De la chistera sale apenas
una nube de polvo:
migajas del festín de las polillas.
Antes, por la copa de ese sombrero,
se despeñaba jubilosa Alicia,
y hoy cuando mucho dormita en sus abismos
una gastada pata de conejo.
Se terminó la magia,
se esfumó la belleza
después de ser diseccionada cada noche
para regocijo del público.
El sombrero de copa del poema
era después de todo
un adminículo vetusto.
No hay red de protección
para tanto doliente equilibrismo,
reina si acaso la tela de la araña
o cuando menos su atmósfera.
Y allí, bajo un reflector que pocos se imaginan
cuánto humilla,
ante cuatro o cinco gatos fraternales,
saca de la mascada el mago
la consabida, amarillenta, manoseada rosa.
Abracadabra insulso
—ni siquiera insolente—
que abochorna a los niños.
Publicado en Letras Libres
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