Plantas y elíxires que nos mantienen de pie, como si se trataran de muletas y báculos.
La seducción del vicio consiste en hacernos creer que hemos sido vencidos por sus encantos, cuando somos nosotros quienes espontáneamente nos hemos dirigido hacia él.
De iniciadora en los misterios, como en Eleusis, la droga ha descendido a mero carburante.
Pocas cosas estropean más la embriaguez que formarse una idea clara del tiempo estimado de vuelo.
Hay trayectos de la droga que nos echan en cara nuestra mala condición espiritual.
La hilaridad es la forma más alta de no perder el hilo.
El sistema nervioso podría compararse con un arbusto que de tanto en tanto produce esa flor que llamamos carcajada.
La cercanía de un hombre ebrio contagia de embriaguez a todo lo demás.
Un círculo que no es vicioso es un poquito anodino.
Vendrá ese día en que cada uno de nuestros estados de ánimo estará regido por la estimulación artificial. Entonces seremos finalmente lo que siempre hemos soñado: parásitos de nuestro antojo.
El rostro se convierte en espejo de nuestros vicios, pero rara vez de nuestras virtudes.
La ebriedad es tiempo hipotecado.
La necesidad de la droga es un erizamiento que acecha en nosotros como el tigre al interior del gato.
Interrumpir bruscamente un vicio supone un esfuerzo más grosero que mantenerlo en esos niveles que sólo nos reportan placer.
La droga entendida como polilla: como un insecto que perfora y abre pequeños túneles y galerías en esa vieja víscera que llamamos cerebro.
Una droga del todo satisfactoria merece nuestro desprecio, pues ha apagado algo en nosotros.
3 comentarios:
Sentado en una banca, cabeceando el vuelo, pienso si la resaca no será de alguna manera el viaje auténtico.
el palpitar del comentario en blanco...
AYAHUASCA
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