tono de
sorna que originalmente les imprimió?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<h4>
<span style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-size: 10.0pt;">Elementos
para un discurso elevado</span></h4>
<div class="MsoNormal">
En primer lugar, ha de experimentarse una genuina repulsión
por el enunciado declarativo llano. Aquello de sujeto-verbo-predicado es una
etapa tan superada como la pintura figurativa. En particular, han de extirparse
del discurso las frases que puedan ser asimiladas sin problemas por un niño de
ocho años (siempre es mejor ser tachado de barroco que de banal). Ello se
consigue de muchas maneras, pero una muy efectiva es traducir palabras simples
como “mesa” a una jerga de apariencia filosófica del tipo: “estructura sólida
en el espacio-tiempo post-euclideano sustentable en uno o cuatro nodos”.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
En segundo lugar, ha de
preferirse la sugerencia a la argumentación, y la metáfora a cualquier forma de
inferencia válida conocida. Sin embargo, sin ton ni son, pero con cuidado de
que no parezcan muletillas, se recomienda incluir conectores lógicos y alguna
que otra forma de implicación, todo con el fin de que las ideas más
deshilachadas se conviertan en las premisas de un razonamiento sutilmente
esbozado.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
En tercer lugar, hay que hacer
asociaciones descabelladas, que tiendan básicamente a demostrar nuestra erudición,
aun cuando no podrían estar en juego de ninguna manera en la obra. Un pata de
silla rota ha de conducir, a campo traviesa mental, a la reflexión de si el
globo terráqueo es el pedestal inevitable de cualquier escultura, como ya había
intuido Piero Manzoni (y antes los prearistotélicos, con la imagen de la
tortuga como sustento del cosmos).<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
En cuarto lugar, debe evitarse a
toda costa condescender a las explicaciones y mucho menos a elucidar conceptos.
Es obligación del lector estar a la altura, familiarizado no sólo con las
discusiones estéticas más recientes, sino también con los últimos gritos de la
moda en sociología, filosofía, psicoanálisis, estudios postcoloniales y de
género. Mientras más alusiones cifradas se acumulen, el subtexto será más rico y
misterioso, predisponiendo al lector (o al visitante) a que, una vez traspasado
el umbral del catálogo (o de la galería), ha llegado la hora de leer solamente
entre líneas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
Un corolario del punto anterior
es que las explicaciones, en caso de ser necesarias, han de hacerse a
contrapelo, es decir, procurando explicar lo turbio con lo oscuro y no, como es
habitual, con lo más claro. Si hubiera que introducir lo que es una cinta de
Moebius, por ejemplo, en vez de describirla en términos de una tira de papel torcida
y pegada en sus extremos (o presentando nociones básicas de topología), se
acudirá a la teoría de la neurosis de Lacan, donde el recorrido continuo de la
cinta se equipara con la estructura de la mente del enfermo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
En quinto lugar, ha de contarse
con una lista abundante de términos eruditos y consagrados por la academia y
luego meterlos a la licuadora. No tiene caso terminar un párrafo sin incluir
alguna de las siguientes palabras, no importa si vienen a cuento o no:
“otredad”, “pliegue”, “posminimalismo”, “descentramiento”, “especularidad” y
otras por el estilo. También se pueden formar compuestos libremente con ellas:
“álgebra del significante”, “interpelación semiótica”, “transterritorialidad de
las emociones-tipo”, “experiencia material opaca”, “intervención sensualizada”,
“síncope sincrónico”. Las palabras que corren el riesgo de estar en boca de
cualquier vecino es preciso revitalizarlas con prefijos: “oral” tiene menos
caché que “trans/oral”, y “lúdico” puede sonar demasiado manido a menos de que
lo redimamos como “poslúdico”. Desde luego todo esto se inscribe en las filas
del neopretencionismo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
Por último, deben citarse a
pensadores cuyos nombres aparezcan más de una vez en los corrillos de las
exposiciones (ojo: en conversaciones no peyorativas ni irónicas), de
preferencia aquellos que muestren una sincera inclinación por la frase
abigarrada. En caso de nunca haberlos leído, bastará hacerles atribuciones
osadas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
Un buen modelo de página perfecta
es esta que copio a continuación, redactada por la experta en arte y cultura
poscolonial Jean Fisher, a propósito de la obra de Gabriel Orozco:<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; margin-left: 2.0cm; margin-right: 16.85pt; margin-top: 0cm;">
En el ordenamiento racionalizante
del mundo, el plano divide y secciona el tiempo-espacio, colocando y
organizando los sujetos y objetos que se encuentran en su interior en
jerarquías. No es difícil vislumbrar que se trata de una maniobra cartográfica
bajo la dirección de una mirada colonizante. La violencia de esta mirada fue
capturada por Carl Andre cuando describió su escultura como una “cortada” en el
espacio. Cuestión de semántica, quizá, pero aun así es indicativa de la
ambivalencia de este plano en el minimalismo estadounidense y el grado en el
que permaneció fijado —no importa cuán inconscientemente— al sujeto cartesiano,
a pesar de que dicho minimalismo tuvo un fuerte sesgo hacia la democratización
del objeto.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<h4>
<span style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-size: 10.0pt;">Charlatanería
trascendental</span></h4>
<div class="MsoNormal">
¿Pero no será que mi mente es demasiado estrecha y la
incomprensión tiene que ver más bien con mi cortedad y no con la pomposidad o
la arrogancia de los autores? Escribir sobre arte no tiene por qué ser una
empresa didáctica, y hasta cierto punto es inevitable que, dada su propia
dinámica interna, tenga que echarse mano de un vocabulario especializado para
dar cuenta de él, una jerga sólo apta para iniciados, que por lo mismo sonará
pedante o abstrusa a quienes se hayan quedado al margen.</div>
<div class="MsoNormal">
Aunque
desde luego no todo lo complejo responde a una voluntad de retorcimiento, mi
sospecha es que la mayoría de los vicios sintácticos, las licencias
terminológicas y la atmósfera infatuada de los escritos sobre arte responden a
una intención demasiado humana: la de impresionar. El párrafo apenas citado de
Jean Fisher quizá sea no sólo pertinente sino también iluminador para acercarse
a la obra de Gabriel Orozco, pero le urge un baño de humildad (además de un
curso básico de argumentación). No es que no tenga nada que enseñar a los
lectores, pero parecería que su principal carburante es infundirnos la
sensación de no merecerlo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
En un medio afecto al
deslumbramiento y a la codificación espontánea, que ha rentabilizado el aura y
encuentra resonancias y guiños hasta en la mancha accidental, el avasallamiento
conceptual permite, entre otras cosas, la cotización a la alza de las obras que
se comentan. Como nos hemos acostumbrado a que una pipa no sea una pipa, hasta
la ocurrencia más chabacana puede poner en jaque la historia del pensamiento
occidental, al menos tanto como un inocente globo de helio es capaz de
subvertir nuestras nociones de peso, espacio, escultura, objeto cotidiano y ya
ni se diga de campo gravitacional. Así, una calavera llena de incrustaciones de
diamante no es solamente eso, una calavera llena de incrustaciones de diamante,
y tampoco una pieza de joyería excesiva o un desplante de necrofilia fácil,
mucho menos una bravuconada kitsch de millonario con exceso de tiempo libre,
sino “una exploración de los temas fundamentales de la existencia humana”, una
pieza “provocativa” que “hunde raíces en la tradición del <i>memento mori</i>” y de la que además “emana una luz celestial”, es decir,
“un homenaje a los cráneos sacrificiales de los aztecas”. ¿Por qué se desata
esta fiebre especulativa? Porque así suben sus bonos.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
Si detrás de estos textos esotéricos
hubiera una intención esclarecedora, lo que sería de esperarse es que el camino
entre la pieza y el espectador fuera más despejado, no que se cubriera de
obstáculos; si comportara un afán interpretativo, los hilos tendidos desde la
obra no tendrían por qué enredarse como suelen; si los moviera una motivación
crítica, su contundencia estaría en proporción directa a su claridad; si fuera
por dar salida a una vocación literaria, no se entendería que incurrieran desde
el comienzo en la pesantez y lo arcano, y en fin, si los animara un impulso
paródico, bueno, es porque ya se habría acumulado una gran masa cantinflesca
que parodiar.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
En el mundo
paralelo del arte, la mercadotecnia no se estila con jingles pegajosos ni con
eslóganes de una sola línea, sino con ejercicios complicadísimos de vaciedad.
Lo que bien podría caracterizarse como batiburrillo estético —o charlatanería
trascendental— inspira un respeto boquiabierto, un mareo apantallador, que
desde luego se cotiza muy bien en las subastas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;">
Pero lo que impresiona a fuerza
de oscuridad, la reputación basada en la autoridad divagante, en el fondo
representa las tendencias más conservadoras de la actividad artística. Como
nadie entiende gran cosa, como las figuras que se forman en la cortina de humo
son hipnóticas a su manera, los artistas y teóricos están encantados de que
todo siga así, de ser posible de manera indefinida, felices de que la espuma de
la champaña suba, las cifras en los cheques se multipliquen, todo muy profundo
y sugerente, todo lleno de connotaciones exquisitas, todo como un <i>tour de force</i> descomunal y glamoroso,
cargado de segundos tonos, de destellos inteligentes, de sobreentendidos, y
claro, sin que nada tenga la menor incidencia en el mundo.</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<o:p> <span style="font-size: x-small;">Publicado originalmente en <i>Galleta china.</i></span></o:p></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<!--EndFragment-->Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-23889423728634347372012-05-19T18:23:00.000-07:002012-06-05T17:31:39.112-07:00Ráfagas sobre el ensayo<br />
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><i>En en el número de marzo de </i>Letras Libres<i>, se publicó <a href="http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/el-ensayo-como-practica">una crítica</a> de Rafael Lemus a mi escrito “El ensayo ensayo”. Esta es mi respuesta.</i><br /><br /><br />Hubo un tiempo sin ensayos. Antes de 1580, fecha en que Montaigne usa la palabra para referirse a sus tanteos, había formas de escritura que guardaban cierto parecido de familia: disertaciones, diálogos, sumas, epístolas, tratados, etc., en algunas de las cuales reconoce a sus precursores. ¿Qué terquedad o confusión, qué ligereza de juicio, lleva a que ahora casi cualquier cosa se haga pasar por ensayo bajo la sonrisa complacida del crítico?<br /><br />Referirse a Montaigne como una suerte de comparsa en la historia del ensayo; creer que el acento personal del género es una especie de “moda”: indicios de que no orbitamos en la misma galaxia.<br /><br />El ensayo, al menos hasta hace muy poco, carecía de pedigrí. Era el apestado de las investigaciones serias, el irresponsable que no quiere llegar a ningún lado, el rumiante un tanto gagá que reflexiona al margen. Algún cataclismo debe de estar sucediendo para que, desde todos los rincones imaginables, se reclame el derecho, no tanto a ensayar, sino a ostentar el nombre.<br /><br />A fin de recuperar ese talante subjetivo, resueltamente provocador que lo recorre desde Montaigne hasta, digamos, John D’Agata o Luis Ignacio Helguera, se ha hablado de ensayo “informal”, “anecdótico”, “personal”, “creativo”, “moral”, “lírico” y también “verdadero”. Mi tautológico y machacón “ensayo ensayo” era un homenaje a aquel “enfático ensayo” de Adorno, pero también una reducción al absurdo para apuntar hacia un ensayo sin adjetivos.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEif0UQWJano338xQONnq82GYkGS4Ew2_374cxQk5kUAtPynmh8J-6kOw2vi1qdEkiH2NO-w4PxS8Hv8xY4UyYjgMwuxogGyNFo3mZAoE-6rNUGaJ13gy5CJ9idj8zFV258c-mDx-uyWM0Y/s1600/Terencio.JPG"><img border="0" height="636" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEif0UQWJano338xQONnq82GYkGS4Ew2_374cxQk5kUAtPynmh8J-6kOw2vi1qdEkiH2NO-w4PxS8Hv8xY4UyYjgMwuxogGyNFo3mZAoE-6rNUGaJ13gy5CJ9idj8zFV258c-mDx-uyWM0Y/s640/Terencio.JPG" width="640" /></a></span><br />
<div style="text-align: center;">
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><i>Las inscripciones en la torre de Montaigne</i></span></div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">
<br /><br />Se tacha de “esencialista” el intento de perfilar el ensayo. Una condena que pasa por alto que, incluso en la caracterización más ceñida, la ortodoxia del ensayo es herejía.<br /><br />Por su carácter proliferante, movedizo y promiscuo, definir el ensayo se antoja descabellado; pero la idea de problematizarlo, de preguntar por sus fronteras porosas, de reflexionar sobre sus límites, parece no solo pertinente sino que, de algún modo inesperado y oblicuo, pone el dedo en la llaga. ¿De qué otra manera retomar su impulso experimental y llevarlo más allá?<br /><br />Del mismo modo que la estela de un barco no determina su curso, destacar el linaje del ensayo no equivale a plantear una preceptiva.<br /><br />Si hay un aire conservador en todo esto, estaría en la insistencia de escolarizar al ensayo, en darle la espalda a su propia tradición para volver a la forma cerrada de la teoría, en vestir de toga y birrete a Huckleberry Finn. En olvidarse de su carácter elástico para enfatizar –¡qué audacia!– lo escolástico.<br /><br />En lugar de<i> subjetivo</i>, el crítico lee “egotista”; en lugar de <i>tentativo</i>, resume olímpicamente “impresionista”. En ese afán de caricaturización se encuentra, más que el meollo del debate, el autorretrato involuntario del crítico.<br /><br />Nada de qué asombrarse: los pedales de mucha de la crítica contemporánea son la caricatura y el gusto por amontonar descalificaciones.<br /><br />No es infrecuente que se invoque el nombre de Adorno como elemento decorativo. Sin embargo, habría que cuidar de que al hacerlo, como quien coloca un florero en medio de la habitación, no quede de cabeza.<br /><br />T. W. Adorno no oficia las bodas del ensayo y la teoría. Defiende que, sin importar su eje subjetivo, sea capaz de alcanzar un tipo de verdad, de objetividad, diferente. Su medida no es la verificación de tesis, sino la experiencia humana individual.<br /><br />Hay que tener una idea muy rupestre –o muy laxa– de lo que es una teoría para pretender que “el uso crítico, indisciplinado, antisistemático de los conceptos” autoriza a hablar de un ensayo teórico. En ocasiones es tropiezo lo que tomamos por salto.<br /><br />Aunque picotee aquí y allá, absorba teorías y maneje conceptos, el ensayo procede desde la sospecha: frente al método, frente a las reglas del juego teóricas, frente a la especialización erudita, frente al ideal de una construcción cerrada, que agota su tema. Su rasgo no es la afirmación, sino la incertidumbre.<br /><br />Detrás del ensayo suele estar el error.<br /><br />“El ensayo –escribe Adorno– es a la vez más abierto y más cerrado de lo que puede ser grato al pensamiento tradicional.” Más abierto, pues se resiste a los residuos de la escolástica y a las infiltraciones de los filosofemas ya empaquetados y listos para consumo. Más cerrado “porque trabaja enfáticamente en la forma de la exposición”, porque se obliga a una intensidad mayor que la del pensamiento discursivo.<br /><br />Lejos de entregar un informe sobre las cosas, de limitarse a su representación objetiva, en el ensayo las cosas cobran una nueva forma a través de la imaginación y la escritura. Si hay una verdad en todo ello, es de tipo poético, puesto que el ensayo es una variedad de la poesía.<br /><br />Aun el <i>enfant terrible</i> del ensayo, Ander Monson, quien ha visto en él una forma de <i>hackeo</i>, no pierde de vista los límites del género y avanza desde su interior para ampliarlos, para llevarlos a su tensión máxima: “Los temas tácitos de todos los ensayos son el ensayo mismo, la mente del escritor, el yo en el proceso de tamizar y percibir, incluso si el yo es tácito, nunca evidente, oculto.”<br /><br />Lo que hace un niño con su bola de plastilina está más cerca de la escultura que una tesis de grado de la ensayística.<br /><br />El ensayo incomoda porque se mueve en las intersecciones, en las zonas de nadie, en ese desfiladero donde cada nuevo paso parece realizarse en el aire, fuera de lo literario pero también de lo académico. Porque “con conceptos querría abrir de par en par lo que no entra en conceptos” (Adorno).<br /><br />Su soberanía frente a lo fáctico, su libertad de movimiento frente a la teoría, pueden hacer pensar que el ensayo se desentiende de la realidad. ¿Cómo podría hacerlo, si aspira a verter la experiencia humana sobre la página?<br /><br />El ensayo como membrana –como interposición– entre la mente y el mundo. El ensayo como ósmosis o, mejor, como bitácora del flujo y reflujo en ese diminuto poro que llamamos el <i>yo</i>.<br /><br />Porque subordina la crítica a la experimentación personal, por antropomorfista y polimórfico, por ametódico e inestable, por disperso y anacrónico, pero sobre todo porque antepone la búsqueda de la felicidad a la verdad, el ensayo no es solamente un género literario ni una práctica más o menos extendida. Es un proceso, una vía de transformación, en primer lugar de uno mismo, a través de la escritura.</span><br />
<div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span></div>
<div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;"><br /></span></div>
<div>
<span style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Quien percibe en las divisiones de género cierto tufillo de cárcel y presiente comisarios y cancerberos pasa por alto que, en todo caso, el ensayo es “una prisión de mínima seguridad” (David Shields). Salir de ella comporta al menos el sentido del riesgo.<br /><br />El crítico se molesta cuando le desacomodan los libros de su biblioteca. Le gustaría que todo se ajustara a su criterio, que el orden implícito que guía sus lecturas –y sus estantes– no fuera alterado. Pretende, tal vez, que todo se quede como está.<br /><br />¿Dónde está el escándalo de tomar, digamos, <i>Lenguaje y significado</i> de Alejandro Rossi, y retirarlo del librero del ensayo? ¿<i>O Logoi: una gramática del lenguaje literario </i>de Fernando Vallejo? ¡Fuera!<br /><br />O <i>El deslinde</i> de Alfonso Reyes. Pero antes de expulsarlo, no estaría mal que lo repasara. ¡Es de teoría literaria! Y allí se pregunta lo que según esto ya no tiene sentido: si cabe distinguir entre literatura y no literatura.<br /><br />Lo de menos, desde luego, es el orden de la biblioteca. La cerrazón, la actitud recalcitrante, tiesa, estrecha, retrógrada (¡qué fácil es descalificar!), está en no permitir que se cuestione toda esa masa de textos que, con la coartada de lo ensayístico, pero sin nada de invención, de impulso experimental, se limitan al confort de opinar.<br /><br />Si delinear los contornos movedizos del ensayo es anatema, ¿habría que contentarnos con la etiqueta mercadológica de la no-ficción? ¿O con esta gema de la lucidez: el ensayo es prosa, prosa discursiva? Pero no olvidemos que Alexander Pope publicó en verso su <i>Ensayo sobre el criticismo</i> y que ahora proliferan videoensayos como los de Laura Kipnis.<br /><br />“La hospitalidad del término <i>no-ficción</i>: un vestidor completo etiquetado como <i>no-calcetines</i>” (David Shields).<br /><br />¿Qué se gana con decir que las tareas escolares, los reportajes periodísticos, los libros de divulgación, las colecciones de artículos, las promesas de campaña y en general toda la doxa encuadernada son ensayo? ¿No es mucho más lo que se pierde?<br /><br />El ensayo: esa pregunta. Esa forma anacrónica y siempre abierta. Sin embargo, parafraseando a Kant, el ensayo no se engrandece confundiendo sus límites: se desfigura.<br /><br />Una cosa es expandirse en todas direcciones y otra muy distinta es ser amorfo. Uno de los temas recurrentes del ensayo es el ensayo mismo, sus limitaciones, sus bordes, pues esos bordes coinciden con los de la propia mente, que gracias al ensayo se resiste a anquilosarse.<br /><br />Una prueba de que el ensayo no es cualquier tipo de prosa, mucho menos esa práctica quién sabe qué tan maquinal para proferir opiniones y teorías al vapor, es que no se cruza de brazos ante sus bordes muchas veces cortantes. Que al llegar al filo de lo que conoce, de lo que es aceptable y consabido, se atreve a ir más allá. <br /><br /><br />Publicado originalmente en <a href="http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/rafagas-sobre-el-ensayo?page=full"><i>Letras Libres.</i></a></span></div>Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-18205840592326400322012-05-16T07:54:00.000-07:002012-05-16T07:54:19.629-07:00Una defensa de las humanidades<!--[if gte mso 9]><xml>
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</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
¿Quién no adora al ídolo de la
rentabilidad? En su nombre se reorientan las políticas de las naciones, se
reordenan las relaciones laborales, se reforman los programas de estudio. Con
la coartada de propiciar beneficios rápidos y cuantificables, de garantizar el
crecimiento económico y la competitividad en el mercado global, se implementan
una serie de medidas que, por el hecho de incidir directamente en el PIB,
parecen justificarse. Qué importa que esas políticas no contribuyan a mejorar
la calidad de vida, que sean depredadoras y contaminantes, que no promuevan el
bien común a largo plazo; lo decisivo es rendir tributo al ídolo dorado, lo que
cuenta es la caja registradora. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
El discurso de
la rentabilidad ha llevado, entre otras cosas, al desdén de las disciplinas
humanísticas, a una tendencia cada vez más generalizada a despreciar su
enseñanza por “inútiles”, reducidas a simples ornamentos en los que no vale la
pena perder el tiempo ni mucho menos invertir. Lo mismo en las escuelas
primarias que a nivel universitario, la filosofía, la literatura y las artes se
encuentran en la picota por el presunto pecado de ser demasiado etéreas, por no
tener los pies en la tierra ni producir beneficios —por “lujosas”, “ociosas”,
“peligrosas”—, por no preparar a los estudiantes para <i>el mundo real</i>. Ya sea a través del célebre Proceso de Bolonia, con
el que se busca normalizar la educación superior europea bajo parámetros que
muchos consideran empresariales, ya sea a través de políticas locales que
destinan menos recursos y propician la desaparición de enteros departamentos
universitarios, la educación humanística está cada vez más amenazada, más
relegada y pauperizada. Tanto en Europa como en Estados Unidos, en Asia como en
México, hay vastas áreas académicas en serio peligro de extinción.<span class="MsoFootnoteReference"> </span><o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
Si en Nueva
York, la universidad estatal SUNY (por sus siglas en inglés) anunció hace
tiempo el cierre de los departamentos de Teatro, Estudios Clásicos, Franceses,
Rusos e Italianos, en México, a través de la RIEMS (Reforma Integral de la
Educación Media Superior), la Secretaría de Educación Pública parece haber dado
un golpe mortal a la filosofía escolarizada. Con el eufemismo de convertirla en
una disciplina “transversal” —que más valdría llamar <i>fantasmal</i>—, materias como ética, lógica, estética e introducción a
la filosofía se esfumarán de las escuelas aún más de lo que ya estaban: un acta
de defunción para lo que había quedado en el abandono, entregado a las
telarañas, y en la práctica se consideraba, al igual que muchos adornos, un
auténtico estorbo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
La pregunta
inmediata que se desprende de este panorama es por qué la rentabilidad debería
ser el principal rasero; por qué lo que antes se concebía como un medio ha sido
elevado a fin supremo. El caso de la China contemporánea, cuyo poderío
económico a estas alturas es incuestionable, bastaría para ponernos sobre
aviso. La rentabilidad puede convivir muy bien con la limitación de las
libertades individuales, con las prácticas comerciales abusivas, con los
regímenes de corte totalitario. ¿Puede entonces perseguirse el beneficio a
cualquier precio? ¿No se corre el riesgo de que la urgencia de rentabilidad y
la ambición lleven a que perdamos en el camino una serie de valores esenciales?
¿No hay en el fondo del discurso hegemónico, con su énfasis ciego en el
intercambio y la explotación (de recursos pero desde luego también de
personas), con su tendencia siempre latente a convertir las relaciones humanas
en relaciones de interés y utilización, una amenaza para los valores
democráticos? ¿Las propias disciplinas humanísticas no tienen nada qué decir
frente a esta inversión de valores que tanto las margina y degrada? ¿Qué hay
más allá de la exigencia de producir ganancias que contrarreste, matice y ponga
en perspectiva la ideología que la entroniza?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
Martha Nussbaum,
filósofa de la universidad de Chicago que lleva muchos años interesada en el
declive de las humanidades, ha escrito una sustanciosa y bien documentada
defensa que tiene como objetivo mostrar no sólo por qué la educación
humanística es y ha sido importante a lo largo de la historia, sino en qué
sentido se ha vuelto crucial para el fortalecimiento de las democracias
contemporáneas, para apuntalar una serie de valores civiles a los difícilmente
estaríamos dispuestos a renunciar. De la mano de textos y prácticas educativas
como las de John Dewey en Estados Unidos y de Rabindranath Tagore en la India,
la estrategia argumentativa de Nussbaum se despliega principalmente en dos
frentes: por un lado, pondera el papel de las humanidades en el marco de la
obsesión por el lucro; por otro, muestra las limitaciones de ese marco a fin de
construir un sólido alegato a favor de esas disciplinas en un terreno distinto:
el ético y el político.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
El primer frente
se diría que es más débil y circunscrito, puesto que cae dentro de la misma
lógica utilitaria que ha llevado al desprestigio de las disciplinas
humanísticas. Sin embargo, se trata de un frente necesario y a su manera
estratégico, ya que muchas de las políticas educativas han terminado por
regirse por criterios cuantitativos, relacionados de una u otra manera con el
crecimiento económico. Desde la época de Margaret Thatcher, primero en Gran
Bretaña y luego en otros países, la importancia de una disciplina académica se
mide atendiendo a su contribución directa o indirecta a la economía nacional.
Como si la educación no pudiera concebirse más que como parte de un modelo de
mercado y sus beneficios hubieran de equipararse con el de los avances
tecnológicos, los proyectos de investigación se evalúan en términos de
“impacto”, “usuarios externos” y “repercusiones materiales”, mientras que a los
estudiantes se les inculca dirigir sus aspiraciones a la obtención de empleos
bien remunerados. Según Nussbaum, las humanidades son importantes incluso
dentro de este esquema pragmático puesto que el pensamiento crítico y la
capacidad de imaginación se han vuelto pilares de la cultura empresarial. En
sentido contrario a la formación de trabajadores obedientes y bien capacitados
(ejércitos de maquiladores entendidos como engranes de la mecanización
productiva), la rentabilidad de las empresas más exitosas está relacionada cada
vez más con la innovación y el juego, la creatividad y el debate, capacidades
que suelen fomentarse precisamente con la educación humanística. En sentido
inverso sucede algo parecido: aquellas empresas que excluyen de su planta
trabajadora ese perfil de apertura creativa, flexibilidad y recursos críticos,
entran en un rápido estancamiento. De modo que si las universidades están
empeñadas en apegarse a un modelo empresarial, parecería que lo están haciendo
del modo más obtuso y tradicionalista, atendiendo únicamente a la fórmula del
costo/beneficio, sin enterarse de que las empresas innovadoras y de mayor
crecimiento siguen un camino muy diferente. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
El segundo
frente de su argumentación es más general, y consiste en señalar los efectos
indeseables que arrojan las políticas de la rentabilidad cuando se extrapolan y
empiezan a regir en los centros educativos, con especial énfasis en las
repercusiones que estas políticas generalizadas tienen en la convivencia
democrática. Glosado en pocas palabras, su punto es el siguiente: llevados por
una avidez unidimensional, los estados nacionales y sus respectivos sistemas de
educación están dejando de lado la formación de ciudadanos críticos, autónomos
y cabales, con la capacidad de cuestionar a los gobiernos que los representan y
de participar activamente en la toma de decisiones. Cuando la sed de ganancia
no se complementa con el ejercicio del pensamiento crítico, termina por hacer
que la democracia penda de un hilo, o al menos la convierte en un elaborado y
—lo sabemos en México— <i>costoso</i> juego
de simulaciones. Sin el desarrollo de las facultades del pensamiento y la
imaginación, los individuos se convierten en meras “máquinas utilitarias”,
aptas para la producción y el consumo, pero cuya participación política se
reduce, cuando mucho, al llenado de una papeleta electoral. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
Como ya antes
había argumentado en su libro <i>El cultivo de la humanidad</i>, la educación
humanística contribuye, mediante la “imaginación narrativa” y el “autoexamen
socrático”, al fomento de la empatía, a desarrollar la capacidad de ver a las
personas como un fin en sí mismo y no como un medio. Esta capacidad de ponerse
en el lugar del otro, de entender sus sentimientos, deseos y expectativas, no
sólo modifica la experiencia cotidiana y conduce en el mejor de los casos a que
prevalezca el respeto y la búsqueda de diálogo, sino que también, en una época
en que los problemas que afrontamos tienen alcance mundial, en que los desafíos
ambientales, económicos, políticos y religiosos presentan un marcado cariz
planetario, propicia la formación de “ciudadanos del mundo”, de personas con
conciencia cosmopolita, en cuyo horizonte prevalezcan la razón y la compasión.
Tal vez esa educación humanística no sirva para ganar dinero —concluye la
Nussbaum—, pero sí sirve para generar otro tipo de riqueza: riqueza cultural,
riqueza crítica, riqueza emocional y lógica, que entre otras cosas permite
compensar las falacias, el egocentrismo, la angostura de espíritu y las
prácticas depredadoras y abusivas en que suelen incurrir quienes se orientan
fundamentalmente a la obtención de beneficios económicos. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
A pesar de que
aquí y allá, en discursos y estatutos, con fácil insistencia de ritornelo se
encomian y difunden las bondades de los valores democráticos, al mismo tiempo
parece pasarse por alto que ninguna democracia puede fortalecerse y ser estable
si no cuenta con el apoyo de ciudadanos educados para ese fin, con una masa
creciente de ciudadanos críticos, participativos, en estado de alerta. Cuando
falta esta discrepancia y capacidad de juicio —cuando falta propiamente la
ciudadanía—, la democracia no pasa de ser una chapuza, una astracanada
monumental y prestigiosa, detrás de cuya fachada de legalidad y participación
los individuos no son sino puntos porcentuales manipulables por el circo
mediático. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
Planteamientos
como el de Martha Nussbaum, que en el fondo no hacen más que traer a cuento la
vieja aspiración de convertir la escuela filosófica —la Academia— en una <i>paideia</i>, en ese ensanchamiento del alma
que nos conduzca a reconocer a todos los seres humanos como nuestros parientes
—el entrenamiento hacia una “humanidad política” en la que el hombre se
reconozca al fin como <i>kosmopolités</i>,
como ciudadano del cosmos—, planteamientos de este tipo, decía, es común que se
desestimen arguyendo que es bastante dudoso que las humanidades generen mejores
ciudadanos, seres humanos más integrales y participativos. Incluso es frecuente
que se llegue al extremo de citar el caso de la Alemania nazi como una muestra
de sociedad educada en los más altos parámetros artísticos, literarios y
humanísticos que, sin embargo, no por ello se convirtió en un paladín de la
empatía hacia el prójimo ni en un campeón de los valores democráticos. <o:p></o:p></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: -webkit-auto; text-indent: 47px;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
En su libro,
Nussbaum no se distrae con el examen de estas objeciones. Afrontarlas equivaldría,
en última instancia, a remontarse a la época optimista, griega, de la
filosofía, en que el concepto mismo de escuela, de educación, comportaba la
transformación de los niños de ciudad en cosmopolitas adultos, y en que la
verdad no se alcanzaba por éxtasis o revelación, sino a través de la
investigación, las pruebas, los argumentos. Responder a esas críticas supondría
—como en otro contexto ha hecho el filósofo alemán Peter Sloterdijk—desandar el
camino hasta hacer ver en qué sentido la <i>paideia</i>
siempre fue entendida como una educación hacia lo más alto, hacia la amplitud
de miras, hacia la creación de una ciudadanía “de mente elevada”: en suma, como
una introducción a la sensatez adulta que, muchas veces se nos olvida, es lo
que significa la palabra <i>humanitas</i>.
Martha Nussbaum no se ocupa directamente de nada de esto, pero lo implica y lo
sugiere al defender que los valores democráticos están en riesgo con la actual
crisis educativa mundial y, en particular, con el abandono de las humanidades
que esta crisis ha consentido. Y uno de los riesgos principales —vale la pena
insistir en ello— es que en el marco de la urgencia por la rentabilidad, en un
ambiente impregnado de codicia, con los ojos fijos en los indicadores
macroeconómicos, las relaciones humanas terminen reducidas a meros vínculos de
manipulación, explotación y utilización.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
En un país como
México (donde por cierto ha amasado su fortuna el hombre más rico del mundo),
podría pensarse que se trata de minucias, que hay problemas y desigualdades más
acuciantes, cataratas de asignaturas pendientes que hay que aprobar antes de
que dejemos que nos quiten el sueño las viejas materias optativas… Sin embargo,
las señales de alarma que arroja la miseria educativa están desperdigadas por
todos lados, y la falta de una columna vertebral humanística se hace evidente
de manera lastimosa y trágica. No es sólo que la estrechez de miras de los
gobernantes haya llevado a la ruina generalizada del sistema escolarizado, ni
que la propia dirigente del Sindicato de Maestros (SNTE), Elba Esther Gordillo,
sea una auténtica maestra en anteponer la manipulación y utilización de las
personas por encima de cualquier ideal formativo. Esas señales de alarma están
también implícitas en los brutales enfrentamientos entre los cárteles de la
droga, en los valores que subyacen a la delincuencia organizada, en esos fines
utilitarios, despiadados e insensibles que, toda proporción guardada, emulan en
clave salvaje a los que se propalan día y noche desde las cúpulas tecnócratas,
siempre tan amigas de sobarle la panza al ídolo de la rentabilidad. Entender al
otro fundamentalmente como un instrumento para obtener ganancias o, en su
defecto, como un obstáculo que se interpone en el camino, no es sino el reflejo
de la incapacidad de ver a las personas como seres humanos y no como objetos.
Los feminicidios en Ciudad Juárez, los inmigrantes secuestrados en su paso
hacia los Estados Unidos, los descabezados y miles de muertos y desaparecidos
de la guerra contra el narco, difícilmente pueden entenderse sin apelar a una
profunda incapacidad de comprensión e interés humano que ya más bien se está
convirtiendo en epidemia nacional. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-indent: 35.4pt;">
Hace no mucho,
los dirigentes del SNTE, repentinamente consternados por la “falta de valores”
que priva entre sus filas, decidieron invitar al Dalai Lama para que sirva de
ejemplo y bañe de espiritualidad a sus agremiados. Como era de esperarse, nunca
les pasó por la cabeza la idea de invitar a alguien como Martha Nussbaum a fin
de que los asesore, oriente y también confronte. Y mientras esperaban ser
bendecidos por la súbita revelación de una dimensión espiritual en sus vidas,
los mismos que dicen estar al frente de la educación del país y en cambio han
perpetrado su hundimiento, imponiendo un proceder corrupto y faccioso al interior
del gremio magisterial, se apresuran a tomar medidas que, con el pretexto de
“vivir mejor”, ponen todavía más contra la pared a la ya muy vilipendiada
formación humanística. <o:p></o:p></div>
<!--EndFragment--><br />
<!--EndFragment-->Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-91679471194403184752012-05-03T18:29:00.000-07:002012-05-03T18:29:54.496-07:00Burbujas en el campo<!--[if gte mso 9]><xml>
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<!--StartFragment-->
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<i>Texto a propósito de la obra de Iñaki Bonillas, </i>Días de campo<i>, incluido en el libro </i>Archivo J.R. Plaza <i>(2012), como parte de su </i><a href="http://virreinacentredelaimatge.bcn.cat/es/inaki-bonillas-archivo-jr-plaza" style="font-style: italic;">exposición</a><i> en el Virreina Centre de la Imatge de Barcelona.</i></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjzcfCZPwwlJ17TsBs0xxz23_6iRrNsFb7F3vDrTLk4eqziKN9-0-pEqwfx0tBGKFWHeZIUhLKtm8W-L0BdMHU9sb1t-H4DDX1KqTmUW6j6BrokSczraevZoQ_sH2ogQtAB65P9xTCATQ8/s1600/Di%CC%81as+de+campo+1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="210" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjzcfCZPwwlJ17TsBs0xxz23_6iRrNsFb7F3vDrTLk4eqziKN9-0-pEqwfx0tBGKFWHeZIUhLKtm8W-L0BdMHU9sb1t-H4DDX1KqTmUW6j6BrokSczraevZoQ_sH2ogQtAB65P9xTCATQ8/s400/Di%CC%81as+de+campo+1.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Extender el mantel sobre el pasto.
¿Hay una estampa más precisa, más sugestiva, de los días de campo? ¿Hay un
gesto que retrate mejor su dualidad? Viajamos a la intemperie con la ciudad a
cuestas; recorremos kilómetros para exponer al sol el contenido de nuestros
cajones. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Los cubiertos, el tarro de mostaza,
incluso el termo, brillan con otra luz sobre el mantel a cuadros del picnic.
Demasiado acostumbrados a la penumbra, se diría que brillan a causa de su
propia palidez. ¡Y pensar que hemos de vernos también un poco así, enmohecidos,
blancuzcos, deslumbrados, como la botella de vino recién salida del sótano! <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Todas esas telas y manteles sobre
el terreno, ¿no hacen las veces de membrana? Necesitamos algo que regule la
invasión del entorno; no únicamente de las hormigas y la tierra, sino del
exterior en sí, de su presencia avasallante. La naturaleza, no importa que nos
hayamos tendido en un camellón en medio del tráfico, parece siempre dispuesta a
engullirnos, a colonizarnos.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Qué frágil se antoja la burbuja con
la que nos internamos en la naturaleza, y qué difícil es en realidad
desembarazarse de ella, romperla o dejarla atrás, como si fuera al mismo tiempo
coraza y escafandra.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Y una vez en el campo, un tanto
intoxicados por la pureza del aire, nadie sabe muy bien qué hacer. Damos
vueltas, cruzamos las piernas, nos revolvemos, quitamos esa piedrita debajo del
mantel. Se diría que cada quien está buscando su puesto, que de un modo oscuro
quisiéramos poner en escena célebres cuadros sobre la hierba, ya sea de Monet o
de Manet.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Los hombres, decía Oscar Wilde, no
ven la niebla porque haya niebla, sino por los poetas y pintores que les
enseñaron los misterios encantadores de sus efectos (“<i>The Decay of</i> <i>Lying</i>”). El
campo <span style="font-family: Cambria; line-height: 150%; mso-bidi-font-size: 12.0pt;">–</span>por
ejemplo el de los alrededores de la ciudad de México<span style="font-family: Cambria; line-height: 150%; mso-bidi-font-size: 12.0pt;">–</span> existe sobre todo en
cuadros y viejas fotografías.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Cada vez resulta más difícil llegar
al campo, cada vez la mancha urbana lo hace parecer ¿más? un espejismo, una
suerte de dimensión aparte, a la que no conduce ninguna carretera; cada vez más
el campo se antoja un paraíso artificial.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Después de todo, ¿hay en verdad un
campo allá afuera? Se trata, más que nada, de algún tipo de <i>actividad</i>: excursiones en bicicleta,
bádminton contra el viento, zambullidas en el riachuelo, caminatas. El campo
reducido a una especie de <i>hobby</i>.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
La afición por salir a la
intemperie, al aire puro, degeneró en el “mal del ímpetu”, ese frenesí
campestre que ridiculizó Iván Goncharov. Siglo y medio después ya no se busca
la tranquilidad campirana, sino las emociones al límite, los deportes extremos,
¡el gotcha!<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Si, para Max Jacob, “el campo es
ese lugar donde los pollos se pasean crudos”, ahora, en la era de las granjas
industriales, sólo nos cruzamos con excursionistas en bermudas, las piernas
lívidas, la carne de gallina.</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<o:p><br /></o:p></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlI8i9uhqZPc_ejUftebvlkO7REX78ILhExCHgn3X8_wReEiP6mBukJ1YFlQ-UJ2zpTaknmL1VAtrRHNSld9k2TplwAX_46QuiAWcr_2xEiYyxr1vFq17ndqFoej-18laJ_uWrI-QryvE/s1600/Di%CC%81as+de+campo+2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" height="211" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlI8i9uhqZPc_ejUftebvlkO7REX78ILhExCHgn3X8_wReEiP6mBukJ1YFlQ-UJ2zpTaknmL1VAtrRHNSld9k2TplwAX_46QuiAWcr_2xEiYyxr1vFq17ndqFoej-18laJ_uWrI-QryvE/s400/Di%CC%81as+de+campo+2.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Al parecer, hay una suerte de
necesidad de horizonte, una necesidad un tanto “animal” de distancia. Los
rebaños, si hay que creer a Thoreau, procuran siempre nuevos y más amplios
pastizales. Volvemos al campo en parte porque nos hace falta profundidad de
campo.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Dejar atrás el tráfago de la urbe,
su neurosis asfaltada, su fragor, en busca de un poco de aire fresco. Y ser
recibidos, como le sucedió a Joyce Carol Oates, por un súbito ataque de
taquicardia (“<i>Against Nature</i>”).<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Los días de campo no dejan de ser
cómodas excursiones al perímetro de una maceta. Merodeamos a la orilla de la
carretera, nos detenemos en los umbrales secretos de los bosques. Viajamos
grandes distancias, hundimos el dedo en el lodo y, entonces, creemos estar en
contacto con la naturaleza.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Aun si sólo vamos al bosque de
Chapultepec, cargamos con nuestra brújula. Precisamos convencernos de que no
estamos en un set.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Los fines de semana campestres y su
atmósfera de vuelta a la inocencia. Soñamos con desprendernos de la mochila de
la civilización, reconciliarnos con los buenos salvajes que fuimos, vegetar en
consonancia con la naturaleza. No tardan en despertarnos los mosquitos.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Más de la mitad del atractivo de un
picnic radica en los preparativos. Mientras empacamos, mientras tachamos la
lista de pendientes, todavía estamos bajo la ilusión de poder situarnos a la
orilla del tiempo. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Escapar de la corriente de la
frase, romper con el estribillo de la rutina, torcerle el cuello al automatismo
de la sintaxis. El viejo y cándido entusiasmo de montar nuestro campamento en
un paréntesis.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
El campo como una región de la
nostalgia. Esos parajes soleados entre los árboles, esos arroyos todavía
cristalinos, ¿no son los mismos que cruzamos cuando niños? ¿No son los que
encantaban a nuestros abuelos? ¿No fue allí donde se encontraron cromañones y
neandertales? Haría falta un nuevo GPS para no extraviarse entre tantas
mistificaciones.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Incluso los años trascendentalistas
de Thoreau en el bosque no fueron sino un experimento, y el libro resultante, <i>Walden</i>, un ejercicio pionero de ficción.
Construyó su cabaña solitaria a un par de kilómetros del pueblo donde nació, en
Concord, Massachusets, casi se podría decir que en el patio trasero de su casa.
Y cada tanto regresaba a tomar el té y galletitas… <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
¿Quién,
de niño, después de haber pasado un domingo en la casa del árbol, no volvía
diciendo que había estado en el bosque?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
En toda fogata hay siempre algo de
cavernícola: tapetes que remiten a las pieles de bisonte; dificultades de
encendido como en los tiempos del pedernal; historias después de una larga
cacería (aunque sea de mariposas). ¿Y si se descubriera que ya desde la edad de
piedra la comunión frente al fuego consistía en asar bombones?</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
“Soy incapaz de emocionarme con los
vegetales”, le escribe Baudelaire a Fernand Desnoyers cuando éste le solicita poemas para una antología sobre la naturaleza. “Nunca creeré que <i>el alma de los dioses habite en las plantas</i>”,
le confiesa. Y a cambio de versos sobre “hortalizas sacralizadas”, a cambio de
ejercicios de poesía romántica, le envía un par de poemas sobre el ocaso y el
amanecer en París, sobre la urbe entendida como estepa o jungla, plagada de
bestias feroces que rugen sedientas al salir del trabajo, de tribus de
caníbales a la vuelta de la esquina acechando a sus víctimas (Baudelaire, <i>Correspondencia</i>).<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
La naturaleza es una madre que en
gran medida nos hemos inventado. Una madre postiza, una madre a la que
imploramos y reverenciamos, a cuyas faldas quisiéramos acogernos cuando nos
sentimos huérfanos. Regar las plantas, cultivar un jardín, son los rituales con
que nutrimos ese mito. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
En la naturaleza no encontramos la
menor resonancia. Gritamos en la cañada para escuchar nuestro eco, pero ella no
tiene interés en nosotros y, como una enorme boca que bosteza, nos da la
espalda. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Qué imperturbable parece la
superficie del agua antes de arrojarle guijarros; qué insensible se antoja la
bóveda celeste ante nuestras alegrías, ante nuestras desdichas. Por eso hacemos
incisiones en los troncos, por eso tallamos las piedras y escribimos: “Yo
estuve aquí.” <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
No falta quien vuelva al campo sólo
por el placer de orinar a la intemperie.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Paisajes rocosos que nos devuelven
a la infancia; árboles que rodeamos como si se tratara de parientes lejanos, de
antepasados que eligieron la inmovilidad; y esa sensación un tanto previsible
de paz que sobreviene cuando las cigarras se callan, y parece que el mundo se
hubiera detenido por la acción de un interruptor. Todo lo que encontramos en el
campo de algún modo lo hemos llevado allí. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1YTPnhTzWWlShDDUO2JXDsesYSZk05bGD6n1Pgz8cWNEa32wtxWsPyGnDm4GAPcSRzsLSJhtXxIC9wUo0bmHWeX1z3aYq1iac0pokdzEKxPzu6NqPaCQOtdCjqUQMVn5yj2KCsOsZNRo/s1600/Di%CC%81as+de+campo+3.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" height="211" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1YTPnhTzWWlShDDUO2JXDsesYSZk05bGD6n1Pgz8cWNEa32wtxWsPyGnDm4GAPcSRzsLSJhtXxIC9wUo0bmHWeX1z3aYq1iac0pokdzEKxPzu6NqPaCQOtdCjqUQMVn5yj2KCsOsZNRo/s400/Di%CC%81as+de+campo+3.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
¿Quién, al tenderse a contemplar
las nubes, no lo ha hecho para mirar de cerca el paso de sus pensamientos?<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Aplastamos una hormiga con la punta
del dedo, medimos nuestra pequeñez contra un sauce majestuoso. Pero la
naturaleza no admite esa clase de comparaciones; es un absoluto ante el cual
nada de lo humano puede ser medido.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin-right: -4.45pt;">
Cuando uno se
aparta del camino y se pierde en el bosque, corre al primer oasis de cemento.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
El campo no es más que una
superstición de la ciudad. De regreso a casa, pero ya desde la carretera
flanqueada por árboles raquíticos, cubiertos de hollín, sentimos que la
excursión no tuvo lugar, que todo fue tan fugaz como una burbuja, que nunca
estuvimos allí. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Volvemos del campo con una rama,
una piña fragante, una piedra con forma de montaña. En compensación, como <i>souvenir</i> invertido, aportamos una
colilla, un pañuelo sucio, corcholatas. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Los restos del picnic: migajas,
botellas vacías, bolsas de plástico. A veces los rescoldos de una fogata. Hoy
muchos se preocupan por recogerlos, por no dejar ninguna huella. Sin embargo,
en su intrusión, en su presencia contaminante, había también un no sé qué de
bucólico. <o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
Irse y dejar la mesa puesta sobre
el pastizal. Irse y dejar los utensilios, los manteles, las velas -<span style="font-family: Cambria; line-height: 150%; mso-bidi-font-size: 12.0pt;">–</span>la
parte civilizada que hay en nosotros, nuestra mitad enguantada<span style="font-family: Cambria; line-height: 150%; mso-bidi-font-size: 12.0pt;">–</span>,
a expensas de los elementos.<o:p></o:p></div>
<div>
<!--[if !supportAnnotations]-->
<br /><div>
<div class="msocomtxt" id="_com_2" language="JavaScript">
<div class="MsoCommentText">
<br /></div>
<!--[if !supportAnnotations]--></div>
<!--[endif]--></div>
</div>
<!--EndFragment-->Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-43881979119950814202012-04-15T12:59:00.000-07:002012-04-15T12:59:23.246-07:00La cámara digital de Perec<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br />
</div><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="margin-left: 7.0cm;"><i><span style="font-size: 11pt;">Es siempre lo que sabíamos de memoria lo que nos toma desprevenidos.<o:p></o:p></span></i></div><div align="right" class="MsoNormal" style="margin-left: 7.0cm; mso-outline-level: 1; text-align: right;"><span style="font-size: 11pt;">Pascal Quignard<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">Nunca la fotografía fue tan masiva como hoy. Nunca antes el acto alguna vez poético de capturar la luz estuvo tan vinculado al ritmo de la industrialización y el capitalismo. La cámara digital ha terminado por hacer realidad, casi dos siglos más tarde, el sueño de los pioneros de la fotografía de conseguir que fuera un invento verdaderamente <i>público</i>.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">Convertidos en una plaga óptica más obsesiva y ubicua que los turistas japoneses, ahora pasamos los días registrándolo todo, acosándolo todo, compendiándolo todo. Desde una grieta en la pared hasta el vuelo perezoso de las palomas en la plaza —un clásico de la fotografía en cualquier formato—, los días transcurren en un ambiente de inventario colectivo, como si de golpe la humanidad estuviera respondiendo al llamado de retener fragmentos, instantáneas de la vida en la Tierra, esforzándose por construir un desperdigado Álbum Universal. Clic a la mujer dormitando en el metro, clic a la nube con forma de chicle masticado, clic a la bola de helado derritiéndose en el suelo ante la pataleta de fin del mundo del niño. Con la aparición de la cámara digital, el rango de la mirada tal vez haya perdido horizonte, profundidad de campo, olfato para lo trascendente, pero ha ganado agudeza, atrevimiento, desfachatez: ahora prestamos más atención a lo minúsculo, a lo que aparentemente no tiene importancia, a lo que pasa de largo en nuestra cotidiana anestesia; a todo aquello que, como decía Georges Perec, “generalmente no se nota, no se anota”, “a lo que pasa cuando no pasa nada.”<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">Más que ante un apetito documental, estamos ante una búsqueda omnímoda, tentacular, quién sabe hasta qué punto artística; una suerte de recorrido a contrapelo por la uniformidad, por el lomo de la rutina, confiados en que así como sucede con la pelambre del gato, la uniformidad acabará por mostrar su brillo, su esplendor oculto. Quizá esta nueva pasión fotográfica no sea más que un cambio de disposición, una recuperada avidez del ánimo; esa actitud alerta, receptiva como la esponja, en que estamos siempre listos a desenfundar nuestra cámara. Una manera inquisitiva de desenvolverse en el mundo en la que, por el sólo hecho de que podemos atestiguarlo y llevar registro, nos resistimos a aceptar que no esté pasando nada. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixK7YLNDbWDlzoWR3RQq0xLEg1rgbTUjdaXrhYUNLQOPaL8Raoe0Yb6f22Xgp5paLAr-RkOTgR50othB0zp10UR-nFiXX0VNn4527uzFJ_VZGXj0r6zsivwmf4KyDz2pYIbx5haXQkNG8/s1600/Margarita+de+flan.jpg" imageanchor="1" style="line-height: normal; margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center; text-indent: 0px;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixK7YLNDbWDlzoWR3RQq0xLEg1rgbTUjdaXrhYUNLQOPaL8Raoe0Yb6f22Xgp5paLAr-RkOTgR50othB0zp10UR-nFiXX0VNn4527uzFJ_VZGXj0r6zsivwmf4KyDz2pYIbx5haXQkNG8/s400/Margarita+de+flan.jpg" width="297" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Margarita deshojada de flan</td></tr>
</tbody></table><div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">* * *<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">En su “Breve historia de la fotografía”, Walter Benjamin destaca que el apogeo de esta disciplina tuvo lugar en el primer decenio de su existencia, precisamente en esos años miríficos de mediados del siglo XIX que precedieron al proceso de su industrialización. Benjamin se refiere, desde luego, a un apogeo de tipo artístico, a sus posibilidades y alcances plásticos, es decir, a la fotografía como una rama novedosa del arte. Más de ciento cincuenta años después, en esta época en que todo el mundo tiene una cámara en el bolsillo, en el teléfono y a veces hasta en la pluma, lo más seguro es que no necesariamente esté de por medio una palabra tan sonora, tan espinosa e intimidante como la que preocupaba a Benjamin, pero sin duda se trata de un fenómeno que cabe calificar de <i>estético</i>, y que por la magnitud y vastedad de sus alcances, tal vez sería tiempo de que lo reconociéramos como una auténtica revolución en la sensibilidad. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">Aunque despreciada por los <i>connoisseurs</i>, por los fotógrafos de la vieja guardia y los amantes de las placas en blanco y negro, la cámara digital no sólo ha modificado los hábitos de la documentación y del recuerdo —de la fotografía como <i>souvenir</i>—, sino que está transformando los hábitos de la observación misma. Por efecto o condicionamiento de la técnica, prestamos más atención a lo que nos rodea, a aquello que había dejado de sorprendernos por demasiado visto, a lo que ya no nos preocupábamos por interrogar precisamente porque creíamos que nunca nos interrogaba. Es cierto que se siguen tomando miles de fotografías de sucesos extraordinarios —del accidente automovilístico y no del tráfico omnipresente; de la novia con vestido blanco y no en su pijama luida de franela—, pero la tecnología de las nuevas cámaras están consiguiendo que se desmorone el prestigio de lo anómalo, que poco a poco la fotografía deje de concebirse como el beso de lo infrecuente.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">En un comienzo tal vez haya sido simplemente consecuencia del número, de lo fácil que resultaba tomar cientos de fotografías y luego, sin mayores contemplaciones, quizá borrarlas. (Es probable que hoy los padres tomen más fotografías de sus hijos en un solo día que las que ellos mismos conservan de su propia infancia.) Pero aquí la cantidad se volvió sinónimo de liberación; la sola posibilidad de la abundancia, la felicidad del exceso, obró rápidamente en nosotros y transformó nuestra disposición como observadores. Las cosas comunes empezaron a lucir de modo distinto, a revelar destellos insospechados, que habían estado siempre allí, delante de nosotros, pero que ahora parecían menos insignificantes, menos triviales. La cámara digital ofreció una forma de rescatar esas cosas de la grisura en que llevaban años naufragando, una manera inmediata de apartarlas del flujo de lo indiferenciado y lo estéril, un dispositivo para darles una lengua y un sentido. Lo que se asumía como telón de fondo empezó de pronto a agitarse, a materializarse, a cobrar peso y entidad; el barrio de siempre, la calle por la que volvemos, el propio cuarto, incluso la palma de la mano dejaron de ser presencias fantasmales contempladas desde el visor de la cámara. Como en las ilusiones ópticas, lo imperceptible, lo casi inexistente, pasó por hechizo a primer plano; la cámara digital y sus derivaciones cibernéticas como Flickr e Instagram nos contagiaron la euforia de que lo llamativo podía estar en cualquier lado. <o:p></o:p></div><div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">* * *<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">Los cumpleaños infantiles atraen a las fotografías como la mermelada a las moscas. Constituyen el laboratorio inmejorable del fotógrafo aficionado, ese edén recurrente que le permite experimentar con su cámara y desprenderse de muchas de las inhibiciones que lo paralizan, que le impiden explayarse con su artefacto. Allí, entre niños revoloteando y padres divorciados pero sonrientes, no hay encuadre que se antoje excesivo, no hay detalle que parezca un despropósito acorralar con el zoom. Y aunque seguramente desde los años del daguerrotipo y las placas de gelatina los cumpleaños ya eran un buen pretexto para el arte fotográfico, con el arribo de la tecnología digital no sólo la cantidad de instantáneas se ha incrementado vertiginosamente, sino que también sus motivos, sus hallazgos —lo que podríamos llamar sus <i>preocupaciones</i>—, se han modificado. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">En los no tan lejanos tiempos de la tecnología analógica, lo que solía fotografiarse eran momentos estelares: el instante en que se rompía la piñata o se apagaban las velas, la pegajosa máscara de harina y azúcar que, como un rito de rejuvenecimiento del cutis, luce el festejado tras la infaltable mordida del pastel. Hojeo el álbum familiar y lo compruebo: una página tras otra de momentos especiales, de vacaciones o festivales de la escuela, estampas de días extraordinarios en que mis hermanos y yo estábamos disfrazados de gente limpia y respetable. Fulgores de lo que ha sido señalado para ser inolvidable; destellos de lo insólito en las fechas ya marcadas en rojo en el calendario. <span style="line-height: 200%;"><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">Si partimos de la cauda de asociaciones que despiertan palabras como “endomingarse” o “dominguero”, no parece necesaria una investigación estadística para convencernos de que el día de la semana en que más se dispara el obturador es el que dios eligió para el descanso. ¿Por qué en mi viejo álbum hay tan pocos recuerdos de un lunes cualquiera, de los días sin lustre en que mis hermanos y yo retozábamos en el cochambre cotidiano? ¿Por qué tanto interés en la rareza, en la arruga y no en la lisura de la tela; por qué privilegiar lo peregrino, lo inusual, el fuego de artificio y no la noche estrellada que le sirve de fondo? “Como si la vida sólo pudiera revelarse a través de lo espectacular, como si lo convincente, lo significativo, fuera siempre anormal”, escribe Georges Perec en “¿Aproximaciones a qué?”, el texto que da inicio a sus exploraciones en lo infraordinario, y que siempre he creído que compendia su poética. Como si sólo pudiera hacerse honor a la vida a través de sus excepciones, de sus fracturas, nos precipitamos a enmarcar el suceso, lo que destaca y huye de lo común, a costa de que en el gesto tal vez perdamos lo esencial, lo verdaderamente revelador. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3G_X-Ul7bRehD3cAs7lDv6fTYirMYTMdaQNfZlySTZ6UlebYsumlwj2lk_Z7RUM_oy4KqtiNSR_MRHm7SrsBIVL-H96VpXy0mxLbElCS7DZFJiGxrOHTPG05gXZHsdKbzpqUJqqcHiIg/s1600/Georges_Perec_cineasta_Bernard_Queysanne.jpeg" imageanchor="1" style="line-height: normal; margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center; text-indent: 0px;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3G_X-Ul7bRehD3cAs7lDv6fTYirMYTMdaQNfZlySTZ6UlebYsumlwj2lk_Z7RUM_oy4KqtiNSR_MRHm7SrsBIVL-H96VpXy0mxLbElCS7DZFJiGxrOHTPG05gXZHsdKbzpqUJqqcHiIg/s400/Georges_Perec_cineasta_Bernard_Queysanne.jpeg" width="292" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Perec, en uno de sus proyectos cinematográficos</td></tr>
</tbody></table><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">Pero ya es hora de regresar a los cumpleaños infantiles y, en particular, a ese paisaje desolado y melancólico de fin de fiesta que suele formarse sobre la mesa del pastel cuando la luz se hace oblicua y está a punto de caer la noche. Los niños siguen revoloteando, los padres divorciados sonríen lánguidamente, y a la mesa donde un dinosaurio se hunde en las arenas movedizas de lo que queda del merengue, al lado de servilletas angustiosamente hechas bolita, salchichas mordisqueadas y botellas de refresco vacías, no sólo llegan las moscas, también acude el padre de familia con su cámara digital. ¿Por qué interroga con tanto cuidado, enfocando por segunda vez, ahora sin flash, a esa naturaleza muerta con espantasuegras? ¿Qué busca allí? Lo más seguro es que esa fotografía no la habría sacado si no fuera tan fácil tomarla, si no se hubiera integrado a la trama de hábitos en los que fotografiar cosas como esa tiene sentido. Lo más probable es que diez años antes, aun llevando una cámara analógica al cuello, no la hubiera tomado. Pero ahora es diferente. La cámara ha propiciado el deslumbramiento estético, el guiño sensible frente a lo que antes no le decía casi nada. De alguna manera, lo ha llevado a <i>mirar más</i>. Y entonces, como un personaje obsesivo de Georges Perec, se da vuelo, se diría que no quiere perder detalle de lo que ese día, inadvertidamente, también sucedió en la fiesta. Clic a la hilera colgante de globos desinflados, al charco ominoso de refresco bajo la cabeza quebrada de la piñata, a las moscas que se reflejan estremecidas en el espejo de la gelatina con pasas. <o:p></o:p></div><div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">* * *<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">Desde que me hice de una cámara Nikon de bolsillo (apenas 27mm de grosor y 14.2 megapixeles), la pregunta sobre qué habría hecho Georges Perec con una cámara digital no ha dejado de darme vueltas en la cabeza. ¿En qué proyecto delirante y exhaustivo se habría sumergido el autor de <i>Tentativas de agotar un lugar parisino</i> si hubiera contado con una camarita japonesa como ésta? ¿Se podría “agotar” un lugar, digamos la plaza Saint-Sulpice de sus experimentos literarios, con los recursos que ofrece una cámara? <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">Sentado durante tres días en los cafés de la plaza Saint-Sulpice, sin más instrumentos que una libreta y una pluma, Perec se entrega a enumerar lo desapercibido, lo siempre presente y ya asimilado al paisaje, el vasto tapiz de la vida cotidiana. En su relación —que tiene ese aire de meticulosidad inconfundible de los protocolos de un experimento— desdeña abiertamente las estatuas de los grandes hombres e incluso se da el lujo de no prestar demasiada atención a la iglesia, la iglesia de Saint-Sulpice, sitio de peregrinación de los turistas, que entran y salen presurosos como si asistieran a una cita, a un compromiso ineludible, un poco por obligación, armados con sus pesadas cámaras. Perec elude lo trascendente, lo que “debe verse” y está señalado con tres estrellas en las guías, lo que por automatismo imanta las miradas. Esquiva todo eso no porque le parezca aborrecible o de escaso valor, sino porque ya está “suficientemente catalogado, inventariado, fotografiado, contado o enumerado”, es decir, porque ha terminado por eclipsar a lo demás. Los turistas llegan a la plaza y van directo a lo que “importa”: a la fuente de los oradores cristianos, a la iglesia que años más tarde un autor de <i>best-sellers</i> convertirá en el improbable epicentro del Priorato de Sión; si acaso, uno que otro, se detiene a capturar el vuelo más bien obeso de las palomas. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">Perec, en contraste, quiere interrogar aquello que los visitantes pasan por alto. Es una suerte de antiturista, de viajero al revés o en negativo, no sólo porque ese sea su barrio y el paisaje le sea demasiado familiar, sino porque sus búsquedas son el reverso de aquellas que emprende quien, aun siendo forastero, sabe a dónde dirigirse, de quien va por la ciudad siguiendo un itinerario, capturando lo grandioso, lo monumental, lo ya suficientemente fotografiado. Mientras que una horda de japoneses dirige al mismo tiempo sus teleobjetivos hacia lo alto, hacia un campanario de la iglesia, allí está Perec, dándoles la espalda en una banca, inspeccionando el indeciso trayecto de una hormiga. <o:p></o:p></div><div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">* * *<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">En los grandes asuntos, los hombre buscan lo que ya saben que está allí; en los pequeños, encuentran lo que no se imaginaban. A la dificultad de ver lo obvio se añade la dificultad de apreciar lo que tenemos bajo las narices. Pero aunque demoremos en descubrirlo, su disfrute suele ser más duradero, más intimo. No se agota en la sorpresa, en el sobresalto de lo brillante, sino que se desenvuelve lentamente, como un listón que revela poco a poco sus misterios; se trata, en todo caso, de una sorpresa de liberación prolongada. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;"> Más de treinta años después, gracias a la tecnología digital, uno puede hacer un recorrido panorámico de la plaza Saint-Sulpice en las páginas de Google Maps. Allí está el único café que queda —el de la Marie— de los tres que Perec frecuentaba, un café siempre atestado de clientes, con animadas mesas en la banqueta, que Enrique Vila-Matas ha rebautizado como Café Perec. Allí están también —¿cómo evitarlas?—, las palomas en la plaza, y desde luego la fuente de los grandes hombres y, claro, la imponente iglesia, aunque justo en las fechas en que los emisarios de Google digitalizaron la zona, en que hicieron el levantamiento fotográfico, la iglesia estaba cercada por láminas, seguramente a causa de una remodelación. ¿Tenían la encomienda, los esforzados emisarios de Google, de agotar ese y todos los demás rincones parisinos con su tecnología? ¿Es esto lo que habría hecho Perec con una cámara digital: armar el rompecabezas de la plaza uniendo instantáneas diferentes, haciendo que embonaran las figuras de una pareja discutiendo, de unas alas alzando el vuelo, de una mujer tomando su café, un poco a la manera de las obras alguna vez vanguardistas de David Hockney?<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">Más allá de que me he quedado reflexionando en lo extraño que resulta que en los mapas digitales haya palomas y gente y autobuses que pasan (como el número 96 o el 84, que tantas veces recorren los apuntes de Perec); mapas futuristas que por una coincidencia significativa recogen los detalles concretos de los mapas antiguos, de esos mapas primerizos y un tanto cándidos en que se dibujaban árboles, gente y hasta perros para mayor fidelidad con la zona; más allá de esta perplejidad, aventuro que quizá la forma de agotar un rincón parisino con una cámara sería muy distinto de la que pusieron en marcha los muchachos de Google. Más bien veo a Perec, cámara en mano, enfocando hacia lo minúsculo como quien afila una pregunta. Presa de la pasión por compendiarlo todo, con ese frenesí extrañamente parsimonioso del catalogador, lo veo deslizarse furtivamente para apreciar la forma en que tres vagabundos empinan una botella, o dando una larga zancada para registrar en qué lugar de la fuente se posaron esta vez las palomas, o escondiéndose detrás del kiosco para corroborar si el ramo de flores que lleva aquella chica hace juego con su vestido. Cada encuadre sería un intento de interpelar lo que aparentemente no importa, cada flashazo una tentativa de abrir una puerta hacia lo que siempre ha estado allí. Lo veo con su cámara japonesa persiguiendo al héroe moderno de Baudelaire, capturando la forma en que camina el hombre común, cuya mayor aventura del día probablemente será cruzar entre los coches que no respetan el semáforo. Lo veo atareado de pronto por conseguir que algo de todo esto sobreviva, acosando con cierta urgencia al enjambre de turistas japoneses, rodeándolos para no perder detalle de su manía fotográfica<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=4784012189406140182#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><!--[if !supportFootnotes]--><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-size: 12pt;">[1]</span></span><!--[endif]--></span></a> —ahora duplicada y devuelta y por primera vez padecida—, y después tomando tranquilamente una foto al ya muy envejecido eslogan publicitario: “Desde el autobús miró París.” <o:p></o:p></div><div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">* * *<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">“La vida parisina es fecunda en temas poéticos y maravillosos. Lo maravilloso nos envuelve y empapa como la atmósfera; la cosa es que no lo vemos.” <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">La frase no es de Perec, sino de Charles Baudelaire, puede leerse en “Del heroísmo de la vida moderna”. Habría sido un buen epígrafe para la <i>Tentativa de agotar un lugar parisino</i>; pero también podría ser una insospechada clave del cambio en la sensibilidad que está operando en nosotros la cámara digital. La ya vetusta, polvorienta y tal vez superada modernidad, entendida como un entusiasmo por lo extraordinario, como una sed continua de novedades, pero ahora <i>en aquello que tenemos delante</i>, en lo que pasa directamente frente a nosotros, en lo ordinario y corriente que apenas nos dignamos a ver. Ya no la épica del héroe que tarda veinte años en volver a casa, después de enfrentarse a un sinfín de seres fantásticos y hechiceras, sino la odisea del hombre común, que sale sin mayores expectativas a comprar los ingredientes para el desayuno.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-indent: 35.4pt;">En su libro sobre Baudelaire, Félix de Azúa escribe: “Mientras otros inventaban la fotografía, Baudelaire inventaba la modernidad.” Habían de pasar casi dos siglos para que estos inventos terminar por coincidir, para que descubriéramos que, en el fondo, aunque a distintas velocidades, ambos no son sino el mismo. <o:p></o:p></div><div><!--[if !supportFootnotes]--><br clear="all" /> <hr align="left" size="1" width="33%" /> <!--[endif]--> <div id="ftn1"> <div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=4784012189406140182#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-size: 10.0pt;"><!--[if !supportFootnotes]--><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10.0pt; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-bidi-language: AR-SA; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: EN-US;">[1]</span></span><!--[endif]--></span></span></a><span style="font-size: 10.0pt;"> </span><span style="font-size: 10pt;">A propósito de la manía japonesa por fotografiarlo todo, corre el rumor paranoico y descabellado de que, más que una pulsión genuina, originada en las profundidades de la idiosincrasia oriental, su frenesí fotográfico sería consecuencia de un mandato imperial: una especie de espionaje a la vista de todos para salvar a la patria. A raíz de la devastación y crisis económica en la que se sumió el Japón tras la Segunda Guerra Mundial, todos los viajeros a Occidente habrían tenido la misión de recabar fotografías de cuanto pudiera ser imitado en las fábricas de la isla, ya fueran mecanismos sofisticados o juguetes elementales, diseños de moda o soluciones arquitectónicas. La industria japonesa —no precisamente un paladín de las leyes de propiedad intelectual— necesitaba ideas frescas y las necesitaba a cualquier precio. Contaban para ello con el disfraz inmejorable del turista boquiabierto, fastidioso como un tábano, que sin embargo todo mundo consiente y deja moverse a sus anchas dada la candidez de su maravilla… Y lo que habría comenzado como un acto sistemático de espionaje no tardaría en degenerar en una suerte de atavismo nacional, en esa afición hormigueante, se diría ininterrumpida —<i>el tic del clic</i>—, que a todos nos ha parecido alguna vez sospechosa pero por las razones equivocadas. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 10pt;">Ignoro si esta leyenda urbana, que he escuchado de tres o cuatro bocas no especialmente propensas a la intriga internacional, tiene algún fundamento, pero el caso es que ha llegado a trastocar para siempre mi idea de lo fotogénico, de lo que vale la pena salvar de la fugacidad —y ya ni se diga de lo que ingenuamente denominamos “viajes de placer”. Ahora, cada vez que tropiezo con un enjambre de flashes orientales revoloteando en torno a un objeto cualquiera —un patín del diablo, el patrón de las grecas en una pirámide maya, un coche último modelo—, sólo puedo representármelo (como si alguien más poderoso oprimiera un botón asociativo en mi cabeza) bajo la estampa improbable de una legión de agentes encubiertos cumpliendo con su deber. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 10pt;">Y a todo esto, ¿alguien recuerda haber visto a un turista japonés asediando con su lente lo no-replicable, algún detalle del paisaje poco apto para la piratería? ¿Alguien ha visto a un turista japonés interesado en capturar el vuelo inocente y consabido de las palomas?<o:p></o:p></span></div></div></div><!--EndFragment-->Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-30124249388446895992012-04-11T09:03:00.004-07:002012-04-11T09:19:54.583-07:00Pasajes y pasadizos de la urbe<div style="text-align: justify;"><blockquote><span style="font-size:85%;">El Gran Arte de Londres no tiene nada que ver con ningún mapa o guía, ni mucho menos con un conocimiento de anticuario, por más admirables que estas cosas puedan ser… El Gran Arte al que me refiero pertenece por completo a otra esfera; por lo que respecta a los mapas, por ejemplo, si se han llegado a estudiar es necesario olvidarlos, mientras que todas las asociaciones históricas deben también dejarse de lado… El seguidor del Arte de Londres ha de purgarse a sí mismo de todo esto tan pronto se entrega a sus aventuras. Pues la esencia de su arte consiste en que debe ser una aventura en lo desconocido. </span></blockquote></div><blockquote><span style="font-size:85%;">Arthur Machen, <span style="font-style: italic;">Things Near and Far </span></span> </blockquote> <br />En todas las ciudades suele haber por lo menos alguna esquina que, al doblarla, nos arroja a una ciudad interior, a una ciudad oculta e imprevista. Callejones o pasadizos que, alejados del ajetreo cotidiano, a la sombra de los asuntos prácticos de la vida, nos conducen a parajes fantásticos —a veces incluso siniestros—, en donde lo familiar se transforma en estremecimiento y nosotros mismos ya no sabemos muy quiénes éramos ni a dónde nos dirigíamos. A cualquiera de esos puntos de acceso, de esas auténticas fisuras de la urbanística, Thomas de Quincey los denominaba “Pasajes del Noroeste”: atajos a no sé sabe qué, umbrales que nos separan de un reino encantado, misterioso y quizá irrepetible, bañado por una luz que no parece de este mundo y que, como la mayoría de los secretos celosamente guardados en una ciudad, es inútil buscarlos en las guías de turistas. <br /><br />De Quincey gustaba de recorrer las calles de Londres sin ninguna meta definida, mezclarse con la multitud y seguir su corriente, sus vaivenes, su pulso, en una variante noctámbula y contemplativa de la vagancia. Esa afición peripatética, que quizá le venía de sus años de adolescente, cuando había renunciado a su herencia y caminaba famélico y perdido en busca de Ann, su compañera de desdichas, la aderezaba con fuertes dosis de láudano, una tintura psicoactiva que por entonces se vendía en las farmacias y que, a diferencia de los estereotipos sobre los efectos letárgicos del opio, en vez de postrarlo y anular su voluntad lo propulsaba y lo hacía deambular sin descanso en una suerte de euforia sensorial y meditativa.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhzzy_ZXhs7QmMgwC1zYeVIIC6dPzWEtH6L80JoIRnU1JuAND-x44nT0lDzPdkOPQDLZcIWQ5gIp9x4gRCSWMKNw8wdotbBcfVz5cLBISeLBBDxBjFRP0DfEThrl479hoFjns0UE4s1fKM/s1600/quincey.gif"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 398px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhzzy_ZXhs7QmMgwC1zYeVIIC6dPzWEtH6L80JoIRnU1JuAND-x44nT0lDzPdkOPQDLZcIWQ5gIp9x4gRCSWMKNw8wdotbBcfVz5cLBISeLBBDxBjFRP0DfEThrl479hoFjns0UE4s1fKM/s400/quincey.gif" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5730177768157252322" border="0" /></a><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-size:85%;">Thomas de Quincey</span><br /></div><br />Aunque el carburante tóxico que empleaba De Quincey podría hacernos ver con ojos suspicaces la idea misma de un Pasaje del Noroeste (idea que, hay que reconocerlo, comporta algo de fumado y de psicotrópico), cualquiera que haya caminado sin rumbo por una ciudad, dejando que la locomoción bípeda estimule sus terminaciones nerviosas e irrigue de ensoñación su horizonte —cualquiera que haya practicado la caminata como práctica estética—, sabe que uno de los efectos del errabundeo es precisamente llevarnos a una suerte de trance ambulatorio donde lo sensitivo se alía con la reflexión, donde la atención alerta no excluye las largas divagaciones metafísicas, y en el que el caminante no tarda en descubrir que no sólo se ha alejado de los circuitos habituales, de las avenidas y barrios que solía recorrer, sino que también, bajo el influjo fisiológico de la marcha, a causa de la disposición a dejarse llevar por cualquier sendero, hace ya tiempo que está <span style="font-style: italic;">fuera de sí</span>.<br /><br />Como más tarde reconocerían algunos de los más insignes paseantes y vagabundos de la historia de Occidente (desde R. L. Stevenson a Arthur Machen, desde Baudelaire a Walter Benjamin, desde los dadaístas a Guy Debord y desde William Blake a los beats), las caminatas pioneras de De Quincey, gracias en parte a su adicción al opio, a su debilidad inveterada por “perseguir al dragón”, marcaron la deriva urbana y el callejeo de una atmósfera inequívocamente alucinógena. A partir de él, ya sea mediante la intoxicación expresa o llevados por los efectos de la caminata misma, tanto en la literatura como en diferentes disciplinas artísticas el paseo ha sido una forma de transformar lo cotidiano en sede de lo extraño y lo inusual: un medio —un rito de pasaje— para explorar nuestro entorno inmediato de otra forma, con otra sensibilidad, desde una perspectiva que cabría denominar <span style="font-style: italic;">extranjera</span>.[1]<br /><br />Pese a que conceptos antiguos como el de <span style="font-style: italic;">genius loci</span> (el espíritu del lugar para los romanos) o sumamente recientes como el de <span style="font-style: italic;">psicogeografía</span> (de raíz situacionista) puedan vincularse a supercherías, a creencias de corte religioso o incluso al más cándido y rechinante New Age, el pasaje del Noroeste no hace que nos transportemos a una ciudad perdida en quién sabe qué plano de la realidad ni que realicemos un salto esotérico en el tiempo; nos conduce a otra forma de percepción y de conciencia en que lo familiar, lo siempre visto, brilla de un modo peculiar, un tanto nostálgico; de ese modo intenso y sugestivo con el que solía hacerlo antes de que la rutina y el embotamiento lo fueran cubriendo con su pátina.<br /><br />En De Quincey, como en muchos de los que siguieron su senda ambulante e intoxicada, la caminata era una forma de salir del reino de lo instrumental, del reino de la lógica y de la eficacia (donde lo que importa es llegar del punto A al B), para ingresar al subreino de los encuentros inesperados y el azar, al territorio siempre por descubrir de lo que tenemos delante, tan cerca e inexplorado como la palma de la mano (donde lo que importa no es llegar a ningún punto, sino el recorrido, el trayecto que reproduce el hilo de la mente). Al igual que otras tantas llaves capaces de abrir las puertas de la percepción, la caminata —con o sin ayuda del opio—, se convirtió en un método de redescubrimiento de lo ya demasiado conocido —de lo inadvertido— y, por ende, en un medio valioso para purgar los ojos, para limar de callosidades a la sensibilidad y entonces <span style="font-style: italic;">ver más</span>. <br /><br />William Blake, que también conoció los placeres del vagabundeo y dejó poemas visionarios sobre la experiencia de recorrer a pie la urbe (como aquel que se intitula “Londres”), escribió en los Proverbios del Infierno esta frase justamente célebre: “Los bulevares del exceso conducen al palacio de la sabiduría.” Como cualquier pasante podría apostillar, y como quizá el propio Blake vislumbró en su momento, acaso cabría decir también que “Los senderos del vagabundeo conducen al país de las maravillas.” No debe extrañarnos que, como comprobó De Quincey, casi siempre salgan chispas cuando ambas sentencias se ponen en práctica al mismo tiempo.<br /><br /><br /> [1] <span style="font-size:85%;">Uno de los artistas contemporáneos que más ha explorado y practicado la caminata, Francis Alÿs, durante un viaje a Copenhague en mayo de 1996 rindió tributo —ignoro si con conocimiento de causa—, a los vagabundeos drogados de De Quincey, y el resultado fue la pieza <span style="font-style: italic;">Narcoturismo</span>, en la que durante siete días caminó por la ciudad bajo el influjo de otras tantas drogas. Su cometido explícito durante esas jornadas era explorar “la experiencia de estar presente físicamente en un lugar, pero mentalmente en otra parte”.</span>Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-69336594096021919552012-03-07T19:31:00.004-08:002012-03-07T21:03:22.380-08:00Un ensayo es un ensayo es un ensayo<span style="font-style: italic;">Heriberto Yépez, en su columna de</span><span style="font-style: italic;"> </span><span>Laberinto</span> <span style="font-style: italic;">del diario</span> <span>Milenio</span>, <span style="font-style: italic;">escribió una </span><a style="font-style: italic;" href="http://impreso.milenio.com/node/9118930">crítica</a><span style="font-style: italic;"> a mi idea del ensayo publicada en este mismo blog y en la revista </span><a href="http://www.letraslibres.com/revista/convivio/el-ensayo-ensayo"><span>Letras Libres</span></a>. <span style="font-style: italic;">Acá mi respuesta, que se publicó igualmente en </span><span>Laberinto</span>:<br /><br /><br />Hay que ser “muy mula”, como dice Yépez con su estilo lleno de poesía y ponencia, para interpretar que la vuelta a Montaigne comporte la idea de quedarse allí. Con afán de puya y una manía simplificadora incomparable, cuestiona que al asociar al ensayo con la serpiente lo haga “para evitar que mude de piel”. Más allá de que es improbable que yo pueda impedir nada, Yépez pasa por alto el epígrafe —sino es que el meollo del asunto—: “El ensayo no puede ser otra cosa, ya que le está permitido serlo todo.” La condición de la serpiente es mudar de piel, pero no puede dejar de ser serpiente. <br /><br />Además de las simplificaciones, a Yépez le encantan las metáforas sobre la petrificación y la máscara. Es natural: usa la rancia estrategia de convertir en guiñol lo que lee, para luego darle de palos. Cuando conoció la idea de Bacon de atentar contra los ídolos de la tribu, la entendió en clave de piñata. El problema es que, tras su sesión acaso terapéutica de dale y dale, no se da cuenta de que el espantajo que creó está hueco y que así no gana un cacahuate. <br /><br />Yépez, siempre original, aboga por un ensayo que <span style="font-style: italic;">hibride</span>, es decir, no quiere desmontar el centauro de Alfonso Reyes. Insiste en su carácter teórico sólo para decir que, fuera de la psicohistoria que practica, todo es repostería y amenidad. No sin razón, cree que a la literatura mexicana le hace falta discutir ideas; se embrolla cuando señala que la vía es un regreso a las tesis. Al contrario de Lutero, que clavó la suya en la puerta y se encerró hasta no demostrarla, el ensayista se olvida de esa tesis y de esa puerta para enfrentar directamente las cosas. Quizá no vaya muy lejos, pero nada más contrario a la estrategia del avestruz, que en todo caso se respira en los cubículos. La preocupación de Yépez es clara: ¿cómo convertiría sus clases en ponencias para luego publicarlas con el título excesivo de “ensayos”? El reciclaje académico precisa de esa confusión. <br /><br />Subrayar el cariz personal del ensayo lo interpreta como una posición ególatra, donde el escritor se solaza en el juego solipsista con su yo-yo. Haría bien en abrir el libro de Montaigne y advertir que rebosa en temas e ideas, y que aun sus naderías rara vez son evasiones. Para alguien que arroja sentencias desde la cúspide de La Verdad, el prisma falible de la subjetividad ha de saber a muy poco. Seguro le molesta que, ocupado en sí mismo, el ensayista no tenga por tema a Heriberto Yépez, único eje del ego válido. <br /><br />Apoyarse en Montaigne equivale, para él, incurrir en argumento de autoridad, un gesto de castración y conservadurismo retrógrado. No concibe otra forma de traer al presente la tradición sino convirtiéndose en “tradicionalista”. Si la operación de elevar al cuadrado no estuviera hoy desprestigiada, diría que el énfasis del ensayo ensayo es potenciarlo: apoyarse en su linaje para mutar sin traicionarse. Coincidimos en que un género degenerado no puede prescindir de la experimentación y la audacia; la “resta” está en aferrarse a llamar “ensayo” aquello que ni siquiera lo intenta.<br /><br />Los fantasmas de la autoridad empañan sus anteojos cuando juzga sintomático que mi texto se publique en <span style="font-style: italic;">Letras Libres</span>. Como ya acometió la crítica de Alejandro Rossi, al reciclarla cree que desacredita <span style="font-style: italic;">en bloque</span>. Así procede: la “belleza intrépida” la busca con la brocha más gorda. No sólo piensa desde el pasado — la literatura como camarillas—, sino que se empantana en supersticiones geográficas. La idea del “Norte”, su principal brújula, lo tiene norteado.<br /><br />Lo que Yépez no dice pero pudo decir, es que si el ensayo surgió como una forma de la modernidad, tal vez no sea apto para abandonarla. Quizá el ensayo sea incapaz de resistir la desaparición del sujeto y la muerte de la literatura y la derrota del lenguaje en manos del mercado y la academia. En ese caso habríamos de desmontarlo todo, escribir completamente diferente, como hizo Montaigne en el amanecer de una era. Pero entonces, ¿para qué llamar a esa nueva forma <span style="font-style: italic;">ensayo</span>?<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHkDMFXRobWpPVzhFDvdDx-0W3FnqH9PbZ7iZaKCFAYjF-fOk8xzkNkgQMyPJMwxG-cSA8SKtAIpcQ_tJqYJMGD-FJjRtSH1epfvrjMHVnHh8FgOmUmQgpYZg6OXAA84cGf4o1EeW-8zs/s1600/snake%252Band%252Bbook%252Btime%252B%2525283%252529.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 300px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHkDMFXRobWpPVzhFDvdDx-0W3FnqH9PbZ7iZaKCFAYjF-fOk8xzkNkgQMyPJMwxG-cSA8SKtAIpcQ_tJqYJMGD-FJjRtSH1epfvrjMHVnHh8FgOmUmQgpYZg6OXAA84cGf4o1EeW-8zs/s400/snake%252Band%252Bbook%252Btime%252B%2525283%252529.JPG" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5717387045178108738" border="0" /></a>Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-11591251289512480722012-03-03T07:34:00.003-08:002012-03-03T07:39:08.431-08:00(R)evolución sin violencia: una nueva ética civil<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgLxgki30nXpAgRHq9aK-JYSb0zwIFc4_icBmMfcDGSNscx3TBYqtGfnfxRXGhU3IO0cH2e7OZJaCCBi5zzmtGx0MVVEhiSFamBTIJZTIP1IBCI6x_S7KJec-_j0cy91T9Zld1uVK9Exoc/s1600/logo_r_v.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgLxgki30nXpAgRHq9aK-JYSb0zwIFc4_icBmMfcDGSNscx3TBYqtGfnfxRXGhU3IO0cH2e7OZJaCCBi5zzmtGx0MVVEhiSFamBTIJZTIP1IBCI6x_S7KJec-_j0cy91T9Zld1uVK9Exoc/s400/logo_r_v.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5715695694705268658" border="0" /></a><br />El texto que viene en seguida proviene de la conversación y el encuentro de opiniones entre personas que consideran crítica e insoportable la actual situación del país: una sensación bastante común en nuestros días. Se trata de un conjunto de principios o puntos de partida que buscan la reflexión, aprobación y apropiación de los lectores con el propósito de poner en marcha acciones civiles efectivas que no necesariamente tengan que pasar por instituciones o partidos políticos, es decir acciones que intenten poner límites a los agravios sociales y económicos que constantemente sufren los ciudadanos en su vida cotidiana. Para ello se puede actuar a pequeña escala según las posibilidades de cada quien, formar grupos, proponer reuniones para tratar los asuntos comunes, denunciar, señalar a los delincuentes, pelear para no continuar siendo víctimas de la criminalidad, la corrupción, la burocracia y los abusos del poder económico. No esperemos que el poder político y el económico resuelvan los problemas más graves de la sociedad: no lo han hecho, ni podrán hacerlo si el ciudadano no se rebela y se convierte en actor principal.<br /><br /> Los siguientes no quieren ser principios dogmáticos ni parte de un programa político ortodoxo, sino puntos de encuentro para llevar a cabo reflexiones y acciones que ayuden a la comunidad a defenderse en una sociedad cada vez más injusta. Cada quien, desde su posición en esta sociedad, puede contribuir a divulgar y reforzar las ideas de este documento que le parezcan más convenientes. Varias personas hemos conversado sobre preocupaciones comunes y hemos coincidido en que los principios o puntos siguientes pueden ser valiosos para pensar la sociedad de manera distinta, sin necesidad de enredarse en las formas tradicionales de hacer política: no todos hemos coincidido en todos los puntos, pero las discrepancias han sido en este caso más bien una suma que una resta. En el curso de la discusión, además de obtener nuestras propias conclusiones, nos hemos apropiado de ideas convenientes para los fines que perseguimos sin detenernos a pensar si estas ideas, o sugerencias prácticas, provienen de tal persona o grupo (buscamos ideas y soluciones, no líderes o caudillos). Este escrito se añade a otras manifestaciones que desean en nuestro país y en la sociedad contemporánea un cambio profundo y sin violencia a través de la acción y de un mayor peso del ciudadano en la vida civil. Hemos elegido la palabra Revolución pese a su viciado contenido histórico, sin embargo creemos que son las acciones las que dan nueva vida y sentido a las palabras. Los puntos siguientes no han sido escritos en orden de importancia.<br /><br />Para seguir leyendo, salta a la página de <a href="http://revolucionsinviolencia.com/">(R)evolución sin violencia</a>.Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-80561050902551768482012-02-26T08:56:00.009-08:002012-02-27T10:41:42.461-08:00No Borges, sino el otro BorgesPara neutralizar las provocaciones de Borges alrededor del tema del plagio y la originalidad, no faltan quienes, como Aurelio Asiain en su <a href="http://aurelioasiain.com/">blog</a>, se esfuerzan por desviar la atención diciendo que, como bromas y parodias, sólo suceden en sus ficciones. Sin importar que Kevin Perromat defienda la idea de que la noción de plagio deba desterrarse de la literatura (idea contraria al propio Asiain y también a Sheridan y a Zaid), y sin importar que el investigador español haya sido uno de los primeros en cuestionar, en el contexto de la acusación de plagio contra Alatriste, la posibilidad de que puedan hacerse acusaciones "neutras" de este tipo (en general responden a diferencias estéticas o políticas), Asiain lo cita en extenso para apuntalar su posición:<br /><br />"No es infrecuente -dice Asiain- que, a propósito del plagio, se citen frases de “Pierre Menard, autor del Quijote” y otras ficciones de Borges sin reparar en que el narrador que las escribe no es el autor del relato sino una figura también ficticia y a veces paródica. Tampoco lo es que se le atribuyan frases que nunca escribió, o que se tomen al pie de la letra opiniones ambiguas, irónicas o francamente bromistas. Vale la pena tener en cuenta lo que dice Kevin Perromat–Augustin en <span style="font-style: italic;"><a href="http://es.scribd.com/doc/71747355/El-plagio-en-las-literaturas-hispanicas-Kevin-Perromat-Augustin">El plagio en las literaturas hispánicas: Historia, Teoría y Práctica</a>,</span> p. 685":<br /><br /><blockquote>En el imaginario literario posmoderno, hay una figura de autor que destaca por aparecer regularmente en los textos críticos y por la influencia reconocida por los propios autores. En efecto, Jorge Luis Borges ha proporcionado las ficciones emblemáticas de la Posmodernidad: Aleph, Pierre Menard, “La muerte y la brújula”, etc. Los lugares comunes borgeanos presentan los efectos de toda estandarización esperable en la construcción de los topica, ‘bases’ argumentativas y figurativas del discurso. Estos procesos apuntan tanto a una estabilización formal, como interpretativa de los enigmas borgeanos, incluso al precio de la simplificación grosera, cuando no de la tergiversación. La divulgación exige claridad y concesión, con las dosis inevitables de silenciamiento y contradicción, que, en este caso, explican que se haya llegado a adjudicar a Borges posiciones apologéticas extremas del tipo: “Toda la literatura es plagio”. En este tipo de afirmaciones subyace una concepción a lo Bajtìn de “la Lengua —es decir las obras literarias— como un sistema de citas” que si bien no es enteramente falsa, requiere, como mínimo, algunas matizaciones.<br /><br />La realidad de las palabras de Borges es siempre más comedida e irónica que la necesidad que sienten sus glosadores de evidenciar la paradójica radicalidad de sus propuestas fabulosas. Tomarlas al pie de la letra es tanto como creer en la existencia física del negro homónimo (que resumo, aunque podría citar literalmente, de manera un poco libre como: “el que escribe es el Otro”), revelado por el propio autor en el textículo “Borges y yor”, incluido en El Hacedor. La aporía “toda la Literatura es plagio” procede —si obviamos las fuentes orales (Borges era un gran conversador y conferenciante)— con toda probabilidad del relato Tlön, Uqbar Orbis Tertius, donde se presenta la posibilidad de una distopía idealista, un mundo monstruoso, Tlön, donde la unidad de las ideas sobrepasa los accidentes materiales, con serias consecuencias para los libros y los escritores: </blockquote><blockquote><span style="font-size:180%;"></span><span style="font-style: italic;">En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica suele inventar autores: elige dos obras disímiles —el Tao Te King y las 1001 Noches, digamos—, las atribuye a un mismo escritor y luego determina con probidad la psicología de ese interesante homme de lettres… </span></blockquote><blockquote></blockquote>Habría que comenzar por decir que las frases de los cuentos de Borges no las dice Borges, sino el otro Borges.<br /><br />Nadie pensaría que lo que opina Mr. Hyde sea el parecer de Stevenson, pero lo importante aquí es que, en muchos de sus cuentos, Borges quiso poner en juego algunas de sus ideas y preocupaciones acerca de la copia y la originalidad. Antes de escribir “Pierre Menard” ya había confesado su aspiración de “ser” Cervantes y de “ser” Macedonio Fernández (a Borges lo acusaban de “coleccionar” en sus escritos párrafos enteros de Macedonio), como después Perec haría pública su intención de “ser” Flaubert.<br /><br />El hecho de que haya llevado los recursos de la falsificación y el plagio a sus ficciones habla no sólo de su interés recurrente en esos temas, sino también de que allí, precisamente en la ficción, podía llevarlas hasta el extremo, como en el caso de “Pierre Menard”, donde presenta exactamente el mismo párrafo de Cervantes con un “en cambio” en el que cabe toda la discusión sobre la originalidad y el plagio (y donde de paso se le da la vuelta a la paradoja de Sorites que esgrimen los lógicos).<br /><br />Frases como “no existe el concepto de plagio” (Tlön) o “no existe el plagio, toda la literatura es un entramado de citas" (que, por cierto, en la tesis doctoral que Asiain refiere, el propio Kevin Perromat cita como una atribución hecha a Borges) son provocaciones, son aporías, que no por ser parte de un cuento o de una conversación dejan de tener su dinamita. Sí, hay que hacer matizaciones a la hora de traerlas a colación, pero querer neutralizarlas por ello, y en particular en un autor como Borges, que hizo de la crítica literaria una forma del cuento, es francamente una lectura muy limitada.<br /><br />Graciela Speranza, en su espléndido libro <span style="font-style: italic;">Fuera de campo</span>, ha discutido a profundidad estos temas, conectando las preocupaciones de la copia y el plagio de Borges con las de Macedonio y con las de Duchamp (por cierto, una de su brújulas centrales para esclarecer esa relación fue Octavio Paz, gracias a su libro sobre Duchamp). Allí Speranza dice, por ejemplo, que la típica tensión entre repetición y diferencia con la que todo autor ha de lidiar (la “angustia de las influencias” bloomiana), Borges la resuelve de un modo ingenioso: “convirtiéndolas en el tema y la forma de sus relatos”.<br /><br />Speranza muestra que, gracias a Duchamp, “se vuelve visible la trama indiscernible de escritores y precursores, falsificadores y plagiarios, originales y copias que reúnen a Borges y a Macedonio y eclosionan en “Pierre Menard”." Hace ver que el mayor legado de Macedonio en Borges es la idea de que la originalidad es una falsa utopía, la actitud de sospecha y reserva frente a las nociones de la autoridad y autoría (resueltas en juego literario) y, en suma, la convicción que el verdadero escritor siempre es el otro.<br /><br />Por su parte, Macedonio postula a Borges como una versión más lograda de sí mismo, y acepta que él, Macedonio, es una especie de Borges espurio. Las distinciones convencionales entre lo ajeno y lo propio en la literatura se desvanecen.<br /><br />El propio Borges, que decía que imitaba a Macedonio “hasta el apasionado y devoto plagio”, tomaría de él la idea de los precursores (“Kafka y sus precursores”), a partir de frases de Macedonio como la siguiente : “Necesidad de una teoría que establezca cómo no es el segundo inventor sino el primero quien comete el plagio.”<br /><br />Otras ideas de Macedonio que están en la base de la literatura de Borges según Speranza:<br /><br />“Es tan escasa la originalidad que hoy no queda otra que la de primer copista de autor nuevo; “primera copia” es un género sancionado de la originalidad.”<br /><br />“El imitador o plagiario es un inocente abstemio de las comillas transcriptivas”.<br /><br />“Podría no sólo legitimarse esta conducta [el plagio] sino realizar una gran escuela, o mejor una revolución en el arte.”<br /><br /><div style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6LU4iYF4GKeI7HP2u9aFSH4VFhb84pg3PhYGtxc5ifdixV273hHsNLWbInOc1dW07zZDc-Nv3ipz_OnRh528VwibDUo3BJQkNHemINXIR0JggDlB2lB5N7MRX7iiLq3wGzRUHCSg3cKA/s1600/Macedonio-Fernandez.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 299px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6LU4iYF4GKeI7HP2u9aFSH4VFhb84pg3PhYGtxc5ifdixV273hHsNLWbInOc1dW07zZDc-Nv3ipz_OnRh528VwibDUo3BJQkNHemINXIR0JggDlB2lB5N7MRX7iiLq3wGzRUHCSg3cKA/s400/Macedonio-Fernandez.JPG" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5713499888481467858" border="0" /></a><span style="font-size:85%;">Un Borges espurio<br /></span></div><br />(Sería un bello título: “La gran escuela del plagio”).<br /><br />El procedimiento empleado por esta pareja revolucionaria de escritores podría describirse así: Macedonio escribía intuiciones desestabilizadoras y aporías sobre la identidad personal y la noción de originalidad y copia; Borges las realizaba en sus ficciones, convirtiéndolas, como era de esperarse, en literatura.Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-10090291990754614892012-02-23T10:29:00.005-08:002012-02-23T11:05:57.884-08:00El plagio como una de las bellas artesUna vez que ha disminuido el ruido del <span style="font-style: italic;">affaire</span> Alatriste y la aún más triste discusión (o la falta de discusión, en realidad) desatada por Guillermo Sheridan y Gabriel Zaid alrededor del tema del plagio, quizá no sea mala idea recordar, puesto que el premio que despertó todo el alboroto lleva su nombre, que el propio Xavier Villaurrutia fue, en su momento, acusado de plagio. Como todos los lectores del grupo de los Contemporáneos saben de sobra, en muchos poemas de Villaurrutia se percibe la huella de otros poetas por él admirados, hasta el punto de que no sólo la atmósfera o el ritmo dejan un regusto a déjà vu, sino que la elección cuidadosa de las palabras -cualidad principal de los poetas- está estrechamente relacionada con determinadas piezas literarias de otros autores. El ejemplo más célebre y discutido es el de "Nocturno de la estatua", en el que Villaurrutia parte de un poema de Supervielle, "Saisir", en particular de los primeros versos, para luego tomar su propio curso y rematar de modo personalísimo:<br /><br />Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera<br />y el grito de la estatua desdoblando la esquina.<br /><br /><span style="font-style: italic;">Saisir, saisir le soir, la pomme et la statue,</span><br style="font-style: italic;"><span style="font-style: italic;">saisir l'ombre et le mur et le bout de la rue. </span><br /><br />En 1977, Octavio Paz escribió a propósito de esta semejanza: "Las indudables afinidades entre la poesía moderna francesa y algunos poemas de esta época de Villaurrutia dieron origen a la acusación de plagio. Recuerdo que hace unos veinticinco años todavía era frecuente oír a los críticos de café -brillante el ojo vengativo y la voz convulsa por el resentimiento- recitar un poema de Supervielle para condenar al desdichado Villaurrutia." <br /><br />Más adelante, aunque Paz reconoce que el parecido entre ambos poemas es "innegable", desestima la acusación de plagio haciendo un elenco de diferencias y oposiciones, y subraya al final la originalidad del poema de Villaurrutia. Lo que es interesante del texto de Paz -además de la vívida descripción de los acusadores- es que tras reconocer que Villaurrutia "hace suyo" el imaginario y el lenguaje de Supervielle, no por ello el poema deja de ser uno de los más logrados y personales. La apropiación y la originalidad pueden convivir; el "plagio" y la elaboración artística son a veces indiscernibles en la escritura. <br /><br />Pero que nadie se engañe: esto no es una defensa de Sealtiel Alatriste; la repartición de premios entre amigos o compadres, sean de la misma institución o no, en un impúdico intercambio de dádivas, es sin duda indignante, e hicieron bien quienes apuntaron el dedo hacia una práctica -bastante extendida en México- que no debemos tolerar por más tiempo. Pero a la vez que celebramos esa parte de la denuncia, nos desconciertan los términos bienpensantes, policiacos y sobre todo simplistas que se han esgrimido -particularmente los de Jesús Silva-Herzog Márquez, publicados en su blog- con respecto a la acusación de plagio. Es verdad que Alatriste, haciendo gala de su apellido, ha desaprovechado la ocasión de hacer una defensa sustanciosa o al menos cínica de su modus operandi, y ha optado por renunciar y alejarse de la discusión como un ave abatida que arrastra sus alas por el suelo; pero que su idea, en realidad pronunciada muy débilmente, de "las citas elevadas al cuadrado" haya sido más bien lastimosa y un tanto desesperada, no significa que quienes introdujeron el concepto de plagio y lo envolvieron de moralina, alarma y mala leche, tengan toda la razón. Alatriste bien pudo acudir, si se hubiera esforzado un poco por aclarar lo que ahora él también considera "faltas del pasado", a un arsenal de <span style="font-style: italic;">párrafos prestados</span> en los que puede advertirse que, descrito en los términos en que se ha hecho en los últimos días, el plagio es de lo más común en el arte. Como es inútil hacer una defensa de lo indefendible, lo que nos mueve aquí es el deseo, ya a estas alturas bastante lánguido, de que se eleve un poco el nivel de la discusión.<br /><br />Para hablar del plagio como estrategia estética deberíamos releer, por ejemplo, algunos de los argumentos de Jonathan Lethem en <span style="font-style: italic;">Contra la originalidad</span>, un ensayo brillante sobre los proceso de apropiación y pillaje en la literatura y el arte (con ejemplos que van de <span style="font-style: italic;">Lolita</span> de Nabokov a las canciones de Bob Dylan) que abriría una zona mucho más compleja e interesante al alegato (y nos situaría más allá del linchamiento). Lethem se refiere en general a la cultura como un espacio de tráfico permanente de influencias, préstamos, plagios sutiles, otros descarados, y además lo hace de manera íntegra con la técnica del <span style="font-style: italic;">copy-paste</span> hoy tan vilipendiada: en su librito calca, no uno o dos párrafos ajenos, sino ¡todos! Un alarde de técnica y quién sabe si de genio para componer un texto asombrosamente unitario y persuasivo sin poner nada de su cosecha más allá de las tijeras y el pegamento. Después de leerlo es imposible no preguntarse, como lo hizo el fundador de UbuWeb, Kenneth Goldsmith, por qué sólo los literatos (a diferencia de los músicos, los artistas, los programadores) se siguen escandalizando a estas alturas por el plagio. <br /><br />Pero también podríamos desempolvar a Montaigne, en concreto su ensayo "De los libros", donde con lujo de desparpajo e ironía no sólo reconoce que continuamente toma prestadas frases e ideas de otros libros, sino que con toda intención omite revelar las fuentes y enmascara adrede su práctica: <br /><br />"De las razones e ideas que trasplanto a mi solar y que confundo con las mías, a veces he omitido a sabiendas el autor, para embridar la temeridad de esas sentencias apresuradas que se lanzan sobre toda suerte de escritos, especialmente sobre los jóvenes escritos de autores aún vivos y en lengua vulgar, que permite hablar de ellos a todo el mundo y parece considerar también vulgar su concepción e intención. Quiero que den en las narices a Plutarco dándome en las mías y que escarmienten injuriando a Séneca en mí. He de ocultar mi debilidad tras esas celebridades."<br /><br />Aunque es difícil que uno logre el efecto buscado por Montaigne copiando directamente de buenastareas.com o citando sin decirlo a Taringa! -¡por dios, qué bajo hemos caído!- en vez de a Plutarco o a Séneca, la astucia de Montaigne no parece tener mucho que ver con toda esa artillería de descalificaciones que lanzaron las buenas conciencias literarias sobre los plagios de Sealtiel Alatriste: "engaño", "fraude cometido por un servidor público", "abuso gravísimo", "inmoralidad", palabras gracias a las cuales imperceptiblemente nos deslizamos fuera del orbe literario para ingresar en los pasillos de la moral o del Ministerio Público. Se podrá insistir, con algo de perfidia, en que Alatriste no puede compararse con Montaigne, ni en sus textos ni en sus "robos", pero entonces el problema ya se ha desplazado nuevamente: más que el pecado de citar sin comillas, se trataría de una disputa estética: la sensación de que poco vale ese collage de frases prestadas si el resultado es mediocre, tibio o francamente deplorable. O lo que es lo mismo: que Alatriste no se merecía el Premio Villaurrutia porque su obra, que abunda en préstamos, apropiaciones y citas al cuadrado, no está a la altura.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhQTF9824coWIS04VzlnXo9RzT3AbYURiSicuQjjtmkychmP5ra-p64biweMyTfOnzYFZcvPUuSMBVGsxtNegkXwA863MEdvjVs14AWNhqcgEfHwMj_QwYtFsyacDpMXpocBvvIpz9T5PE/s1600/800px-Karbonkopia_2008.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 300px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhQTF9824coWIS04VzlnXo9RzT3AbYURiSicuQjjtmkychmP5ra-p64biweMyTfOnzYFZcvPUuSMBVGsxtNegkXwA863MEdvjVs14AWNhqcgEfHwMj_QwYtFsyacDpMXpocBvvIpz9T5PE/s400/800px-Karbonkopia_2008.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5712409133978570962" border="0" /></a><br />Pero sigamos con los ejemplos. Blaise Cendrars escribió un poema extenso, "Kodak" (que acaba de aparecer en la magnífica antología de Goldsmith, <span style="font-style: italic;">Against Expression</span>), copiando palabra por palabra el libro de su amigo Le Rouge, <span style="font-style: italic;">El misterioso Doctor Cornelius</span> (hay que aclarar que su amigo se sintió halagado y al mismo tiempo aturdido, pero no lo llevó a la comisaría). Por su parte, Salvador Novo, como el propio Sheridan ha hecho notar, sacó o más bien saqueó de la enciclopedia párrafos enteros para sus ensayos (Sheridan congruentemente dice que se fusiló el trasfondo erudito de algunos de ellos), mientras que Arreola confesó varias veces que no podía evitar la tentación de tomar algunas frases prestadas de los autores que admiraba. Georges Perec, en 1965, al recibir el premio Renaudot, para escándalo de media Francia declaró (aunque no le quitaron ni renunció al premio, porque su novela era magnífica y se defendía sola) que <span style="font-style: italic;">Las cosas</span> había sido producto de un ejercicio de copista: párrafos y párrafos extraídos directamente de <span style="font-style: italic;">La educación sentimental</span>, un "plagio" que respondía a su deseo incontenible de escribir como Flaubert o, mejor aún, "de ser Flaubert". Luego sistematizó la estrategia y la convirtió en una maquinaria textual que desembocó en <span style="font-style: italic;">La vida instrucciones de uso</span>, el último verdadero acontecimiento en la historia de la novela, según Italo Calvino. Cuando se dieron a conocer los materiales, la pasmosa serie de listas que Perec acumuló durante años para escribir su novela, salió también a la luz una lista nutrida de párrafos de diversos autores -entre ellos Kafka y Borges-, que hábilmente había insertado aquí y allá en el curso de la narración. Y hay que decir que hasta ese día, como todavía no se inventaba el Internet ni los motores de búsqueda, todos esos "plagios" habían pasado casi por completo inadvertidos.<br /><br />El caso de Perec es especialmente revelador, puesto que en repetidas ocasiones declaró ser un escritor que "carecía de imaginación", lo que no le impidió convertirse en uno de los escritores más renovadores y sí, originales del siglo XX, haciendo de esa falta de imaginación el principal acicate de su método potencial de escritura. Con al afán de convencernos de las faltas cometidas por Alatriste y al mismo tiempo introducir cierto tono de conmiseración, Zaid escribe: "[El plagio] es una confesión de impotencia. No hay mayor desgracia que el desdén de las musas." La frase es demoledora y rebosa de una rabia sutil que podríamos bautizar como "bien temperada", pero ¿de qué manera pasar por alto que hubo un escritor llamado Georges Perec, de quien este año se conmemora el treinta aniversario de su muerte, que a través de la cita encubierta, del párrafo injertado, supo convertir ese "desdén de las musas" en algo muy contrario a la desgracia, llevándolo a la altura de una suerte de principio compositivo? Sheridan, que alguna vez tradujo a Perec, y que por lo mismo no puede fingir demencia sobre el asunto, al comentar el amago de defensa más bien guango de Alatriste durante la presentación de sus libros premiados, escribe: "Por lo que a mí toca no es una poética: tomar material escrito por otra persona y ponerle el propio nombre se llama <span style="font-style: italic;">plagio</span>. Ponerle a esa conducta el nombre sagrado de la poiesis ni siquiera es chistoso." Chistoso o no, hay una larga lista de autores que han utilizado el recurso de la frase ajena como parte de su proceso de escritura, ya sea, como Montaigne, para tender una emboscada al lector, ya sea, como Perec, para paliar una imaginación haragana que no se resigna a cruzarse de brazos.<br /><br />En fin, nos parece que detrás de las acusaciones contra Alatriste que circularon en Internet, ha prevalecido una especie de santurronería, de maniqueísmo (de puros contra impuros), el juicio sumario de los fiscales de las letras que, para expresar su descontento sobre la adjudicación de un premio, se escuda en posiciones conservadoras y evita la auténtica discusión de fondo, o en todo caso la que a nosotros nos interesa: desde Lautréamont (quien escribió: "El plagio es necesario. El progreso lo implica. Retoma la frase de un autor, se vale de sus expresiones, cancela una idea falsa y la sustituye por la idea correcta") hasta Tzara, Debord, Cage, Burroughs, Goldsmith y tantos otros, el plagio ha sido una estrategia trasgresora, una forma de poner de cabeza la figura jerárquica del autor y el mito de la originalidad. El problema es que en México (¿recuerdan la discusión alrededor del Premio Aguascalientes y los poemas también presuntamente "plagiados" de Javier Sicilia?) esa estrategia se usa con frecuencia para crear obras al vapor, de una mediocridad iridiscente y, sobre todo, convencionalísimas. O para hincharse de dinero. Es decir, para perpetuar el statu quo. La explicación que esgrime Alatriste en su renuncia es tan pobre, tan vacía de ideas, tan ignorante de los procesos creativos de los siglos pasados y del presente (no hay en ella ni siquiera media <span style="font-style: italic;">boutade</span>), que francamente merece retirarse un tiempo a leer libros y dejar en paz a la Wikipedia. Con plagiarios tan faltos de espíritu y sin nervio para el combate, Lautréamont ha de estarse revolcando en su tumba. En otras palabras, los que deberían indignarse y exigir un llamado a cuentas son los plagiarios de verdad, los iconoclastas, los escritores que no hicieron concesiones frente a la sociedad bienpensante de su época y socavaron la figura intocable del autor y otras instituciones literarias; escritores y artistas que buscaron en el plagio, la copia, el <span style="font-style: italic;">détournement</span> y el <span style="font-style: italic;">nonsense</span>, en la insumisión de las palabras, la imposibilidad de que el poder recuperara totalmente los sentidos creados. Muy poco o nada de esto cabe esperar de la obra "plagiaria" de Alatriste que, como es obvio, forma parte del poder cultural y sus múltiples triquiñuelas.<br /><br />Pero quizá haya espacio para un último ejemplo, la cadena de préstamos textuales que va de Lanzi a Stendhal y de éste a Baudelaire, y que Roberto Calasso comenta en uno de sus libros más recientes, <span style="font-style: italic;">La Folie Baudelaire</span>. La cita es un tanto larga, pero nos parece que vale la pena reproducirla ya que esclarece algunos de los enredos en los que desde hace unas semanas nos hemos empantanado dando vueltas alrededor de la idea de plagio: <br /><br />"Stendhal había saqueado a Lanzi para ahorrarse ciertas fatigosas tareas (descripciones, datos, detalles) en la redacción del libro. Baudelaire en cambio se apropió de dos pasajes del libro de Stendhal por devoción, según la regla por la cual el verdadero escritor no toma en préstamo sino que roba. [...] Toda la historia de la literatura -la historia secreta que nadie estará nunca en condiciones de escribir sino parcialmente, porque los escritores son demasiado hábiles para esconderse- puede ser vista como una sinuosa guirnalda de plagios. Entendiendo no aquellos funcionales, debidos a la prisa o la pereza, como los obrados por Stendhal sobre Lanzi; sino los otros, fundados en la admiración y en un proceso de asimilación fisiológica que es uno de los misterios mejor protegidos de la literatura. Los dos pasajes que Baudelaire sustrae a Stendhal están perfectamente entonados con su prosa e intervienen en un momento crucial de la argumentación. Escribir es aquello que, como el eros, hace oscilar y vuelve porosos los límites del yo. Todo estilo se forma por sucesivas campañas -con pelotones de incursores o con ejércitos enteros- en territorio ajeno. Quien quisiera dar un ejemplo del timbre inconfundible del Baudelaire crítico podría incluso escoger algunas de sus líneas que originalmente pertenecieron a Stendhal."<br /><br />Está de más preguntarse si los plagios de Alatriste son "funcionales" en el sentido que indica Calasso o se deben, por el contrario, a la asimilación fisiológica (nos cuesta trabajo imaginar qué tipo de eros, qué oscilación de los límites del yo podría estar de por medio cuando uno se funde con textos de la Red Escolar Ilce), pero a raíz de la acusación de plagio que se echara a andar en <span style="font-style: italic;">Letras Libres</span>, para luego ser replicada con tintes de mojigatería y escándalo por muchísimos más, ahora pareciera que esa "regla" de la literatura, que esa "sinuosa guirnalda" de la que habla Calasso, ofende a la moral, es deshonesta y condenable. El plagio, el verdadero plagio, es otra cosa, que involucra la suplantación del nombre y el apoderamiento de una obra para, a través de la copia sin elaboración, de la copia no creativa, hacerla pasar como propia. Por el contrario, para denostar una treta tan añeja del arte en la que interviene la asimilación y a veces el olvido, se usan los mismos términos que los detractores de Baudelaire, Duchamp y Breton esgrimieron en su momento: los términos del llamado a la decencia, al orden y la justicia. La honestidad es un valor importante, pero no está claro que sea la última palabra allí donde prevalece el artificio, la tergiversación, la impostura, el juego, la provocación. En literatura, no es necesario recordarlo, nada hay más catastrófico que seguir las buenas maneras.<br /><br />¿A dónde conduce esta confusión de términos, esta forma de condenar una práctica cultural ampliamente extendida, no sólo en las letras, sino en otras artes, por ejemplo en la música? Nada menos que a esto: a que se hagan airadas peticiones públicas en las que se percibe el tufo inconfundible del linchamiento cibernético. Como esta carta firmada que circuló para exigir la renuncia finalmente conseguida de Alatriste: <br /><br />"No se puede premiar el plagio. Quien plagia no es escritor, sino un ladrón de ideas y palabras. Cuando se utilizan fuentes ajenas, debe mediar un reconocimiento expreso como una cita o mención a la fuente."<br /><br />¡Qué frase tan corta de alcances y a la vez tan absurda! Sólo la urgencia de oprimir el botón para propagarla masivamente explica que haya recabado tantas firmas en pocos días. Nos preguntamos, por ejemplo, ¿qué sucederá con la música, siempre tan proclive a utilizar, reelaborar y mezclar frases enteras, en el mismo o distinto <span style="font-style: italic;">tempo</span>, apenas sin variación, provenientes de otras composiciones? ¿Será a partir de ahora necesario que se escuche el tintineo de una campanita que dé aviso de que lo sigue corresponde a "fuentes ajenas"? Pero para no abandonar el terreno de la literatura, según esta caracterización pacata y reduccionista tendríamos que decir que Montaigne y Baudelaire, Stendhal y Perec, Lautréamont y Debord, Novo y Villaurrutia, Burroughs y un largo etcétera, no son escritores, sino ladrones de ideas. En ese caso decimos: ¡que vivan los ladrones!<br /><br />* Para los cazadores de plagios: la expresión "mediocridad iridiscente" (<span style="font-style: italic;">iridescent mediocrity</span>) la tomamos de la primera página de <span style="font-style: italic;">La tumba sin sosiego</span> de Cyril Connolly. Las restantes citas veladas las dejamos como acertijo.<br /><br />Escrito a cuatro manos por Vivian Abenshushan y Luigi Amara<br /><br />Publicado originalmente en <a href="http://www.eluniversal.com.mx/notas/832106.html"><span style="font-style: italic;">El Universal</span></a>Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-15619065167949348092012-02-22T20:20:00.000-08:002012-02-22T20:56:59.937-08:00El arte de citar en Montaigne y a Montaigne<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdUoyD4eim7rOSeLv1huKka0j2me-0gkFGVK4kQeAM8BGHU9anXnmYD5s4JDSUpR-Up7gAPzofmF-0heulbtZnnFy3_CLlg0bgzS8tUMyNl_FlS4syu-e4zHg5_JYa48Yk20WyVZM_OiQ/s1600/aulecteur.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 300px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdUoyD4eim7rOSeLv1huKka0j2me-0gkFGVK4kQeAM8BGHU9anXnmYD5s4JDSUpR-Up7gAPzofmF-0heulbtZnnFy3_CLlg0bgzS8tUMyNl_FlS4syu-e4zHg5_JYa48Yk20WyVZM_OiQ/s400/aulecteur.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5712186088768010674" border="0" /></a><br />En una discusión reciente sobre el tema del plagio se me ocurrió desempolvar y traer a cuento la figura de Montaigne y su forma de citar y enmascarar los muchos préstamos que hay en los <span style="font-style: italic;">Ensayos</span>. La idea era mostrar que un autor que está en el origen de la modernidad, no sólo hace suyas y se apropia de frases ajenas para su conveniencia, sino que además se preocupa por ocultarlas y no revelarlas. Ante la idea de Aurelio Asiain de que habría que distinguir entre plagio y apropiación ("el plagio —dice— es una usurpación consciente que supone la ignorancia del lector, la apropiación no esconde la mano") escribí en su <a href="http://aurelioasiain.wordpress.com/">blog</a> que esa distinción no necesariamente se sostiene, pues “hay quienes hacen apropiaciones y al mismo tiempo esconden la mano, como Montaigne; baste recordar ‘De los libros’:<br /><br />“De las razones e ideas que trasplanto a mi solar y que confundo con las mías, a veces he omitido a sabiendas el autor, para embridar la temeridad de esas sentencias apresuradas que se lanzan sobre toda suerte de escritos, especialmente sobre los jóvenes escritos de autores aún vivos y en lengua vulgar, que permite hablar de ellos a todo el mundo y parece considerar también vulgar su concepción e intención. Quiero que den en las narices a Plutarco dándome en las mías y que escarmienten injuriando a Séneca en mí. He de ocultar mi debilidad tras esas celebridades.”<br /><br />Después comento:<br /><br />“Montaigne, en sus <span style="font-style: italic;">Ensayos</span>, encubre y difumina la cita, pero precisamente no parte de la idea de que Séneca y Plutarco serán reconocidos al primer golpe de vista, como en el caso de las apropiaciones de Gironella y muchos más, que cuentan con que el juego se sobreentienda de inmediato. En este sentido, Montaigne sería un plagiario, aunque nadie en su sano juicio lo condenaría.”<br /><br />Asiain, en un texto intitulado “Tramposamente”, en el que me achaca toda clase de triquiñuelas y marrullerías argumentativas, escribe: “para afirmar que Montaigne ‘encubre y difumina la cita, pero precisamente no parte de la idea de que Séneca y Plutarco serán reconocidos al primer golpe de vista’, Luigi cita un pasaje célebre… escatimando las palabras inconvenientes, que restituyo en negritas”:<br /><br />“Yo no cuento los préstamos de los que me sirvo, mas los peso. (…) <span style="font-weight: bold;">Y son todos, o casi, tan antiguos y de nombre tan conocido que me parece que se identifican bastante bien sin mi ayuda.</span> Entre las razones y las invenciones que he trasplantado a mi terreno y que confundo con las mías,<span style="font-weight: bold;"> he omitido expresamente</span> el nombre de sus autores, para mantener a raya la temeridad de las críticas apresuradas que se arrojan contra toda suerte de escritos, especialmente si son textos jóvenes y de hombres todavía vivos (…) Quiero que le aticen a Plutarco en mis narices y que se cansen de injuriar a Séneca en mi persona. Debo ocultar mis debilidades bajó el crédito de nombres tan respetables."<br /><br />"Montaigne —prosigue Asiain— no hace una apología del plagio: justifica sus paráfrasis arguyendo que omite expresamente la atribución para prescindir del argumento de autoridad —no para borrar la autoría.”<br /><br />Mi respuesta, percibiendo que Asiain sólo veía la paja de la trampa en el ojo ajeno, fue la siguiente: <br /><br />“Más allá de que hay varias versiones de ese párrafo, cité ese fragmento no para ocultar ni tergiversar nada, sino para enfatizar uno de los lados del proceder de Montaigne. Es verdad que, como haces notar, por un lado Montaigne quiere evitar escudarse en la autoridad de los autores antiguos, pero también, por otro lado, quiere que critiquen a Séneca creyendo que lo critican a él. Esto último sólo se conseguiría partiendo de que las citas no pueden reconocerse de inmediato ni son para todos sus lectores transparentes. Aquí, no sin astucia, citas un poco más en extenso el texto de Montaigne para llamarme tramposo y hacer creer que esa segunda intención de enmascaramiento (y de emboscada tendida a los pedantes) no la tenía.” <br /><br />Me parece, entonces, que no está de más copiar íntegras las dos versiones centrales de ese párrafo —hay más, con ligeras variantes; recuérdese que Montaigne corregía y corregía su libro— para mostrar que, en efecto, con la treta de citar un poco más y acusarme de eliminar lo inconveniente, Asiain hace la trampa de hacernos creer que Montaigne no practicaba precisamente lo que se opone directamente y no encaja con su discurso. <br /><br />En la edición de Burdeos el párrafo reza así (cito ahora la espléndida traducción J. Bayod Brau, de El Acantilado):<br /><br />“Así pues, no garantizo ninguna certeza, salvo dar a conocer hasta dónde llega en este momento lo que conozco. Que no se preste atención a las materias, sino a la forma que les doy y a la creencia que tengo al respecto. Lo que arrebato a otros, no lo arrebato para hacerlo mío; aquí no pretendo sino razonar y juzgar. Lo restante no incumbe a mi papel. No pido nada salvo que se vea si he sabido elegir lo que cuadraba exactamente con mi asunto. Y el hecho de que a veces esconda expresamente el nombre del autor, en aquello que tomo prestado, se debe a que pretendo poner freno a la ligereza de quienes se dedican a juzgar de todo lo que se presenta, y, por no tener una nariz capaz de probar las cosas por sí mismas, se detienen en el nombre del artífice y en su reputación. Quiero que escarmienten condenando a Cicerón o a Aristóteles en mí.” <br /><br />En la versión de 1595, Montaigne sustituye algunas líneas y añade lo siguiente:<br /><br />“Que se vea, en lo que tomo prestado, si he sabido elegir con qué dar valor o auxiliar propiamente a la invención, que procede siempre de mí. En efecto, hago decir a los demás, no como guías sino como séquito, lo que yo no puedo decir con tanta perfección, ya sea porque mi lenguaje es débil, ya sea porque lo es mi juicio. No cuento mis préstamos; los peso. Y, si hubiese querido valorarlos por su número, me habría cargado con dos veces más. Todos ellos, o casi, son de nombres tan famosos y antiguos que me parece que se nombran suficientemente sin mí. Si trasplanto alguna razón, comparación y argumento a mi solar y los confundo con los míos, oculto expresamente al autor, para poner coto a la ligereza de esas opiniones altivas que se abalanzan sobre toda clase de escritos recientes de hombres aún vivos y en lengua vulgar —ésta admite que cualquiera hable de ellos, y parece demostrar que también la concepción y el designio son vulgares—. Quiero que le den un golpe a Plutarco en mi nariz, y que escarmienten injuriando a Séneca en mí. Tengo que embozar mi debilidad bajo estas grandes autoridades. Me gustaría que alguien supiera desplumarme, quiero decir por claridad de juicio y por la simple distinción de la fuerza y la belleza de las palabras. Pues yo que, por falta de memoria, me quedo siempre corto distinguiéndolas, por conocimiento de origen, sé muy bien percibir, al medir mi capacidad, que mi terruño de ninguna manera es capaz de ciertas flores demasiado ricas que encuentro sembradas en él y que todos los frutos de mi cosecha no podrían igualar.”<br /><br />Pero ese párrafo un tanto denso y enredado no es, desde luego el único lugar en donde Montaigne expresa su práctica de ocultar las frases que toma prestadas. En el ensayo “La fisonomía” vuelve a la idea y la suscribe con toda claridad (marco en negritas lo que me parece crucial, sin fragmentar el párrafo para que luego no se me acuse de mañoso):<br /><br />“Un presidente se jactaba, en presencia mía, de haber acumulado doscientas y pico citas ajenas en un decreto presidencial. Al proclamarlo, destruía la gloria que le rendían por él. <span style="font-weight: bold;">Yo oculto mis robos y los disfrazo.</span> Y si declaro alguno es para ocultar el doble... Y a veces <span style="font-weight: bold;">los mezclo y oculto en mi camino con tanta propiedad que se requiere buena vista, y haberlos manejado a menudo, para distinguirlos.</span>”<br /><br />Está aquí todo: el robo y el disfraz, la apropiación y la imposibilidad de reconocerlos a primera vista. En la variante de 1588 agrega, a propósito de la jactancia citadora del presidente referido:<br /><br />“Una pusilánime y absurda jactancia, a mi entender, en tal asunto y en tal persona. Yo hago lo contrario y, <span style="font-weight: bold;">entre tantos préstamos, me agrada mucho poder ocultar alguno, disfrazándolo y deformándolo para darle un nuevo servicio</span>. A riesgo de dejar decir que lo hago por no haber entendido su uso original, <span style="font-weight: bold;">le confiero cierta orientación particular, para que así no resulte completamente ajeno</span>. Como hacen quienes roban caballos les pinto la crin y la cola, y a veces los dejo tuertos; si el primer amo se servía de ellos como bestias de ambladura, yo los pongo al trote, y les pongo con un basto, si servían con silla.”<br /><br />No es difícil encontrar pasajes parecidos en los tres volúmenes de los <span style="font-style: italic;">Ensayos</span>, pues era una práctica común en Montaigne, una suerte de “principio compositivo”. Tampoco es díficil hoy, con la ayuda de cualquier edición crítica, ubicar la mayoría de sus plagios, de sus robos disfrazados y de sus préstamos torcidos, pues los eruditos los han rastreado y sacado a la luz. Y aunque Montaigne confiesa y revela de tanto en tanto su proceder, a lo largo de su libro se dedica a hacer alegremente eso que para muchos es un fraude muy muy grave: citar sin dar el reconocimiento y además hacer todo lo posible por ocultarlo.Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-89916092680308240972012-02-21T20:40:00.000-08:002012-02-21T21:09:35.075-08:00Una sinuosa guirnalda de plagiosDespués de discutir y de necear otro tanto con Aurelio Asiain a propósito de las acusaciones de plagio a Alatriste (discusiones y necedades que pueden leerse <a href="http://aurelioasiain.wordpress.com/">aquí</a>), saco en claro las siguientes consideraciones, que podrían presentarse pomposamente como "Una defensa del plagio", de no ser porque una defensa así, en los tiempos que corren, ya se antoja (pero al parecer no tanto) demasiado gagá:<br /><br />El punto importante, desde mi punto de vista, es que el plagio, entendido como la utilización de materiales sin cita de por medio, o como esa licencia o liberalidad para expandir los límites del yo en lo que autoría se refiere, está en todos lados, quizá cada vez más que nunca, y que su cualidad fraudulenta depende más que nada de que alguien levante la ceja (o el índice) para decir que eso es ilegítimo. En el ejemplo del "Nocturno de la estatua" de Villaurrutia había un grupo de acusadores que decían que sus paráfrasis eran fraudulentas y las llamaban plagio; Paz dice que no le parece que lo sean y da sus razones. En un sentido podríamos decir que sí eran plagio, pero que estéticamente ese plagio no representa el menor problema; en otro sentido podríamos decir que no eran plagio, sino paráfrasis, con lo que llegamos prácticamente a lo mismo, sólo que evitando llamar a las cosas por su nombre (contraviendo el ejemplo de Alatorre cuando analiza los plagios de Quevedo).<br /><br />Pero en otro lado citaba la cadena de plagios que estudia Calasso (que va de Stendhal a Baudelaire y comienza con Lanzi), y que en última instancia apunta a una idea de la literatura como “una sinuosa guirnalda de plagios” o más bien, a estas alturas, como una proliferante montaña. Así, más que preguntarse si hubo o no plagio, habría que preguntarse si rindió sus dividendos artísticos, si llevó a enriquecer la perspectiva o a “corregir” –en el sentido de Lautréamont– una idea prestada, si hubo la debida “asimilación fisiológica” para pasar, no tanto inadvertida, sino para integrarse a la respiración del autor, etcétera. El dedo flamígero que encuentra fraudes y estrategias ilegítimas me parece que está de más cuando la obra de marras se sostiene por sí misma, no importa cuánto engrudo haya necesitado. Lo que en la Academia puede ser una falta, en el ámbito del arte puede ser un principio compositivo, y como tal hay que juzgarlo.<br /><br />Más que armar un alboroto por la coincidencia, palabra por palabra, de un texto en otro, más que hacer un llamado al linchamiento, como muchos hicieron, por “la innegable semejanza”, yo más bien preguntaría: ¿y ese copy paste valió la pena, se legitima estéticamente?<br /><br />Al menos ese es el rasero con el que me acerco, por ejemplo, a los textos de Villaurrutia y Novo que han sido acusados de plagio, a los textos de Perec y Burroughs que lo utilizan como técnica de escritura, a las copias y citas veladas de un maestro de la impostura como Vila-Matas, etcétera. Quizá con ese rasero Alatriste no quedaría muy bien parado, pero entonces estaríamos hablando de literatura y no del Ministerio Público.<br /><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDYAiR_siNgz4A-Ivvxl0I6Vb_l0BidRd9rEcbWaKuuZOa-WF5Yw3TvTCmkC3jS44y7fcYWbI7RX4X8dq0OUEBJ8KAo7y0scHsxRNU7FS1Vx2vnfw9yowHpR6JUfcFeKhimrbXTZpi5Z4/s1600/bart-simpson-plagiarize.png"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 400px; height: 279px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDYAiR_siNgz4A-Ivvxl0I6Vb_l0BidRd9rEcbWaKuuZOa-WF5Yw3TvTCmkC3jS44y7fcYWbI7RX4X8dq0OUEBJ8KAo7y0scHsxRNU7FS1Vx2vnfw9yowHpR6JUfcFeKhimrbXTZpi5Z4/s400/bart-simpson-plagiarize.png" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5711818732376923394" border="0" /></a>Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-37885520242051246522012-02-10T18:54:00.000-08:002012-02-10T19:03:11.609-08:00El ensayo ensayo<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiv7Jk89jtIj2b_4ebhXpixHG0hYnl7yftMQR-qqeRnLeGxQPoPXJhx50qUHX87j0E90jGaa99Zi7mTAod_13DLgocZwxYouCgMaDd-S9pZMq4vaUUAnEg_gSO_vwd0NyKxvpgTpzy1BpE/s1600/montaigne1.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 329px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiv7Jk89jtIj2b_4ebhXpixHG0hYnl7yftMQR-qqeRnLeGxQPoPXJhx50qUHX87j0E90jGaa99Zi7mTAod_13DLgocZwxYouCgMaDd-S9pZMq4vaUUAnEg_gSO_vwd0NyKxvpgTpzy1BpE/s400/montaigne1.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5707707966692487042" border="0" /></a><br /><br /><div style="text-align: right;"><span style="font-style: italic;font-size:85%;" >El ensayo no puede ser otra cosa, ya que le está permitido serlo todo.</span><br /><span style="font-size:85%;">Ezequiel Martínez Estrada </span><br /></div><br />Más que la imagen del centauro, que Alfonso Reyes propagó pero que deja un sabor a quimera o a hibridación, a no sé qué de forzado y casi imposible, la imagen que más me gusta para representar el ensayo es la serpiente. Como una serpiente fue que Chesterton sintió que se deslizaba el ensayo: sinuoso y suave, errabundo y a veces viperino. El ensayo, al igual que la serpiente, tienta y es tentativo; no se anda por las ramas sino que avanza por tanteos. Chesterton veía también en él la semilla de algo maligno, de algo capaz de ufanarse de su irresponsabilidad, de no querer llegar a nada sino de solo recorrer el camino, ¡y para colmo de manera ondulante! Pero ese toque maligno que percibía Chesterton –el ortodoxo y católico y gran ensayista Chesterton, padre del padre Brown–, que se manifiesta en su naturaleza elusiva, impresionista y cambiante, en ese estar de lado de lo incierto y lo fuera de lugar, es nada menos lo que hace que el ensayo ocupe un lugar en la literatura y sea, por decirlo así, una forma de arte, algo más que una vía egotista de proferir opiniones o una mera “prosa de ideas”.<br /><br />Seguir leyendo <span style="font-size:180%;"><a href="http://www.letraslibres.com/revista/convivio/el-ensayo-ensayo">aquí</a></span> (en la página de <span style="font-style: italic;">Letras Libres</span>).Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4784012189406140182.post-85185868546542605482012-01-18T15:30:00.000-08:002012-01-18T16:00:40.546-08:00El acceso a las fuentes o un nuevo enciclopedismo digital<span style="font-size:130%;"><span style="font-weight: bold;">El conflicto</span></span><br /><br />Vivimos una tensión, un tremendo conflicto, entre lo que se ha dado en llamar la “propiedad intelectual” y los derechos y libertades de los lectores o usuarios. A raíz de que los avances técnicos permitieron que los medios para reproducir y copiar los bienes culturales estén al alcance de la mayoría y no sean un privilegio de unos cuantos, esa tensión se ha agudizado y, por lo menos, ha mostrado la necesidad de una legislación diferente, sino es que de un cambio completo de paradigma. De un lado, las fotocopiadoras, el quemador de cds, los archivos compartidos en la red, el software de código abierto, las descargas de música, texto o video y su circulación relativamente libre de mano en mano o de computadora a computadora; del otro, el endurecimiento de las leyes del copyright (por ejemplo: ACTA, SOPA, Ley Sinde, etcétera), el lucro como valor rector, las multas millonarias a los internautas que descargan archivos protegidos, el fenómeno de la piratería criminal como una sombra que acompaña la avidez de los consorcios. De un lado las restricciones y, del otro, las retículas de intercambio. De un lado los altos precios de los bienes culturales y, del otro, el derecho a la cultura.<br /><br />El problema es que mientras más fácil sea publicar y difundir libros y discos en los medios electrónicos, mientras baste oprimir un botón para copiar una canción o una película, por encima o por debajo de los candados de seguridad y de los parches a las legislaciones internacionales, la red de intercambios, downloads y archivos compartidos se extenderá y conseguirá lo que quiere, pues como escribe el colectivo italiano Wu Ming, pionero en muchos sentidos en la libre circulación de los bienes culturales, se trata ya a estas alturas de un auténtico maremoto.<br /><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-weight: bold;">Una legislación obsoleta</span></span><br /><br />Las leyes del copyright se originaron en el siglo XVI en Inglaterra, por lo que no es de extrañar que a pesar de las múltiples enmiendas y actualizaciones, del convenio de Berna y de la Ley del Copyright del Milenio Digital, sea una legislación vetusta, poco flexible para adaptarse a los tiempos que corren. Dicho de manera muy sucinta, el copyright nació como una forma en que el Estado brindaba en exclusiva a una casta profesional de editores (los <span style="font-style: italic;">stationers</span>) el “derecho de copia” de toda impresión, con lo cual no sólo les concedía el monopolio de las imprentas, sino también la propiedad de las obras. En la actualidad, el copyright rige la explotación comercial de las obras y su fin es que sus titulares tengan derechos exclusivos para controlar su distribución y reproducción.<br /><br />Enmascarados muchas veces bajo el término de copyright, en la mayoría de los países que siguen el derecho continental se encuentran los derechos de autor, impulsados a fines del siglo XVIII por el dramaturgo Pierre-Augustin de Beaumarchais. Estos derechos reconocen que son los propios autores los dueños de sus obras (al menos hasta que caigan dentro del domino público), a la vez que garantizan que el autor o sus herederos reciban algún beneficio por la comercialización de sus creaciones.<br /><br /><div style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgI1cEuObXmGkww_vDTVJUCdGsIg3g3J3xrXQuyEQ4APHNkD-jl41tuBfyq0n0EleVAwAnHHkya2I7T5ryy5w7kZbxQ9oF3o0PX42kbj4fCdgvhIyUTUIrewcRt9qxyfhc6VJDrkF0yI5Y/s1600/beaumarchais_portrait.gif"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 371px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgI1cEuObXmGkww_vDTVJUCdGsIg3g3J3xrXQuyEQ4APHNkD-jl41tuBfyq0n0EleVAwAnHHkya2I7T5ryy5w7kZbxQ9oF3o0PX42kbj4fCdgvhIyUTUIrewcRt9qxyfhc6VJDrkF0yI5Y/s400/beaumarchais_portrait.gif" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5699122721459416498" border="0" /></a></div><div style="text-align: center;">Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais<br /></div><br />Visto desde esta perspectiva, los derechos de autor parecen no sólo intachables sino del todo plausibles y su defensa necesaria. ¿Por qué quien construye una silla puede venderla o heredarla a sus hijos y no así el que ha escrito una novela o una sinfonía? El problema comienza cuando, bajo la categoría un tanto equívoca de “propiedad intelectual”, comparaciones como la anterior se llevan demasiado lejos y entonces se olvida que ni la novela ni la sinfonía son del todo equiparables a la silla, puesto que si bien tienen un perfil comercial y hasta cierto punto son también mercancías, al mismo tiempo son bienes culturales, que otros querrán leer o escuchar en una medida muy distinta de la que otros querrán sentarse en la silla. Desde luego hay todavía una discusión pendiente, que debería dirigirse hacia el cuestionamiento de lo que se entiende por “propiedad” en los casos de autoría, pero está claro que al comercializar su obra, el autor no se queda sin ella (como sí sucede en el caso de la venta de una silla), e incluso podría decirse que en muchos sentidos se enriquece al sacarla del cajón y hacerla pública.<br /><br />El sesgo restrictivo, es decir eminentemente lucrativo, que en especial las agrupaciones y consorcios suelen imprimir al copyright y a los derechos de autor, que se han convertido en una gran fuente de ingresos corporativos gracias a que funcionan como instrumentos para impedir la libre reproducción y circulación de las obras, ha llevado a que en las últimas décadas surjan toda clase de movimientos críticos para contrarrestarlo y en algunos casos ponerlo de cabeza, bajo la premisa de que dichas restricciones no siempre son legítimas y con frecuencia entran en conflicto con las libertades y derechos de los lectores y los usuarios.<br /><span style="font-size:130%;"><br style="font-weight: bold;"><span style="font-weight: bold;">La otra cara de la moneda</span></span><br /><br />Así como un autor tiene derecho a comercializar lo que un tanto pomposamente se ha denominado “los frutos del espíritu”, así el lector o usuario también tiene (o debería tener) ciertos derechos, que por lo general no son reconocidos o le son escamotados sistemáticamente. ¿Derecho a qué? Como una extensión natural del derecho a la cultura(1), a gozar del arte y beneficiarse de los avances científicos, debería tener el derecho de leer lo que quiere leer, de ver, escuchar, reproducir y estudiar lo que le interesa. También debería tener la libertad de redistribuirlo y circularlo a quien crea que le pueda interesar y, desde luego, a nutrirse de aquello que ha leído o visto o estudiado para crear nuevas obras del espíritu, incluso si son meras parodias, pastiches o regurgitaciones.<br /><br />Pero enunciado así, el derecho a la cultura(2) y las libertades de los lectores y usuarios, que a primera vista suenan razonables y defendibles, se topan con el derecho también legítimo del autor de beneficiarse económicamente de lo que ha producido. Es verdad que le gustaría que su novela circulara y fuera leída por el mayor número de personas posible, o que el disco lo escucharan tanto en las discotecas de Moscú como en los radios de pilas de Guatemala, pero también le gustaría vivir de lo que hace, obtener ganancias de sus obras y así estar en condiciones de seguir haciendo lo que le gusta, que es, según el caso, escribir o componer música.<br /><br />En términos generales el lector o escucha puede acceder a un libro o a las canciones de un disco si paga por ello; una vez hecho esto puede, con ciertas restricciones, copiarlo para su propio disfrute o para el disfrute colectivo si no persigue fines de lucro; también puede prestarlo, regalarlo, etc., o bien revender el libro o el disco (que no sus copias), por ejemplo en tiendas de segunda mano. Está claro que de estas copias ulteriores sin fines de lucro y de la reventa de materiales usados el titular de los derechos de autor no obtiene un beneficio económico directo, pero sí consigue que su obra sea leída o escuchada por más gente (esto es, mayor difusión), lo que a la larga puede redundar en nuevas ventas, tanto de ésta como de sus demás obras. Desde luego el lector o escucha también puede ir a la biblioteca o encender la radio y no pagar un centavo, pero la codicia de quienes ostentan el copyright ha hecho que las restricciones se extiendan incluso a estos campos, como es el caso de muchas editoriales que en Estados Unidos y otros países han prohibido el préstamo público en bibliotecas o lo han condicionado al pago de una cuota.<br /><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-weight: bold;">Los aires levógiros del copyleft</span></span><br /><br />El copyleft y otras licencias como Creative Commons surgieron como una alternativa a las tensiones generadas en los últimos tiempos por el endurecimientos de las leyes del copyright y los derechos de autor. El objetivo inicial era que, en lo que se refiere al software, el usuario tuviera la libertad de ejecutar, copiar, distribuir y desde luego enriquecer los programas. Uno de los principales defensores de este giro ha sido el programador y activista Richard Stallman y su movimiento a favor del Software Libre. La idea central que está detrás de todo ello es muy sencilla: sin renunciar a los derechos que posee el autor, que sea él mismo quien decida cómo difundir su software y hasta qué punto puede ser copiado, puesto en circulación y modificado. Gracias a una leyenda que hace las veces de licencia o de instrumento legal, otorga el derecho a utilizarla, modificarla y redistribuirla como mejor le parezca. De esta manera tanto el software como las libertades asociadas a su uso y disfrute se convierten en elementos legalmente inseparables.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPDjgXYb8gR2Hr_jWFKhebq0t2ZG104h9VeAhq0W_TlfE1587QR3KDyWZ7kGtICDs3hlLrFVK9xIQ6RCx_vYnwtwyDYhUcFSK6-3WMLP4m_Im_2A9Fr-Z2TDpkfxclH1oSopqyXXKzlCQ/s1600/CopyLeft+bomb.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 333px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPDjgXYb8gR2Hr_jWFKhebq0t2ZG104h9VeAhq0W_TlfE1587QR3KDyWZ7kGtICDs3hlLrFVK9xIQ6RCx_vYnwtwyDYhUcFSK6-3WMLP4m_Im_2A9Fr-Z2TDpkfxclH1oSopqyXXKzlCQ/s400/CopyLeft+bomb.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5699124305923376178" border="0" /></a>Los aires del copyleft no sólo soplan en el software, sino que se han adaptado a diversos medios, como la literatura, la fotografía o la música, y a la fecha son ya pocas las ramas de la cultura que no se han visto sacudidos y beneficiados por él. Al reproducir un texto con licencia copyleft se deben acatar los deseos del autor siempre que sean legítimos, es decir, siempre que a su vez respeten las libertades fundamentales del lector o usuario para ese tipo de textos. Si el autor exige, por ejemplo, que cada lectura de ese libro le sea remunerada de cierta manara, estará contraviniendo la libertad del lector de, por ejemplo, prestarle el libro a quien quiera o de leerlo en voz alta a sus hijos, por lo que sus deseos dejan de ser legítimos.<br /><br />Más allá de su utilidad práctica, lo que el movimiento del software libre hizo ver con toda claridad fue que los derechos del autor debían tener también límites y estar acotados en función de las libertades y derechos de los usuarios, pues de otra forma se vuelven abusivos y francamente voraces.<br /><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-weight: bold;">Libertades y derechos de los lectores </span></span><br /><br />Una vez que se enfoca desde esta perspectiva la tensión actual entre la “propiedad intelectual” y las libertades de los lectores o usuarios, surge la pregunta de cuáles son los derechos y las libertades de cada cual y de ambos en consonancia, pues no tiene caso que la legislación en materia de copyright y derechos de autor siga modificándose y adaptándose a la revolución tecnológica sin tomar en cuenta el otro lado, el correspondiente a los que leerán, duplicarán, disfrutarán o pondrán en circulación esas obras.<br /><br />Richard Stallman, en su caracterización del software libre, ha enumerado cuatro libertades básicas del usuario:<br /><br />0) La libertad para ejecutar el programa sea cual sea su propósito.<br /><br />1) La libertad para estudiar el funcionamiento del programa y adaptarlo a sus necesidades.<br /><br />2) Libertad para redistribuir copias y ayudar así a los amigos.<br /><br />3) Libertad para mejorar el programa y luego publicarlo para el bien de toda la comunidad.<br /><br />¿Pueden extenderse estas libertades básicas al lector o espectador de bienes culturales? ¿De qué manera garantizar las libertades del lector sin contravenir los derechos legítimos de los autores?<br /><br />Dos de las libertades básicas de los usuarios que propone Stallman presuponen el acceso al código fuente del programa, lo cual permite hacer una analogía y sugerir que las libertades del lector o espectador (aunque habría que encontrar una palabra más abarcadora y sugerente) comienzan precisamente con un derecho fundamental, no reconocido hasta hoy: el de estar en condiciones de acceder a las fuentes. Los estudiantes de música se lamentan de que deben comprar partituras a un costo muy elevado, no importa si se trata de autores que han entrado en el domino público desde hace mucho, o bien, como suele ser el caso, recurrir a las fotocopias, cuando podrían estar a la disposición de quien las necesita en una base de datos. Otro tanto puede decirse de los libros fuera de circulación o los artículos especializados, que si uno no tiene acceso a la Biblioteca del Congreso en Washington DC mejor haría en suponer que nunca existieron, tan inencontrables y escurridizos resultan. Y ya ni se diga películas o cuadros…<br /><br />Si se garantizara el acceso a las fuentes (es una discusión pendiente hasta qué punto podría ser gratuito), se rompería al menos con el apabullante elitismo que existe en el acceso a la cultura, que suele estar restringido a gente con recursos o a académicos, y al menos se daría un paso claro para darle cuerpo y contenido al hoy borroso y más bien olvidado derecho a la cultura. Aunque faltaría esclarecer qué se entiende en cada caso por acceso a las fuentes, la idea general sería que el músico interesado pudiera tener en sus manos la partitura de la obra que le interesa, el estudiante de arquitectura contemplar los planos de un edificio, un lector cualquiera descargar el archivo de texto del libro, etcétera.<br /><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-weight: bold;">Contra la idea de propiedad intelectual</span></span><br /><br />La propuesta del libre acceso a las fuentes se enfrenta, como es obvio, al inmenso escollo de que la naturaleza de las obras culturales es problemática. Por un lado, tienen un perfil de mercancías, están sujetas a las leyes de la oferta y la demanda, y tanto los autores como sobre todo las corporaciones que las comercializan se benefician de su venta. Pero, por otro lado, tienen también un perfil distinto, que las emparientan con los bienes comunes, y pueden ser equiparadas a un regalo o una contribución que el autor hace a la tradición, a la humanidad, o más modestamente, a la lengua o a los amantes de la ópera, o a la historia de los cómics o del cine amateur, etcétera.<br /><br />Pese a que la mayoría de las legislaciones del mundo reconoce un derecho de propiedad a los autores o titulares de derechos sobre obras del intelecto humano, el concepto de propiedad intelectual es una generalización tan basta y simplista que termina por ser confusa y a veces perniciosa, no sólo porque en aras de un núcleo común más bien exiguo entre legislaciones cercanas pero muy distintas, difumina la disparidad entre los derechos de autor, las patentes y las marcas, cuyas leyes se originaron de forma separada y con intereses diferentes, sino porque equipara la propiedad intelectual con cualquier otra forma de propiedad, por ejemplo, con la propiedad de objetos físicos o extensiones de tierra. ¿Es la creación artística o la producción de conocimiento del tipo de cosas que cabe comparar con la compra de un terreno o de una lámpara?<br /><br />Antes de que se reconocieran los derechos de autor, las obras artísticas no eran propiedad de nadie sino que más bien eran patrimonio de todos. No tiene mucho caso repetir que La Ilíada y la Odisea no habrían llegado hasta nosotros si, en contra de su condición de bienes comunes, hubieran sido sometidas a restricciones tanto en lo referente a su circulación como a su transformación y perfeccionamiento. Tampoco tiene mucho caso insistir que así procede la creación artística también en nuestros días, y que otro tanto puede decirse de la innovación científica y los inventos tecnológicos: a partir de un patrimonio común, de un entramado social complejo en el que por supuesto existe el mérito individual, pero siempre inscrito en una trama de prácticas y tradiciones que lo hacen posible y lo rebasan.(3)<br /><br />¿Lo que sugiero es desaparecer el copyright por consideraciones más bien hegelianizantes, en donde cada creación habría de ser considerada una voluta más del gran magma del espíritu? No exactamente, pero sí que el copyright se someta a examen y a una reforma concienzuda, pues, además de anticuado, está pervertido por la avaricia y el abuso, además de que en el mundo real, pese a la ampliación y el endurecimiento de sus restricciones, está perdiendo la batalla: día y noche en la mayoría de las computadoras caseras del mundo, en las papelerías de la esquina, en los café-Internet, se verifican violaciones a una legislación que no ha sabido reorientarse y ser sensible a las libertades y derechos de los lectores y los usuarios.<br /><br />Las gigantescas y cambiantes retículas virtuales están haciendo saltar por los aires los demasiado anquilosados convenios internacionales en la materia, y parece que mientras más candados y códigos de acceso, más multas y amenazas se implementan, más rápido crecen y mutan y se adaptan los mecanismos para compartir información entre los amigos, una práctica a la que muchos denominan “copia no autorizada” y otros más insisten en tachar, con bastante confusión y mala leche, como “piratería”.<br /><br />Vista con cierta distancia, esa carrera es por completo desigual: mientras que la legislación del copyright se actualiza y endurece cada cierto tiempo (cada tantos años que se reúnen los organismos internaciones), la retícula de intercambios y libre circulación se desplaza a la velocidad de los megabytes por segundo. Dueños hasta cierto punto de los medios de producción, pero sobre todo dueños de los medios de re-producción como nunca se habría imaginado Marx, los que tenemos la sartén por el mango somos los usuarios. Puesto que las leyes de copyright se enmiendan de espaldas a los lectores y sus derechos, nada más natural que nosotros le demos también la espalda al copyright.<br /><span style="font-size:130%;"><br style="font-weight: bold;"><span style="font-weight: bold;">Un nuevo enciclopedismo</span></span><br /><br />Durante la Edad Media surgieron proto-enciclopedias (por ejemplo las de Marciano Capella o san Isidoro) que tenían la intención de rescatar la cultura clásica que corría el riesgo de desaparecer con la invasión de los bárbaros. Con intenciones didácticas, construyeron auténticas “arcas de Noé del saber” que se proponían salvar ¡y lo consiguieron! los restos de cultura de la quemazón bárbara, de los continuos autos de fe de los invasores. Por su parte, durante la Ilustración, la Enciclopedia de D’Alambert y Diderot, de la que son herederos casi todos los proyectos enciclopédicos actuales (incluida la Wikipedia), tenía como cometido difundir el saber, propagarlo, de allí que lo que buscaran fuera en primer lugar el compendio, la síntesis y unificación del saber (en la tradición cartesiana, los artículos tenían como dos de sus valores centrales a la claridad y la concisión).<br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRZHS4wCMZpfGXz8RiFbk5B4n3-vCmI1c5rcWfxD8INXTL0_KlraFojzenLeADOnYrVChVgR83qjjlgCat9BRuL1QpuMYJEdtH4nMY4vC1XHCD5BByrauwBangcCH9QcMEn-yEas2bpt4/s1600/san-isidoro.gif"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 317px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRZHS4wCMZpfGXz8RiFbk5B4n3-vCmI1c5rcWfxD8INXTL0_KlraFojzenLeADOnYrVChVgR83qjjlgCat9BRuL1QpuMYJEdtH4nMY4vC1XHCD5BByrauwBangcCH9QcMEn-yEas2bpt4/s400/san-isidoro.gif" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5699122540415297042" border="0" /></a></div><div style="text-align: center;">San Isidoro de Sevilla<br /></div><br />La invasión de los bárbaros hoy adopta otras formas no menos destructivas y terribles para la cultura, por lo que se antoja imprescindible un rescate del tipo que emprendieron Capella y san Isidoro: no es sólo que el imperio del mercado tienda a la homogenización y atente contra la diversidad cultural, sino que literalmente hay una serie de bienes culturales que se están perdiendo, o bien porque no se reeditan, porque no hay mercado suficiente, porque los patrimonios son saqueados o están en ruinas, porque los acervos se incendian o porque las guerras a favor de la democracia en el mundo terminan por destruirlos. Con excepción de las novedades y los best-sellers, uno tiene que rascar un rato para encontrar la obra de un autor ni siquiera demasiado marginal u oscuro, y ya no se diga si lo que está buscando es el patrón de los mosaicos en las villas romanas o la trascripción literal de los evangelios apócrifos.<br /><br />De modo que está, de una parte, la importancia de la conservación frente a la barbarie, por ejemplo frente a la de quienes quieren hacer de las pirámides de Teotihuacan la sede de un espectáculo de luz y sonido. Pero por otra parte, con los medios electrónicos actuales, es posible imaginar un nuevo tipo de enciclopedismo que, a diferencia del de D’Alambert, no esté restringido al saber compendiado, a los artículos que difunden el conocimiento, sino que se expanda al acceso directo a las fuentes, entendiéndolas en sentido amplio, como se dice cuando se le pide a un estudiante que vaya a las fuentes, es decir, que lea a los autores directamente y no sólo a sus comentaristas. La idea más ambiciosa sería que se garantizara el acceso a las fuentes de todo lo que se ha producido gracias a una base común, a una tradición cultural viva: patentes de medicinas, partituras de compositores, planos de monumentos, código de software, yacimientos arqueológicos, secuencias de código genético, y, por supuesto, libros, fotos, vídeos, etcétera.<br /><br />Dicho en pocas palabras, el objetivo sería: A) rescatar el espíritu de las proto-enciclopedias medievales pero sin que se restrinja a una elite de eruditos y escolásticos, sino a cualquiera que tenga acceso a una computadora con Internet, y B) ampliar los postulados del iluminismo y del <span style="font-style: italic;">sapere aude</span> a fin de que en lugar de andarse por las ramas de la divulgación se pueda ir directamente a la raíz, a las obras, por lo menos a su correlato virtual.<br /><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-weight: bold;">Final ilustrado: la librery(a) de Babel</span></span><br /><br />Quiero concluir con un breve análisis de la babélica iniciativa de Google Libros, que tiene algo de borgesiano e infinito en su raíz (es lo más cercano a la biblioteca universal de la humanidad), con la cual se pretende digitalizar y poner en línea todos los libros disponibles que ha publicado el hombre, ya sea en copia virtual íntegra o en vista parcial, y hasta hace unos meses con independencia de lo que opinaran los titulares de los derechos de autor. La iniciativa, que de algún modo podría estar en consonancia con esta propuesta de acceso a las fuentes, ha dado lugar a toda clase de interpretaciones sobre sus propósitos: que si en el fondo persiguen el lucro puro y duro, que si son los adalides de lo que se ha dado en llamar “la democratización de la cultura”, que si se trata de la infracción a los derechos de autor más descarada y sistemática…<br /><br />El problema de fondo con la iniciativa de Google, más allá de cómo se resuelvan las demandas de derechos que ha recibido en cascada, es que sería una empresa privada trasnacional la que tendría en su poder todo el acervo libresco de la humanidad, con los peligros que ello conlleva en cuanto a su explotación comercial monopólica o, por qué no, la eventual bancarrota del hoy muy firme emporio. Al comienzo no estaba claro si el proyecto de Google Libros apuntaba hacia una inmensa librería donde se gestionarían libros sobre demanda, o bien hacia una Biblioteca de Babel en el Ciberespacio, de allí que hubiera voces que no sin candidez lo consideraran un gran proyecto altruista. El hecho de que se descubriera que el consorcio de los motores de búsqueda ya tenía listas las imprentas de tirajes cortos para producir ejemplares en cuestión de minutos, y el reciente anuncio, en la Feria de Frankfurt, del lanzamiento de una librería digital en la naciente rama de Google Editions, han despejado el panorama: lo que se está construyendo es la librería (digital y en papel) más grande y variada que se haya conocido jamás. Será apetitosa, sin duda, pero eso no tiene mucho que ver con las expectativas un tanto románticas que había generado, expectativas según las cuales, por ejemplo, la literatura por fin circularía libremente en la red. (El caso es que entre biblioteca y librería hay una diferencia sustancial, no importa si creemos que “library” se traduce como librería.)<br /><br />Pero una vez que Google ha esclarecido sus propósitos, la idea de esa biblioteca virtual sigue en el aire. La UNESCO, por ejemplo, ya ha lanzado al ciberespacio una <a href="http://www.wdl.org/es">Biblioteca Digital Mundia</a>l (www.wdl.org/es) con el objetivo de permitir al mayor número posible de personas acceder gratuitamente, mediante Internet, a los fondos de las grandes bibliotecas del mundo en varios idiomas. Proyectos de esta naturaleza, si fueran impulsados y sostenidos a largo plazo, sin duda crearían un contrapeso al ejército de escáneres codiciosos de Google.<br /><br />Sin embargo, creo que la creación de una biblioteca de esas características colosales podría realizarse si se emprende colectivamente, por todos y para el beneficio de todos (un poco como funciona, desde sus comienzos, el <a href="http://www.gutenberg.org/">Proyecto Gutenberg</a>: www.gutenberg.org), un esquema en el que todo aquel que esté interesado podría subir a la red, cumpliendo ciertos requisitos en los que haya previo consenso sobre su digitalización, los libros, partituras o revistas que le apasionan y que no están incluidos en la base de datos, de forma que el proyecto se universalizara gracias al compromiso común y, a la vez, su incesante robustecimiento no dependiera de una empresa determinada. Quizá bajo una lógica de participación y mejora en el espíritu del procomún, la biblioteca atraería más y más obras, al alcance de más personas y con la garantía de que no se perdería su accesibilidad.<br /><br />El acervo podría ser considerable aun si se limitara, por respeto a las legislaciones vigentes en materia de derechos de autor, a obras de dominio público, por un lado, y a obras con algún tipo de licencia copyleft, por el otro; pero ya entrados en materia, no estaría mal que bajo la presión de bibliotecas digitales gestionadas colectivamente, de una vez se sometiera a examen la vigencia del derecho patrimonial (que en México, según decreto de 2003, alcanza los cien años <span style="font-style: italic;">post mortem auctoris</span>, uno de los más dilatados y quizá insensatos del mundo), así como la sospechosa tendencia a incrementar cada tanto ese plazo en beneficio de unos pocos.<br /><br />El acceso a las fuentes (o lo que quizá se podría llamar “el derecho a encontrar lo que buscas”), para que sea mínimamente viable ha de construirse de la mano de una revisión de las leyes de derechos de autor y de copyright que no desatienda los derechos de los usuarios, procurando que se logre una conciliación armoniosa y no, como sucede en la actualidad, una fricción que termina en los tribunales. Gracias a Internet, el dominio público podría volverse efectivamente cada vez más público.<br /><br /><br /> <style> <!-- /* Font Definitions */ @font-face {font-family:Cambria; panose-1:2 4 5 3 5 4 6 3 2 4; mso-font-alt:"Warnock Pro SmBd Ital Caption"; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:auto; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-536870145 1073743103 0 0 415 0;} /* Style Definitions */ p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal {mso-style-unhide:no; mso-style-parent:""; margin:0cm; margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:none; mso-layout-grid-align:none; text-autospace:none; font-size:12.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-fareast-font-family:"Times New Roman";} p.MsoFootnoteText, li.MsoFootnoteText, div.MsoFootnoteText {mso-style-priority:99; mso-style-unhide:no; mso-style-link:"Footnote Text Char"; margin:0cm; margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:none; mso-layout-grid-align:none; text-autospace:none; font-size:12.0pt; font-family:"Times New Roman"; mso-fareast-font-family:"Times New Roman";} span.MsoFootnoteReference {mso-style-priority:99; mso-style-unhide:no; font-family:"Times New Roman"; mso-bidi-font-family:"Times New Roman"; vertical-align:super;} p {mso-style-priority:99; mso-style-unhide:no; margin:0cm; margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:none; mso-layout-grid-align:none; text-autospace:none; font-size:10.0pt; font-family:Cambria; mso-fareast-font-family:"Times New Roman"; mso-bidi-font-family:Cambria;} span.FootnoteTextChar {mso-style-name:"Footnote Text Char"; mso-style-priority:99; mso-style-unhide:no; mso-style-locked:yes; mso-style-link:"Footnote Text";} .MsoChpDefault {mso-style-type:export-only; mso-default-props:yes;} .MsoPapDefault {mso-style-type:export-only; margin-bottom:10.0pt;} @page WordSection1 {size:612.0pt 792.0pt; margin:72.0pt 90.0pt 72.0pt 90.0pt; mso-header-margin:36.0pt; mso-footer-margin:36.0pt; mso-paper-source:0;} div.WordSection1 {page:WordSection1;} --> </style> <p style="margin-top:.1pt;margin-right:0cm;margin-bottom:.1pt;margin-left:0cm"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-font-size:12.0pt;" ><span style="mso-special-character: footnote"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-mso-fareast-Times New Roman"; mso-ansi-language:ES-TRAD;mso-fareast-language:EN-US;mso-bidi-language:AR-SAfont-family:";font-size:12.0pt;" >[1]</span></span></span></span></span><span style="font-family:"Times New Roman";mso-bidi-font-family:Cambria;" > </span><span style="Times New Roman"font-family:";" >El Artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (diciembre de 1948) reconoce este derecho, que figura justo antes de los derechos autorales:</span></p> <p class="MsoNormal" style="margin-top:.1pt;margin-right:0cm;margin-bottom:.1pt; margin-left:0cm;mso-para-margin-top:.01gd;mso-para-margin-right:0cm;mso-para-margin-bottom: .01gd;mso-para-margin-left:0cm;text-indent:36.0pt;mso-pagination:widow-orphan; mso-layout-grid-align:auto;text-autospace:ideograph-numeric ideograph-other"><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-font-size:12.0pt;" >“1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.</span></p> <p class="MsoNormal" style="margin-top:.1pt;margin-right:0cm;margin-bottom:.1pt; margin-left:0cm;mso-para-margin-top:.01gd;mso-para-margin-right:0cm;mso-para-margin-bottom: .01gd;mso-para-margin-left:0cm;text-indent:36.0pt;mso-pagination:widow-orphan; mso-layout-grid-align:auto;text-autospace:ideograph-numeric ideograph-other"><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-font-size:12.0pt;" >2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.”</span></p> <p class="MsoFootnoteText"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-font-size:12.0pt;" ><span style="mso-special-character: footnote"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-mso-fareast-Times New Roman"; mso-ansi-language:ES-TRAD;mso-fareast-language:EN-US;mso-bidi-language:AR-SAfont-family:";font-size:12.0pt;" >[2]</span></span></span></span></span><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-font-size:12.0pt;" > Si bien es uno de los derechos fundamentales del hombre según la ONU, el derecho a la cultura fue aprobado en México apenas el 30 de abril de 2009. La enmienda al artículo cuarto de la Constitución comienza así: “Toda persona tiene derecho al acceso a la cultura…”</span></p> <p class="MsoFootnoteText"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-font-size:12.0pt;" ><span style="mso-special-character: footnote"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-mso-fareast-Times New Roman"; mso-ansi-language:ES-TRAD;mso-fareast-language:EN-US;mso-bidi-language:AR-SAfont-family:";font-size:12.0pt;" >[3]</span></span></span></span></span><span style="font-size:10.0pt;mso-bidi-font-size:12.0pt;" > Lawrence Lessing, el fundador de Creative Commons, ha descrito esta forma de producción cultural como “remix”, en oposición a la cultura del “permiso”, en la cual, por efectos del copyright, se debe pedir permiso antes de hacer la menor modificación o mejora en las obras. </span></p> <br /><span style="font-size:85%;">*** <span style="font-weight: bold;">Texto publicado en el libro </span><span style="font-style: italic; font-weight: bold;">El retorno de los comunes</span><span style="font-weight: bold;">, Fractal/Conaculta, 2011.</span></span><br /><br /><span style="font-size:85%;">Este texto puede ser reproducido total o parcialmente, por cualquier medio o método, siempre y cuando sea con fines no comerciales y se reconozcan los derechos morales del autor.</span>Luigi Amarahttp://www.blogger.com/profile/16338435310529585844noreply@blogger.com0